John Ford: las contradicciones de un Maestro
1 de febrero de 1894. Hace hoy 125 años, los cinéfilos del mundo fuimos bendecidos con el nacimiento de John Martin Feeney, más tarde conocido como John Ford. De este grandioso director (para mí, el mejor de todos los tiempos) se han contado mentiras y medias verdades. Se le ha llegado a calificar incluso, lo que a mi entender es deshonesto, como “fascista”.
Es cierto que toda la filmografía de Ford está marcada por la fuerte influencia de sus raíces católico-irlandesas. Así se refleja, especialmente, en la importancia crucial que concede prácticamente en todas sus películas, de una manera u otra, a la familia, como núcleo básico de comunidad de individuos. En este sentido, podría calificarse a Ford como una persona conservadora.
Hijo de emigrantes irlandeses, que dejaron atrás las secuelas de la Gran Hambruna de los años 1845-1849 para instalarse en Portland (Maine, EEUU), su trayectoria estuvo marcada también por una fuerte necesidad de pertenencia. Por eso Ford era un patriota, allá donde su genialidad encontraba un hogar. Claro está, ser patriota en una Irlanda ocupada que lucha por su independencia, no es lo mismo que serlo en la bicentenaria nación americana. Esto último necesariamente es problemático. Y he aquí, sin duda, el más doloroso de sus errores: su apoyo a la invasión de Vietnam (por aquel entonces, en el ocaso de su carrera y casi de su vida, ya se definía a sí mismo como “un republicano de Maine”). Quiero creer que esa necesidad de pertenencia, unida al arte del Imperio para machacar a sus ciudadanos con toneladas de propaganda, hicieron el trabajo sucio. Pero esa mancha imborrable está ahí, y no se puede cambiar.
Por otra parte, la vida y obra de Ford, aun llena de contradicciones, muestran también a un ser humano socialmente comprometido y de extrema sensibilidad.
La condición de los indios, como seres humanos dignos e históricamente pisoteados por su país, jamás le fue desconocida. Así lo atestiguan películas como El gran combate

John Ford y John Wayne, uno de los tándems más fructíferos de la historia del cine
Su debilidad por la épica y valores como el honor (que en sus películas cristalizan en los ejércitos, caballerías, escuadrones, etc.), le llevaron a ser excesivamente benevolente con las belicosas raíces históricas de la nación americana. No obstante, frente a las acusaciones de racismo, cabe destacar que siempre mantuvo con los indios navajos que aparecían en sus películas una relación noble, honesta y sincera (el tipo de relación que jamás se permitiría establecer, por ejemplo, con los productores, a los que detestaba). Y la condición de los indios, como seres humanos dignos e históricamente pisoteados por su país, jamás le fue desconocida. Así lo atestiguan películas como El gran combate. Ello le valió el cariñoso apelativo de “Natani Nez” (líder alto).
Fue fundador, entre otros, junto al inmenso novelista Dashiell Hammet, o el actor Melvyn Douglas (coprotagonista, junto a Greta Garbo, de la preciosa Ninotchka), del Comité de Artistas Cinematográficos de Ayuda a la República Española, destinado a reunir fondos, tanto para los soldados republicanos, como para los refugiados. Asimismo, en julio de 1937, a iniciativa de Hemingway, se celebró una fiesta en casa de Frederic March, también para recaudar fondos para la República. Allí se proyectó el documental Tierra Española. Ford salió impresionado, fruto de lo cual donó con su propio dinero una ambulancia.
Vínculos personales le unían también a la causa de la República. Su sobrino Bob Ford, que escribió a John para agradecer su apoyo, se había alistado en las Brigadas Internacionales. Era la época más comprometida de Ford, que resumidamente, respondió así a la misiva de su sobrino: “Me alegra que tengas la parte buena de la sangre O’Feeney. Parte de ella es realmente horrible […] Somos mentirosos, débiles y unos borrachos egoístas, pero siempre ha habido una sólida rebeldía en la familia y una pasión especial por la justicia. Me alegro que hayas heredado el lado bueno. Políticamente, soy un auténtico demócrata socialista […] siempre a la izquierda”.

Ford contribuyó a la causa republicana española. Su sobrino, Bob Ford, se alistó en las Brigadas Internacionales
Se ha hablado de las “simpatías” de Ford hacia la causa republicana de Irlanda. No eran simpatías. Era un compromiso firme, no solo de palabra, sino de ayuda económica continuada en el tiempo, que prácticamente le llevó a la ruina. En los años de duros enfrentamientos entre partidarios y detractores de un mal llamado Estado “Libre”, siempre estuvo en contacto con su primo Martin Feeney, miembro de una columna del IRA, y sus compañeros revolucionarios.
Maravillosa es la anécdota que Martin Scorsese cita en su documental 100 años de cine, como un gesto de humildad de Ford: estamos en medio de la caza de brujas y hay una reunión del Sindicato de Directores de Cine. Del otro lado de la puerta, el senador McCarthy espera que su emisario Cecil B. De Mille haga su trabajo. Se trata de entregar vivo al presidente de la entidad, el excelso director y guionista Joseph Mankiewicz (sospechoso de comunista). Todo parece en bandeja para McCarthy, cuando un señor con pinta de irlandés, cigarro en boca, dice la mítica frase: “me llamo John Ford y hago Westerns”. A continuación, se despacha con una defensa de su colega Mankiewicz que deja al emisario, a McCarthy y a todo el infame Comité de Actividades Antiamericanas con el culo al aire.
Sus películas muestran, por encima de todo, a un hombre al que nada de lo dolorosamente humano le fue ajeno: la soledad, la incertidumbre ante el cambio, el perdón, el hambre, la guerra, la miseria, la inmigración…

The quiet man, una de sus películas más aclamadas e íntimas. En la imagen, Maureen O´Hara y John Wayne
Qué decir, en fin, de su complejísimo lado personal. Sus películas muestran, por encima de todo, a un hombre al que nada de lo dolorosamente humano le fue ajeno: la soledad, la incertidumbre ante el cambio, el perdón, el hambre, la guerra, la miseria, la inmigración…
Es curioso, pensar que Ford siempre se empeñó en esconder su alma, tras un parche y una ficticia máscara de introversión, mala uva y prosaicas evasivas a todos los periodistas que querían escarbar en su personalidad. Cuando le decían que había quienes le consideraban una especie de “Shakespeare del Oeste”, él contestaba “no diga usted gilipolleces”. Si le preguntaban si se veía a sí mismo como un poeta, él decía que “solo trabajo para pagar las facturas”. Pero a pesar de que Ford huía (y comprendo por qué) de las “acusaciones” de lirismo, sus películas no engañan a nadie: son puro sentimiento, puro humanismo, pura lírica. Así que discúlpeme, Maestro, porque con todo el cariño le digo, que Truffaut le definió a usted con mucho acierto como “un artista que nunca hablaba de arte; un poeta que nunca hablaba de poesía”.
Amo a John Ford, por lo que no tengo más remedio que lidiar con sus contradicciones. Me seguiré conmoviendo con el ocaso de los viejos códigos morales del salvaje Oeste, que nos desnuda magistralmente en la que tal vez sea mi película favorita de Ford, El hombre que mató a Liberty Valance. Estaré eternamente agradecido a esa obra maestra titulada La Diligencia, por mostrarme a un Ford absolutamente empático con todo tipo de “marginados” (la prostituta, el borracho) y crítico con la hipocresía de los miembros de la alta sociedad (el banquero sin escrúpulos, por ejemplo), así como por sentar las bases para el renacimiento del Western. Y la lucha de clases volverá a golpearme una y otra vez, como nunca lo ha hecho, cada vez que veo Las uvas de la ira.
De John Ford aprendimos que la gente sencilla es siempre mejor que los poderosos
Estos días leía un artículo, escrito a los 40 años de su fallecimiento, del que me gustaría rescatar un fragmento con el que me identifico totalmente: “de John Ford aprendí eso que en el universo fordiano se conoce como “la gloria en la derrota”. La dignidad de los humildes ante la adversidad. Que la gente sencilla es siempre mejor que los poderosos. Que una familia es mejor que uno solo, y que una de las cosas más dolorosas es perderla. Que la infancia es un terreno lleno de nostalgia, y que en los horizontes del oeste se forjan las leyendas para imprimirlas”.
Felicidades, Maestro. A sus pies.
Autor
Responsable de edición y redacción y del Área de Cultura, Memoria y Efemérides.
Galicia.
Editor y miembro del Equipo coordinador de Revista La Comuna
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