La Posmodernidad y la banalización del arte: el ¿arte? conceptual
Gianni Vattimo, filósofo postmoderno italiano, define la Posmodernidad como una corriente de pensamiento a la que no le interesa el mundo real, sino únicamente las interpretaciones que se puedan hacer de él.
Es, sin duda, una definición acertada (y no es precisamente un halago, por lo que a mí respecta), pese a que se trata, todavía hoy, de un concepto bastante difuso. Al entender de Vattimo: “la postmodernidad marca la superación de la modernidad dirigida por las concepciones unívocas de los modelos cerrados, de las grandes verdades, de fundamentos consistentes, de la historia como huella unitaria del acontecer”.
Efectivamente, la posmodernidad opone a “las concepciones unívocas de los modelos cerrados”, la posibilidad de elegir entre infinitos metarrelatos; a “las grandes verdades”, la verdad de cada uno, el derecho (?) a considerar que todo puede ser verdadero o falso; al conocimiento, la relativización de la Ciencia; al estudio unitario de la Historia conforme a los hechos, la subjetividad extrema o una presunta imposibilidad de conocer los hechos.
Pero es una gran verdad, mal que le pese a los cachorros de esta especie de “escepticismo extremo” (que tendría sus fuentes en Francia, con los Derrida, Lyotard, etc.), que al Arte, a su ejercicio, se le deben presuponer al menos dos cosas: creación y valor estético. Es en defensa de esta concepción genuina del Arte, y frente al intento de mutilación (física e intelectual) del que es víctima en estos tiempos, que la mexicana Avelina Lésper, crítica de arte y graduada en Historia del Arte por la Universidad Politécnica de Lodz (Polonia) escribe el ensayo “El fraude del arte contemporáneo”.
En palabras de Lésper: estamos en un momento culminante en la historia del arte. Hoy en día, lo que antes denominábamos con esa palabra se transformó en una ideología, en una ortodoxia tan cerrada que no le permite a sus críticos ninguna posibilidad de verificación.
En este breve ensayo, la autora denuncia una crisis del arte contemporáneo. Prueba de ello serían, en opinión de Lésper, la superficialidad, la pseudofilosofía con la que tratan de encubrir su absoluto vacío intelectual y falta de verdadero talento, los hoy llamados “artistas conceptuales”, u otras variantes como el performance.

Avelina Lésper, crítica de Arte y autora de “El fraude del arte contemporáneo”
Nada de esto debe pillarnos por sorpresa. Este relativismo extremo está por todas partes; pero sobre todo, y lo peor, es difundido con gran profusión en las universidades y centros de estudios, donde estos dogmas gozan de un inexplicable prestigio. En palabras de Lésper: estamos en un momento culminante en la historia del arte. Hoy en día, lo que antes denominábamos con esa palabra se transformó en una ideología, en una ortodoxia tan cerrada que no le permite a sus críticos ninguna posibilidad de verificación.
Los jóvenes son hoy víctimas de unos planes de estudio no enfocados a su formación, ni profesional ni como personas, sino a su pura y dura adaptación a la lógica del mercado. El individualismo que caracteriza la ideología posmoderna choca aquí, paradójicamente, con la sumisión del individuo “artista” (entrecomillado porque no es tal) a las reglas de un todo, esto es, un arte en decadencia que impone la búsqueda del éxito efímero, a costa de los valores más básicos.
Y si bien muchos se volatilizan en este ficticio camino hacia una falsa trascendencia, otros tantos son encumbrados a la categoría de artistas, y lo hacen no sólo a pesar de su absoluta falta de talento y habilidad, sino muchas veces mediante prácticas verdaderamente frívolas, que como poco debieran ser objeto de unánime reproche, y no de sumisión intelectual. En no pocos casos, su falta de ética les proporciona un notabilísimo nivel de vida, con auténticas paparruchas que se distribuyen en serie por todo el mundo, algunas de las cuales llegan a venderse por indecentes (e inexplicables) millonadas.

El artista conceptual Damien Hirst, ante una obra de su serie “The Complete Spot Paintings”
A modo de ejemplo, extraigo de la obra de Lésper el caso de los hermanos Jake y Dinos Chapman. Estos artistas conceptuales vandalizan sin ningún pudor la obra de Francisco de Goya. Más concretamente, la víctima es la serie Desastres de la Guerra, un conjunto de 82 grabados donde el genio retrata de manera conmovedora los horrores y crueldades cometidas durante la Guerra de Independencia Española.
Lo hacen de la manera más vulgar e infantil: sustituyendo rostros humanos por caras de payasos, en palabras de Lésper, “al más puro estilo Halloween”. Dice la autora: Sus intervenciones parten de la denigración del original. Los grabados son ridiculizados con payasos tipo Halloween o con la reproducción al estilo de tantas figuras sangrientas de un museo de cera, reduciendo a la anécdota el trabajo de interpretación de Goya, su trazo sobre la placa y su indudable dominio del medio. En las imágenes se pueden ver, primero, el grabado intervenido; y debajo, el grabado original.
Pero todo artista conceptual que se precie esconde su flagrante falta de honestidad y de talento, primero y según la autora, con una completa sumisión a la autoridad del curador (verdadero protagonista de este falso arte, donde el artista es en verdad irrelevante); y segundo, con una buena dosis de pseudofilosofía barata. En este caso, a juicio de estos señores, cito, la bidimensionalidad del grabado no alcanza el realismo de la crueldad en la imagen. Una forma muy estética, de justificar la intervención descarada de una obra cruda y penetrante.
Podríamos estar ante una muerte silenciosa del Arte. Y es que, bajo este relativismo extremo, cito a Lésper: el concepto y el contexto trasforman los objetos en arte; el arte son ideas, no obra; todo el mundo es artista; cualquier cosa que el artista designe como arte es arte y, por supuesto, el curador tiene supremacía sobre el artista. Esta carencia de rigor ha permitido que el menor esfuerzo, la ocurrencia, la falta de inteligencia, sean los valores de este falso arte y que cualquier cosa pueda exhibirse en los museos.
Para revertir este decadente proceso es menester, por un lado, combatir los dogmas posmodernos. Y por otro, y no menos importante, asumir que no todos podemos ser artistas. El arte es, en resumen, una suma de práctica y talento. La repetición es algo que está al alcance de todos. ¿El talento? Bien, todos podemos ser talentosos en algo, pero no todos tenemos talento para el arte. Y eso no tiene nada de malo. No nos debe acomplejar recuperar la figura del artista, del genio. Al contrario: tenemos el derecho y el deber, de valorar a aquellos cuyo trabajo tiene la capacidad de emocionarnos, de conmovernos. Así como el derecho y el deber, de denunciar a los vendedores de humo.
El ensayo está disponible, gratuitamente, en la web de la autora.
Autor
Responsable de edición y redacción y del Área de Cultura, Memoria y Efemérides.
Galicia.
Editor y miembro del Equipo coordinador de Revista La Comuna
Nunca antes habían exisitido tantos “artistas” con su nombre impreso en interminables listas de galerías y ferias de arte. También es llamativo el tipo de textos con los que se describen las obras contemporáneas, líneas desternillantes de amplias resonancias con adjetivos y sustantivos abstractos referidos a espacios, experimentación, lenguaje…
Buenísimo el articulo. Saludos.