
El cuarto Estado. Obra realizada en el año 1901 por Giuseppe Pellizza da Volpedo
La naturaleza en el Materialismo Histórico: la desposesión en el mundo rural.
De sobra es conocido que el sistema capitalista sólo pudo nacer y sólo es capaz de subsistir en base a la explotación de las dos únicas fuentes de riqueza: el trabajo y la naturaleza. Una explotación que, al igual que el capitalismo mismo, basa su origen y existencia en (como diría Engels) la división de la producción en dos lados contrapuestos: el natural y el humano. Esta división, a su vez, tiene su origen en la propiedad privada de los medios que permite desarrollarla y que propicia y permite la acumulación capitalista. Si nos trasladamos a la etapa en la que se produjo la transición al capitalismo, encontramos que el nacimiento de la propiedad privada de cualquier medio de producción se encuentra estrechamente ligado a la propiedad privada de la tierra, de la naturaleza, de los suelos… medios obtenidos mediante la violenta desposesión y cercamiento del campesinado, del mundo rural. El propio Engels afirmaría que la primera condición de la actividad humana es el suelo.
Fue esta primera división entre el ser humano y la naturaleza la que permitió el comienzo de la transición al sistema capitalista. Sin ella no podrían entenderse ni haberse desarrollado la división nacional e internacional, así como no habría sido posible la profundización de la división sexual del trabajo. Esta última se produjo de manera simultánea a la alienación del ser humano respecto a la naturaleza, y es que estos dos procesos se fundamentaron en los tres pilares fundacionales que llevarían a forjar la estructura del nuevo modelo productivo. A través de estos pilares se generó, mediante la violenta disciplina forzosa, una nueva clase social, el proletariado, y una nueva sociedad, la capitalista. Estos tres pilares de la nueva superestructura (bases ideológicas, culturales, jurídico-políticas…) fueron: la Iglesia, el Estado y el Racionalismo Científico.
La iglesia construyó la justificación ideológica para la división del ser humano y la naturaleza. Esta división lleva y llevaba implícita la propia división del ser humano, que deja de ser un todo para encontrarse completa y radicalmente separado de su cuerpo. Así, lo que es el alma, debía someter al cuerpo pues éste representaba lo salvaje, lo diabólico, lo rebelde, lo sexual, lo irracional… en definitiva, representaba el lado natural del ser humano. De esta manera y al mismo tiempo, el ser humano (su alma), queda separado y elevado sobre la naturaleza que lo rodea, a la que debe someter, violar y explotar para alcanzar la máxima producción, el máximo beneficio.
Por otra parte, el racionalismo científico actuó de una forma similar. Transformó y aportó la gran explicación científica, la justificación biológica para el nuevo orden social. Al igual que en el caso de la religión, el cuerpo ya no era lo que somos, sino que pasaba a ser una mera herramienta bajo la propiedad de algo superior, en este caso, la razón. Una razón nacida, como el alma, para someter al cuerpo. Éste queda degradado y también se transforma en algo externo al propio ser, lo que permite que el cuerpo sea violentado mediante su mecanización, una mecanización que le da al cuerpo la razón de ser en la producción. De este modo, ahora es la razón la que somete y explota a la Tierra, que es degradada al igual que el cuerpo para elevar la producción que posibilita el desarrollo de la acumulación capitalista y en consecuencia, su implantación, extensión y profundización.
Así, la naturaleza queda separada, independizada y sometida a la razón, al cuerpo mecanizado, a la producción… esto es, al beneficio económico de la nueva clase dominante, la burguesía; y al gestor de sus propiedades, el estado.
En este contexto, la mujer, cuya posición social la había llevado a unas ciertas cuotas de poder social en la comunidad, basada precisamente en el conocimiento de la naturaleza (hierbas medicinales, ciclos naturales…), es degradada y dominada al igual que la naturaleza. El nuevo orden emergente no se podía permitir que quienes tenían como trágico destino engendrar una clase de trabajadores y trabajadoras disciplinados tuviesen el conocimiento necesario para mantener el control de su reproducción y de su sexualidad. Tampoco podían permitirse que hubiese relaciones comunales, que eran principalmente dirigidas por las mujeres y que, al mismo tiempo, tenían en la tierra, en la naturaleza, en la fuente original de toda riqueza, el cimiento de todas las relaciones sociales previas a la transición al capitalismo. En consecuencia, encontramos que la ruptura de las relaciones del ser humano con la naturaleza a través de la religión, del racionalismo científico y de la brutal represión, supusieron al mismo tiempo la división sexual del trabajo en tareas de producción y de reproducción, provocando la ruptura irreparable de las relaciones comunales, que eran a su vez la única esperanza para resistir frente al avance del capitalismo.
Por todo esto, es imposible comprender la casi permanente expulsión rural estimulada y necesaria para el avance al capitalismo, sin entender primero el papel que jugaron la separación respecto a la naturaleza y la división sexual del trabajo en dicho proceso histórico de abandono (siempre forzoso) de la tierra, esto es, de sus medios de subsistencia y, en consecuencia, de su independencia y de su vida. Los resultados de este proceso fueron dramáticos. Por un lado, posibilitó el fin de las relaciones comunales y el fin de la resistencia frente al nuevo sistema productivo al tiempo que la tierra, fuente de toda riqueza, pasaba a ser propiedad de los nuevos amos de todo, iniciando con ello la acumulación originaria capitalista. Por otro lado, el desplazamiento forzado de grandes masas de población hacia las ciudades, nuevos centros productivos, junto a la pérdida del control reproductivo de las mujeres y su sometimiento al devaluado trabajo reproductivo, generaron las condiciones necesarias para la creación de un ejército de reserva, disciplinado y sin posibilidad para generar sus propios medios de vida creando, por tanto, las características para la explotación hasta la destrucción de la segunda fuente de toda riqueza: la fuerza de trabajo.

Del campo a la ciudad, el nacimiento del proletariado.
Como dirían Marx y Engels, “es la sociedad burguesa la que lleva a la perfección esta dominación de la tierra y a través de ella de la dominación de toda la humanidad” y es, como hemos visto, esta dominación la que lleva a la aparición de “una clase amenazada por la total pérdida de su humanidad, y que sólo podía emanciparse a través de la total emancipación de la humanidad”, el proletariado.
Una vez hemos analizado resumidamente la importancia de la alienación del ser humano respecto a la naturaleza durante la transición al capitalismo, debemos tratar de comprender la más evidente de sus consecuencias, la división del trabajo en gran parte de las naciones del mundo y la división de sus capas populares, es decir, la aparición de un mundo rural y un mundo urbano, de un mundo industrial y un mundo campesino, dos mundos con intereses enfrentados y en condiciones de una fuerte desigualdad.

Portada del original del Manifiesto Comunista publicado en Londres en 1848, escrito por Karl Marx y F. Engels.
En el propio Manifiesto Comunista se señala que el capitalismo ha sometido el campo a la ciudad, pero es más, únicamente el dominio de la ciudad sobre el campo pudo permitir no solo la acumulación originaria, sino también la acumulación capitalista al mismo tiempo que supuso la ruptura de las relaciones comunales y, en consecuencia, de las formas y las posibilidades de resistencia frente a la esclavitud del salario.
Tal y como hemos visto, la separación entre el mundo rural y el urbano no es algo trivial.
Dicha división requirió la acción unificada del conjunto de clases que formaban la élite dominante (señores feudales, mercaderes, patricios, obispos, papas, la emergente burguesía…) en una alianza que llevaría a cabo una de las mayores y más brutales acciones represivas y contrarrevolucionarias jamás vistas. Tanto que haría saltar por los aires las relaciones sociales y productivas existentes hasta el momento arrastrando el mundo a una nueva era, tanto que hoy en día seguimos inmersos dentro de ese estado contrarrevolucionario permanente y preventivo. Fue la unión de estas élites la que a través de sus herramientas de dominio y represión constituyó la violenta base del estado moderno. Primero, a través de la Inquisición, para después incorporar esa maquinaria represiva en las estructuras esenciales del nuevo estado. Durante años, estos enemigos naturales, burgueses y señores feudales, colaboraron para destruir la amenaza que los unía, para acabar con la resistencia, para desposeerla de sus medios de vida y subyugarla a la esclavitud moderna, para dominar y controlar el cuerpo femenino y estatalizar a través de éste, el poder reproductivo de la fuerza de trabajo. La caza de brujas en el viejo continente y también en el nuevo mundo fue esencial para la construcción del mundo tal y como lo conocemos, así como la invención de los caníbales en el nuevo mundo para poder “justificar” todas las atrocidades cometidas.

Caliban y la Bruja, Mujeres, Cuerpo y acumulación Originaria. Silvia Federici. Análisis sobre la importancia de la Caza de Brujas y la colonización durante el proceso de acumulación originaria de capital.
Hoy, ya no se sobrenaturaliza al enemigo a derrotar por el imperialismo, tanto se ha avanzado en esta civilización que ahora se hace en nombre de la paz y de la democratización de los pueblos que tienen la desgracia de seguir poseyendo recursos naturales o posiciones geoestratégicas de interés.
La represión brutal necesaria para la transición al capitalismo y la división rural-urbana requerían de un estado formado por las clases dominantes. La ingente acumulación capitalista generada mediante la desposesión y la explotación, y la aparición de la gran ciudad moderna (la ciudad como centro productivo) no sólo permitió, sino que necesitó y promovió la profundización del estado burgués moderno que todos y todas conocemos.
Un estado que facilitaba la administración de las propiedades y los beneficios de la burguesía, al mismo tiempo que aseguraba, a través de la ley y el orden, la paz social, mediante la violencia directa e indirecta sobre la nueva clase social: el proletariado. El estado se convierte así en gestor de las relaciones de clase y a su vez, en supervisor de la reproducción de la fuerza de trabajo. A partir del siglo XV las relaciones sexuales y todas las actividades improductivas quedaron prohibidas y fueron perseguidas (ya en 1179 comenzó a perseguirse la homosexualidad), se animó a la reproducción y la prostitución fue institucionalizada mediante burdeles municipales como medida de cooptación de los trabajadores, sobre todo los más jóvenes y rebeldes, también como medida de freno a los antagonismos de clase, puesto que provocaban la división en el seno de la clase obrera al fomentar una creciente hostilidad hacia las mujeres, cuya posición social no se había ni volvería a recuperarse desde la Caza de Brujas.
Ese mismo estado garantizó la expansión colonial, la barbarie y la guerra en nombre de la nación y de la patria para ocultar su nombre verdadero, el de la acumulación capitalista de las élites burguesas nacionales. Especialmente, desde 1494 y a partir del siglo XVI con las guerras como respuesta a la resolución de las crisis económicas y con la aparición de grandes ejércitos profesionales. Sin embargo, el papel del estado logró ir mucho más allá y no se mantuvo “ajeno” a la sociedad, sino que con largos años de dominación y disciplina logró penetrar en ella, hasta tal punto que la propia sociedad reprodujo en su seno los roles del estado representados en el hombre, padre y “cabeza de familia”. Él pasó a ser el símbolo y el poder del estado en su unidad estructural y fundacional, con ello la carrera por la individualización total del ser humano se aceleraba, provocando el paso de la familia extensa a la familia mononuclear. Este hecho se ve impulsado por la crisis de sobreproducción conocida como El Pánico de 1873.

Guerra de los campesinos alemanes.
Fue precisamente el mundo rural el que aportó la mayor parte de vidas en la resistencia contra los señores feudales y también contra la ofensiva contrarrevolucionaria del capitalismo levantada por el conjunto de las clases dominantes. Como ejemplos de resistencia del mundo rural frente a la transición al capitalismo, encontramos: El Levantamiento Campesino Inglés (1381), la Revuelta Campesina Flandes Marítimo (1325-1328), el torbellino revolucionario francés (1379-1382), la Guerra de las Remesas en España (1462-1486), la Guerra Campesina de en Alemania que acabó con 100.000 rebeldes muertos (1525) o las Guerras Campesinas (1549, 1607, 1628, 1631). Aunque también hay que destacar luchar urbanas como en Brujas (1378), o la democracia obrera de Gante (1335) que en 1378 lograría tener éxito pudiéndose considerar la “Primera Dictadura del Proletariado”, que finalmente terminaría con 26.000 asesinados en 1382, o la rebelión de Kett (1549) cuando 16.000 desposeídos tomaron Norwich.
Se puede considerar que el primer gran éxodo del campo se dio en el siglo XIII,en el que destacó el exilio de las mujeres del campo a la ciudad, donde se encontraban menos subordinadas al hombre, y que las clases dominantes no tardarían en controlar por medio de una violenta reacción misógina. No obstante, el mayor ataque del capital contra el mundo rural y el campo se produjo en el siglo XVI, destacando las fechas de 1518 y 1548, puesto que en esta época se pondría fin al sistema de campo abierto y se introducirían los terribles cercamientos. Estos no solo provocaron el fin de la aldea feudal, sino que muchas de éstas serían demolidas por completo, fueron estos cercamientos el fin de la consideración de la tierra como elemento común, como elemento de cohesión social, de solidaridad y autogobierno campesino. Lo común, al igual que ahora pretenden hacernos pensar de lo público, pasó a ser considerado retrógrado e ineficiente.
Con los cercamientos se inició el fin de las relaciones comunales, aparecieron los contratos individuales y daría comienzo una resistencia histórica, que fue acompañada de una represión también brutal e histórica, la Caza de Brujas, cuyo periodo de mayor crueldad e intensidad ocupó dos siglos de nuestra historia (XVI-XVII). Destacando entre los años 1580-1630 donde se extendió una política de guerra psicológica contra las brujas logrando transformarlas en una verdadera psicosis de masas. Aunque ya en el siglo XV la “magia” (conocimiento natural) pasó a serconsiderada el máximo crimen contra Dios, la Naturaleza y el Estado. El 80% de las víctimas en Europa fueron mujeres, porque fueron precisamente ellas las que opusieron mayor resistencia, por ejemplo en 1607, 37 mujeres (capitán Dorothy) atacaron a los mineros del carbón por trabajar en la tierra común de la aldea, también porque eran ellas las que sostenían las relaciones comunales. Muchas de las mujeres ejecutadas eran en muchos casos mujeres ancianas, porque ellas recordaban de primera mano los tiempos de las relaciones comunales y eran ellas las que mostraban mayor hostilidad hacia las élites locales. Fue así como no solo se logró degradar, demonizar y destruir por completo la posición social de la mujer, sino que a través de esto conseguir acabar con las relaciones comunales y con la memoria de lo que una vez habían sido bienes comunes. Fue así como el útero femenino fue usurpado por los mismos que habían usurpado la tierra común, así el cuerpo femenino fue cercado por los mismos que habían cercado la aldea y sus relaciones comunales, así el control de la mujer sobre su propio cuerpo fue arrancado y sometido a los interés mercantiles del estado burgués y al salario del hombre.
“La persecución y dominación contra la mujer, fue y es, también y sobre todo, una cuestión de clase.”
La última mujer europea condenada por brujería fue Anna Göldi en 1782, acusada de haber hecho enfermar a la hija menor de la familia del médico y juez Jakon Tschudi, miembro de la élite de Glarus, tras tres meses de interrogatorios y torturas Anna Göldi terminaría confesando haber hecho un pacto con el diablo. Al parecer la “excusa” de su propio jefe para acusarla de brujería fue la relación sentimental que sostuvo con ella por el miedo a que se hiciese pública y terminase con su carrera política. Pruebas de que la caza de brujas, como máxima expresión de la persecución y dominación contra la mujer, fue y es, también y sobre todo, una cuestión de clase.

Albert Marquet. 1875-1947. Paris. Vue de Saint Jean de Luz. 1907.
“El ambiente de terror y sospecha fue tal que únicamente se tiene constancia de una organización masculina que mostrase su repulsa a la Caza de Brujas, la flota de bacalao de St-Juan-de-Luz del País Vasco.”
Pero la Caza de Brujas jugó un papel aún más esencial, que permite explicar el triunfo del capitalismo, consiguió convertir en el enemigo a una parte de la población, creando un clima permanente de persecución, de sospecha y de terror. Un ambiente similar al que veríamos en épocas posteriores cuando el capital utilizase el fascismo para acabar con la disidencia y la organización de clase. Ese clima permitió dividir el seno de las capas populares y, en consecuencia, permitió quebrantar toda posibilidad de resistencia. El ambiente de terror y sospecha fue tal que únicamente se tiene constancia de una organización masculina que mostrase su repulsa a la Caza de Brujas, la flota de bacalao de St-Juan-de-Luz del País Vasco. La bruja era el sujeto social más peligroso, porque la independencia y la libertad de la sexualidad femenina evitaba el control sobre aspectos esenciales para la acumulación capitalista: la procreación, la herencia de la propiedad privada y la pérdida de tiempo y energía de trabajo no dedicado a su nueva tarea exclusiva, el trabajo reproductivo.
Para hacernos una idea de qué forma la Caza de Brujas fue indispensable para engendrar al capitalismo, es necesario desvelar someramente los símbolos que esconde.
Las brujas se reunían de noche, porque el ámbito nocturno implicaba la violación de la regulación de la vida que el capital pretendía imponer, la noche era contraria al tiempo de trabajo capitalista, además suponía un ataque a la propiedad privada y la ortodoxia sexual. La noche era tiempo de brujas y debía ser temida, porque sus sombras quebrantaban las distinciones entre sexos, entre lo mío, lo tuyo, lo nuestro. Por otro lado, su capacidad de volar representaba la movilidad de los inmigrantes y a los trabajadores itinerantes, en un tiempo en el que la nueva exigencia de la disciplina de trabajo requería la fijación de los trabajadores en las proximidades del centro de su esclavitud. También la bruja era simbolizada como una mujer anciana y fea, porque también la sociedad se dividió por edades, y porque las personas de la tercera edad eran elementos improductivos para el capital y, además, en el caso de las mujeres representaban la sabiduría y ante todo la memoria de un tiempo pasado, la memoria de la tierra, de la resistencia, de las relaciones comunales… Memorias que el sistema capitalista jamás podría haberse permitido como tampoco puede permitírselas hoy. La bruja era el resultado de la demonización de lo común, de la libertad, del cuerpo y de la capacidad para tener una vida independiente, sin sometimiento a un amo. Era la demonización de la utopía, de la rebelión y del colapso de los roles sexuales, también la demonización de un uso del tiempo y del espacio contrarios a la disciplina del trabajo capitalista, representaba por tanto, la demonización de la propia vida.
Por desgracia, la Caza de Brujas no ha terminado ni lo hará bajo un sistema de contrarrevolución preventiva, aunque ha cambiado sus formas y sus nombres, como tampoco han terminado los cercamientos en el mundo rural y, especialmente, en los países sometidos y saqueados por el imperialismo.
El golpe definitivo del capital contra el mundo rural se produjo a través de la revolución industrial (XVIII).
Sin embargo, el golpe definitivo del capital contra el mundo rural se produjo a través de la revolución industrial (XVIII), una revolución que solo pudo darse a partir de la acumulación originaria y que solo se desarrollaría tal y como había venido al mundo: bajo la explotación, la violencia y la muerte. La revolución industrial permitió una segunda fase de liberación de fuerza de trabajo, tras la primera liberación orquestada por la desposesión de sus medios de vida, de la tierra, mediante la introducción de la maquinaria agrícola, ampliando así el ejercito de reserva necesario para el sostenimiento de la explotación, cada vez más atroz, de la clase trabajadora. A riesgo de parecer ludista, la máquina no vino al mundo para aumentar la seguridad en el tajo o para reducir la dureza del trabajo, sino para disminuir los costes de la producción, sino para aumentar la acumulación de capitales en manos de la clase dominante. La máquina bajo la propiedad de la burguesía y de los terratenientes nació para sustituir a los trabajadores, unos trabajadores cuyos cuerpos no habían sido mecanizados a la perfección, puesto que seguían sintiendo la fatiga, seguían haciéndose viejos e improductivos, seguía cayendo la muerte sobre ellos y ante todo podían organizarse y rebelarse.
El desarrollo industrial en las potencias imperiales marcó para siempre el destino de toda la humanidad, puesto que supuso su total quebrantamiento, incluso el ser humano como individuo quedó desposeído de si mismo, de su cuerpo y de la naturaleza, así como de sus poderes sociales. Tal y como dice Silvia Federicci en Calibán y la Bruja “El desarrollo de las potencias industriales de los trabajadores fue a costa del subdesarrollo de sus poderes como individuos sociales”.
Al tiempo que el ser humano era y es cercado dentro de su propia y falsa individualidad, la sociedad era y continúa siendo fracturada en múltiples aspectos, en el que nos ocupa, la ciudad dirige al campo y lo consume sin medida, mientras el campo carece de oportunidades y de capacidades para hacerse oír y, menos para resistir.
Según los datos del Banco Mundial, la población rural en Alemania ha pasado del 29 al 24 % entre 1960 y 2017, en Dinamarca se ha reducido desde el 26 al 12 %. Mientras que en Argentina el cambio ha sido del 26 al 8 %, en Brasil, de un 54 a un 14% y en Bolivia, del 63 % al 31 %. En el caso de España, la reducción ha sido mayor si la comparamos con los países del centro imperial de la Europa, ha pasado de un 43 % en 1960 al 20 % en 2017.
A partir de estos datos se puede comprobar que la tendencia es prácticamente la misma en todos los estados.
El mundo rural sigue nutriendo con recursos y en habitantes a unas ciudades que no cesan de crecer. Evidentemente, existe una clara diferencia entre aquellos países que forman parte del centro del poder imperialista, en los que la acumulación por desposesión y el desarrollo de los poderes industriales se produjo antes y a costa de otros pueblos, y los países de la periferia, en los que los recursos son y fueron saqueados por los primeros y cuyos poderes industriales están en pleno desarrollo a través de la agresión y explotación directa del imperialismo, por medio de, entre otras cosas, la deslocalización productiva.
Esta división rural-urbana provoca una fractura brutal en el seno de la sociedad, que arrastra al mundo a un incremento de la separación del hombre y la mujer de la naturaleza y, en consecuencia, profundizando en el resto de fracturas creadas por el capital dentro de nosotros mismos, amén de un aumento de la dependencia en las relaciones de producción y, por tanto, en un mayor nivel de sometimiento, explotación y estrés. Divisiones que no son más que medio y resultado del proceso permanente de acumulación capitalista y que en el caso que nos ocupa lleva a la desigualdad en el acceso a la sanidad, a la educación, a la cultura… y también en la capacidad de resistencia, de organización, de lucha y de participación política, violando derechos básicos como el derecho a huelga.
Además, hay que tener en cuenta también las estructuras caciquiles dominantes en el mundo rural, que permitían y permiten en muchos casos mantener secuestrada la voz de los pueblos. Una de las consecuencias que se podría poner como ejemplo fue el triunfo de las candidaturas republicanas en las capitales de provincias, pero no en los pueblos en las elecciones del 12 de abril de 1931, que darían lugar a la proclamación de la II República española. Esto se debió a la propia situación de dominación que el cacique o los caciques ejercían sobre la población rural, pero también a leyes como el artículo 29 de la reforma electoral de 1907 según el cual, si se presentaba una única lista, algo muy común en los pueblos pequeños tanto por la falta de población como por la propia presión caciquil, no era necesario celebrar elecciones.

Montaje de escenario. Misiones Pedagógicas. 1934.
Como contraparte hay que poner de ejemplo a como ese nuevo gobierno de carácter progresista y social trató de poner límite a los abusos caciquiles en el mundo rural a través de la promoción de la cultura y la educación, por medio de las Misiones Pedagógicas y la construcción de escuelas (22.291 hasta 1936, y la construcción de escuelas continuaría en plena Guerra Nacional Revolucionaria), y a través de leyes como la Ley de Términos Municipales o la Ley de Laboreo Forzoso. Todo esto permitió que se propulsase el crecimiento de las organizaciones políticos-sociales de clase también en el mundo rural, además de potenciar sus capacidades de lucha y resistencia.
Sin embargo, han pasado muchos años y mucho se ha perdido. Podríamos pensar que la globalización ha logrado cuanto menos diluir la frontera entre el mundo rural y el mundo urbano. Sin embargo, la globalización, junto a la reducción de la brecha digital, solo ha logrado extender el neoliberalismo social a través también del mundo rural, rompiendo sus relaciones sociales más extensas e individualizándolas. Aunque este hecho no se ha dado de la misma forma en las ciudades y en los pueblos con menor número de habitantes. Curiosamente, en este mundo capitalista y reaccionario, en general, a más habitantes, mayor grado de aislamiento.
Pese a lo dicho hay que añadir que la brecha digital sigue estando vigente, aunque se ha visto reducida. Según datos del Ministerio de Industria, el número de internautas es de 19 millones, de los cuales casi el 50% viven en ciudades, mientras que el 17% lo hace en pueblos de menos de 10.000 habitantes.
Como hemos visto, el capital necesitó nutrirse del mundo rural y únicamente a partir de la destrucción del mismo y de su sometimiento a la nueva ciudad emergente logró desatar las enormes fuerzas productivas que permitieron un nivel de generación de excedentes y de acumulación de riquezas como nunca antes se había logrado. Fue esta devastación del mundo rural desarrollada en todos los continentes la que permitió la extensión del imperialismo y de su barbarie, lo que provocó la retroalimentación de ese gran monstruo, que es el sistema capitalista. En consecuencia, no debemos pensar que el capitalismo sea indiferente frente a la cuestión rural o que este mundo rural resulte anticuado, ineficiente o improductivo… sino que en mi opinión tiene un interés muy concreto sobre él, un interés, que como por “evolución natural”, conduce irremediable e interesadamente a la extinción de todo el mundo rural.
El capitalismo no solo se desarrolló embistiendo contra todo lo que representaba el mundo rural: relaciones sociales, naturaleza… sino que la persecución sobre el mismo está en su propia naturaleza, tanto desde el punto de vista de explotación de las dos fuentes de riqueza: trabajo y naturaleza, como desde el punto de vista del derrocamiento de toda forma de resistencia frente a la violencia del capital en su fase imperialista y/o en su forma fascista. Por ejemplo, encontramos la táctica de las aldeas estratégicas, confinamientos obligatorios llevados a cabo por las potencias imperiales sobre aldeas enteras en Vietnam (1962) y en Guinea Bissau, perpetrados por EE. UU y Portugal, respectivamente, también en Angola y Mozambique, y que tenían como objetivo impedir la asistencia vecinal al movimiento guerrillero. De un modo similar, el ataque imperialista y fascista contra el pueblo español y contra la República provocó la persecución de los habitantes del mundo rural, colaboradores en asistencia e información de la resistencia guerrillera de los maquis, amén, de como mencioné anteriormente, la creación de un clima de vigilancia y sospecha similar al que se produjo durante la Caza de Brujas.
Hoy, no se puede decir que en los países del imperio haya una persecución directa contra el mundo rural, pero si hay un rumbo firmemente marcado hacia su desaparición, como ya ha quedado demostrado con los datos anteriores. Y es que el abandono del mundo rural, supone la liberación de la tierra, en su más estricto y terrible sentido mercantil, sin que haya nadie capaz de oponer resistencia o sin que tenga la importancia necesaria para que dicha resistencia tenga voz fuera de su entorno más reducido.
El abandono del mundo rural, supone la liberación de la tierra, en su más estricto y terrible sentido mercantil.
Los okupas de Fraguas, quienes repoblaron el pueblo abandonado en 1968 en Castilla la Mancha, fueron condenados a año y medio de cárcel y a pagar 16.380 euros o, de no producirse el pago, tres años de prisión. Al mismo tiempo, los proyectos de ganadería intensiva con más de 2.000 cerdos se multiplican en las zonas más despobladas del estado español, especialmente en Castilla-La Mancha, donde se ha incrementado la movilización vecinal a través de una gran cantidad de plataformas locales agrupadas en la Coordinadora Estatal Stop Ganadería Industrial. En Gamonal pretenden instalar dos explotaciones de 7.200 cerdos cada una. El anterior gobierno sacó a subasta 15.000 parcelas rústicas, la mayoría en zonas afectadas por el despoblamiento rural, de las que ha logrado vender 8.239 por un valor de 23,7 millones de euros. También han autorizado que se construya un complejo religioso de casi 15.000 m2 en una parcela de suelo protegido en Burgohondo (Ávila). A esto es necesario añadir todos los intentos y logros de los grandes propietarios de fincas de usurpar la poca tierra que aún sigue siendo un derecho común: caminos, coladas, ejidos abrevaderos… La situación es aún más grave en los países de la periferia, con los asesinatos de líderes sociales y la persecución permanente contra los pueblos originarios, como el pueblo Mapuche.
Al mismo tiempo podríamos dividir el mundo rural de sierra en dos, aquellos que poseen elementos naturales atrayentes y los que no.
Los primeros se transforman en elementos productivos mediante la actividad turística masiva, mientras que los segundos quedan condenados a no poder desarrollar actividades económicas y, como consecuencia, al abandono y, por ende, al expolio y la usurpación de sus bienes en manos del capital.
En este sentido, es necesario hablar de los parques naturales y demás elementos “protectores” de la naturaleza. Estos no suponen casi nunca una verdadera protección. Se reducen a una forma estatal de propiedad, siendo el estado una estructura burguesa que defiende únicamente los intereses de esta clase social, los parajes de mayor riqueza ecológica quedan subordinados al interés privado de la burguesía o del estado burgués, siendo en este caso la existencia de los elementos de protección de parajes dependiente por completo de la rentabilidad económica extraíble de estos. Así aquellos entornos bellos son brutalmente sometidos al turismo, salvo en los casos en los que la explotación de un recurso determinando sobre ese territorio genere más capital (caso del almacenamiento de gas en Doñana, de la sobreexplotación de sus acuíferos, de los intentos de búsqueda de petróleo en Canarias, del proyecto de extracción de uranio en Salamanca,y así podríamos continuar en una larga y terrible lista).

Años 70. Chabolas y chozas construidas a los pies del Barrio del Pilar en Madrid. El masivo éxodo rural hacia las capitales de Madrid y Barcelona a partir de los años 50 dieron paso a nuevos “barrios” que solo conseguirían condiciones aceptables de vida tras años de lucha. La mayoría de los inmigrantes procedían del campo andaluz y extremeño. Para más información, os recomendamos el documental “La Ciudad es Nuestra”.
Claramente mientras se pueda se llevarán a cabo todas las actividades posibles simultáneamente. Mientras el resto de parajes quedan sometidos a la negación de su existencia mediante la explotación sin medida, puesto que esta carecerá del rechazo de la opinión pública, por mero desconocimiento y, por tanto, las posibilidades de éxito de la resistencia quedan totalmente mermadas. Mientras tanto llegaba a la ciudad una inmensa capa de población desposeída de, absolutamente, todos sus medios de vida. Una capa de población que constituiría un inmenso ejército de producción, cuyas condiciones serían las óptimas para ser sometidos a la explotación más brutal y que permitirían la continuación de la acumulación capitalista, ahora a través de la explotación de la segunda fuente de riqueza: la fuerza de trabajo. Esa misma población levantaría los extensos suburbios que terminarían por crear la moderna ciudad industrial, una población que viviría bajo unas condiciones inhumanas al tiempo que el Estado Burgués mantenía la persecución de la ociosidad, de los vagabundos, de los mendigos; en general, perseguía y castigaba cualquier intento de resistencia frente a la esclavitud del salario y a cualquier persona que no estuviese sometida a él, sin más.
Este abandono del mundo rural y su correspondiente gran concentración de población en las ciudades, produjo lo que Marx denominaría fractura metabólica.
Tal y como publicaría en El Capital (3 vv.), “un desgarramiento insanable en la continuidad del metabolismo social, prescrito por las leyes naturales de la vida”. Esta idea pudo ser desarrollada por Marx gracias a su interés en los avances en la comprensión de las propiedades químicas de los suelos a partir de la aparición y crecimiento de la agricultura industrial del siglo XIX y la revolución en la química agrícola. De especial importancia fueron los autores Justus von Liebig en Alemania y James F. W. Johnston en Gran Bretaña por sus estudios y críticas a la desaparición de los nutrientes de la tierra debido a la agricultura capitalista.
También George Waring y Henry Carey resaltaron la relevancia de que se estaba y se está produciendo un transporte permanente a largas distancias y en único sentido del campo a la ciudad, de los países de la periferia a los países centrales… un transporte que supone la sustracción constante de los nutrientes del suelo y, en consecuencia, su degradación más absoluta y la necesidad de recurrir a los fertilizantes. De hecho, la necesidad de suministrar nutrientes al suelo para mantener su capacidad productora llevó al desentierro y transporte de huesos humanos procedentes de los campos de batallas napoleónicas y de las catacumbas de Europa, pero sobre todo a la “fiebre del guano”, que era extraído mediante trabajo forzado en las costas de islas cercanas a Perú.
Sin embargo, las contradicciones donde desembocaba la agricultura industrial no solo se circunscribían a la pérdida de la capacidad de reproducción del propio suelo, sino que como escribiría Liebig, todos los nutrientes que eran extraídos del suelo a través de la producción agrícola viajaban a las ciudades, donde terminaban convirtiéndose en un problema severo de contaminación urbana, especialmente en los nutrientes agrícolamente fundamentales: nitrógeno, fósforo y potasio.
El propio Marx definiría proceso de trabajo como una relación metabólica, mediada socialmente, entre la humanidad y la naturaleza, un metabolismo que no era resultado de la interacción de dos partes separadas (humanidad y naturaleza) sino unidas fieramente a través de la producción y, en consecuencia, bajo un carácter netamente humano-histórico y, en consecuencia, explicable bajo los principios del materialismo histórico. Y precisamente, el nacimiento de las formas de producción capitalista llevó a la ruptura de ese metabolismo, es decir, a la creación de una fractura entre los seres humanos y la naturaleza, una fractura irreparable e irreconciliable bajo dicho modelo productivo. Puesto que en la economía mercantil capitalista son los valores de cambio y no los valores de uso, los que dominan la producción social y como resultado, desangran y quebrantan el metabolismo social entre el ser humano y la naturaleza.
Marx en El Capital escribiría:
“Con la preponderancia incesantemente creciente de la población urbana, acumulada en grandes centros por la producción capitalista, ésta por una parte acumula la fuerza motriz histórica de la sociedad, y por otra perturba el metabolismo entre el hombre y la tierra, esto es, el retorno al suelo de aquellos elementos constitutivos del mismo que han sido consumidos por el hombre bajo la forma de alimentos y vestimenta, retorno que es condición natural eterna de la fertilidad permanente del suelo. (…) Pero a la vez, mediante la destrucción de las circunstancias de ese metabolismo, (…) obliga a reconstituirlo sistemáticamente como ley reguladora de la producción social y bajo una forma adecuada al desarrollo pleno del hombre.(…) Todo progreso de la agricultura capitalista no es sólo un progreso en el arte de esquilmar al obrero, sino a la vez en el arte de esquilmar el suelo; todo avance en el acrecentamiento de la fertilidad de éste durante un lapso dado, un avance en el agotamiento de las fuentes duraderas de esa fertilidad. (…) La producción capitalista, por consiguiente, no desarrolla la técnica y la combinación del proceso social de producción sino socavando, al mismo tiempo, los dos manantiales de toda riqueza: la tierra y el trabajador”.
Hoy en día es evidente que las contradicciones a las que el sistema capitalista nos expone y somete, en el terreno de los ecosistemas y la naturaleza en general, no solo se sitúan en la degradación total de los suelos, sino que la fractura o las múltiples fracturas metabólicas que genera abarcan y ponen en peligro a toda la naturaleza y también, a toda la humanidad, no olvidemos que ésta es parte de la primera.
Como hemos visto, el modelo de producción capitalista genera fracturas metabólicas múltiples, escollos insalvables mientras el sistema capitalista perdure, aunque podrían verse como un único escollo, como una única fractura entre la humanidad y la naturaleza, una fractura que hace insostenible la producción que la humanidad requiere para su propia subsistencia. Así, no solo los suelos pierden sus nutrientes y se desertifican, reduciendo año tras año su fertilidad, su reproducibilidad y la superficie cultivable en el mundo, sino que también se reduce año tras año la cantidad de agua dulce potable y utilizable a escala global, sino que también reduce año tras año la biodiversidad del por el momento el único planeta con vida conocido, sino que provoca la extinción de especies, la aparición de plagas cada vez más difíciles de controlar y la desaparición de ecosistemas por completo bajo las garras de su producción y reproducción.
Un sistema bajo el cual se arrojan a los cielos el aliento constante de la explotación, al tiempo que deforesta y destruye los bosques y selvas que podrían purificarlos, rompe todos y cada uno de los ciclos de la naturaleza, destacando la ruptura del ciclo del carbono con la combustión de los combustibles fósiles y el resultante cambio climático, punto y final que coloca el sistema capitalista sobre toda la humanidad y también sobre toda la naturaleza. A partir de ahí, deshielo, catástrofes naturales cada vez más terribles y frecuentes, hambres, plagas, extensión de enfermedades infecciosas… en definitiva miseria, dolor y sangre, y ante la destrucción de los recursos por parte del sistema capitalista, también debemos mencionar sus guerras para tratar de controlarlos y poder así seguir manteniendo la acumulación capitalista en manos de los enemigos de la naturaleza y la humanidad, en manos de nuestros enemigos eternos.
Para ir finalizando, hay que destacar el cambio de modelo productivo que se está desarrollando en la mayor parte de las ciudades de los países imperialistas, muy especialmente en la propia periferia del imperio, como es el caso de España, Portugal… Países en los que la deslocalización productiva, la desindustrialización promovida por los países del centro y la automatización de la maquinaria han propiciado la acumulación capitalista de forma desmedida bajo la bandera de la fase imperialista del capitalismo, secuestrando con ello no solo a los Estados y sus democracias burguesas, sino también a la voluntad misma de sus pueblos trabajadores, pervirtiendo la realidad que ha quedado escondida bajo la mentira, la manipulación y la pérdida masiva de la esperanza en un cambio verdadero y radical de nuestro mundo. Algo, esto último, en lo que la invasión de la ideología capitalista, tanto neoliberal como socialdemócrata, en todas las esferas de la vida ha tenido un papel fundacional, para la creación de un ser humano, tan quebrantado y usurpado, que carezca de su conciencia e identidad como ser social y que, en consecuencia, viene al mundo condenado a no poder desarrollarse como individuo libre y pleno, pese a todas las intentonas que pretenden hacernos creer que es a eso a lo que aspira la sociedad capitalista.
Cuando a lo que realmente aspira el sistema capitalista es a la ruptura definitiva de la propia sociedad, para levantar naciones de individuos, tan separados entre sí como para que no haya posibilidad de la creación de relaciones sociales de producción que no jueguen en favor del sistema.
Un rol preponderante en el nacimiento de los individuos nación se encuentra en el cambio de modelo productivo que se está produciendo en las ciudades, como se mencionó anteriormente. Y es que dicho cambio en las relaciones de producción y en la propia producción lleva aparejado también un golpe definitivo contra los minúsculos vestigios de las relaciones comunales, las relaciones vecinales cada vez más escasas dentro de las ciudades, lo que sumado a familias cada vez más reducidas y a la automatización industrial, viene a desmantelar nuestras capacidades de organización masiva, de solidaridad, de compromiso y de resistencia, puesto que erradica nuestras capacidades sociales.
La conversión de la ciudad de centro productivo a producto, lleva no solo a la dispersión de los vecinos y de las capas populares, que se ven obligados a marcharse a medida que el mercado turístico los va expulsando de los centros de las ciudades, sino también al crecimiento urbanístico en la periferia de las ciudades, en los que se fomenta el desarrollo de viviendas más individuales y separadas de sus vecinos, lo que nos aleja de los lazos sociales fundamentales para sostener una lucha y una resistencia frente al avance de la barbarie capitalista.

Los suburbios periféricos en EEUU se han convertido en un elemento clave del “American Way of life” o “Modo de vida americano”. Fruto del dominio cultural, económico y político se extiende por el mundo.
Porque al igual que expulsaron a los campesinos de sus tierras, hoy expulsan a los trabajadores de sus ciudades y de nuevo, las dos fuentes de riquezas: naturaleza y humanidad, se ven saqueadas, fracturadas y explotadas de una manera cada vez más intensa e insostenible. Porque con estas nuevas expulsiones hacia las zonas metropolitanas, se termina alejando a la fuerza de trabajo, los trabajadores y trabajadoras, de sus puestos de trabajo, del mismo modo que se alejó a la producción agrícola de sus consumidores, llevando a la profundización de la fractura metabólica.
Porque como escribió Marx “Esa alienación enajena al hombre de su propio cuerpo, de la naturaleza tal como existe fuera de él, de su esencia espiritual, y de su esencia humana. Que se manifiesta en la relación que establece entre otros hombres y él mismo, y con la naturaleza”.
Con todo esto podemos concluir que la relación del ser humano y la naturaleza, sigue una estrecha y fundamental relación debido a la producción y que como tal sigue las bases del materialismo histórico. Puesto que como hemos comprobado fue la alienación del ser humano respecto a la naturaleza lo que permitiría bajo la violencia y la persecución la definitiva transición al capitalismo, y que, bajo éste, podemos ver como dicha alienación va incrementándose día tras día, avanzando, incluso, en el estrangulamiento de las capacidades sociales e individuales del ser humano, que cada día más, bajo la producción capitalista, se ve convertido en un autómata empleado como herramienta para la producción y como máquina para el consumo. A este mismo tiempo, la naturaleza se degrada a pasos agigantados poniendo en serio peligro a la propia humanidad, pero creando una oportunidad sin precedentes para llevar a niveles aún más elevados la acumulación capitalista, a través de la especulación con unos recursos vitales cada vez más escasos. Porque una cosa debemos tener clara no hay salida bajo el sistema capitalista, porque bajo su modelo productivo no es posible la existencia natural, porque bajo el capitalismo lo único que puede darse es la explotación sin límites de las dos fuentes de riqueza conocidas: la naturaleza y la fuerza de trabajo, porque solo destruyendo la producción capitalista, porque solo acabando con la propiedad privada de los medios de producción podremos acabar con la especulación, la barbarie, la guerra y la extinción de la naturaleza, entre la que también se encuentra la humanidad.
Laura Cano García y Jesús Pérez López.
Bibliografía:
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Carlos París, 2009. Educación y cultura en la Segunda República, pp. 253-260
Madrid:Ediciones Akal.
Autor
Graduado en biotecnología por la Universidad Pablo de Olavide.
Máster en biología avanzada: investigación y aplicación en la línea de biología aplicada e industrial por la Universidad de Sevilla.
Doctorando en fisiología vegetal en la facultad de biología de la Universidad de Sevilla.
Muy buen articulo. Gracias por compartirlo.