“La historia de Santiago Marcos es la de todo un país mantenido entre sombras y en silencio” Reseña de David Ferrer Revull

    “Por un lado, tenemos un testimonio de primera mano de la experiencia personal del recluso clandestino y por otro una mirada de agudo observador de un mundo exterior tan distópico como su propia situación”

    Claudio Rodríguez Fer (Lugo, 1956) nos presenta el retrato biográfico y literario de Santiago Marcos Marcos (San Miguel del Valle, 1904 – Roales de Campos, 1997), cuya vida y obra poética convergen de manera integrada en un constante compromiso antifascista ya desde sus años jóvenes como entusiasta maestro de la Segunda República en Valladolid.

    Para huir de la represión asesina que se abatió sobre tantos de sus compañeros de profesión bajo las balas falangistas, este poeta “rojo, escéptico / y anticlerical” se vio obligado desde el inicio de la guerra de España a vivir a la manera de los “topos”, aquellas personas perseguidas por los fascistas por no “tener vocación ni espíritu de esclavos” que buscaron escondrijo en armarios, sótanos y cubiles disimulados, donde permanecieron clandestinamente confinados durante años e incluso décadas. La historia de estos se ha documentado en obras como Los topos (1977) de Jesús Torbado y Manuel Leguineche, que sin embargo no recogieron la de Santiago Marcos, recuperada por Claudio Rodríguez Fer en distintas publicaciones desde 1984 y ahora extensivamente recogida en este, su último título.

    Hijo de campesinos, Santiago Marcos vivió oculto en una bodega de la alquería familiar de Coto de Solaviña, Valladolid, durante veintidós años (1936-1958), al cuidado de su madre, hasta el fallecimiento de esta en 1938, y de sus hermanos Marcos y Nilo. Si gran parte de su vida se vio así transcurrir entre sombras, no menos fueron los sacrificios para su familia, que para protegerlo se abstuvo de prácticamente toda relación social externa. Durante su forzado cautiverio, Marcos permaneció alerta de la actualidad a través de los periódicos y libros que se le procuraban y mantuvo una actividad poética cotidiana, en gran parte dedicada a la condena y repulsa del fascismo. Esta obra en reclusión continuaría después de que un brazo roto delatase al preso y provocara su detención y la de sus hermanos por la Guardia Civil, afortunadamente en un momento en que la salvaje represión hacia casos como el suyo era menos intensa, lo que le permitió recuperar la libertad. O por no decir tanto, cesar el encierro estricto.

    Lo singular de este autodenominado “hombre-topo” es poder contar con la expresión literaria de su experiencia y de su percepción de los hechos que le acompañaron. Lejos de mantenerse alejado de la realidad histórica y social que le envuelve, como podríamos suponer de alguien que vive en un aislamiento casi completo, Santiago Marcos hace gala de un análisis lúcido como si, paradójicamente, desde una atalaya compusiera sus versos. Por un lado, tenemos un testimonio de primera mano de la experiencia personal del recluso clandestino y por otro una mirada de agudo observador de un mundo exterior tan distópico como su propia situación.

    Entre los temas que se desarrollan en la obra de Marcos se presenta un exhaustivo retrato de la barbarie del fascismo español. Sus rimas denuncian el alzamiento franquista en 1936 y la represión sanguinaria en los territorios donde se impuso pese a la heroica resistencia republicana (“Valderas Rojo: son, desde luego, / tus asesinos más destacados, / los señoritos, algún labriego, / guardias civiles y ensotanados”), o la colaboración imprescindible del ejército alemán para su victoria (“sobrevino la guerra nazi-fascista”). Lejos queda el modelo escolar y educativo republicano que conoció (“de la escuela -cerrada- nadie hace caso”) y de su deseo de cultura y equidad (“ya veréis cómo el rico resulta listo / y los menesterosos sois anormales”). Aun con un uso más frecuente de la observación que de la introspección, se refiere al hecho de su supervivencia cautiva en matices teresianos (“que vivo porque no vivo”) mientras abarca también cuestiones de actualidad internacional, como la batalla de Stalingrado, o más tarde la revolución de Cuba o la dictadura en Uganda. Proscrito como maestro, su persona recupera las raíces campesinas familiares y adquiere una temática sobre el medio natural local, a menudo con uso de tópicos horacianos, donde muestra su amor por los campos castellanos, mezclando ese bucolismo con su amargura por el abandono del medio rural (“¡qué emigren las golondrinas!”) o la desesperanza sobre la posibilidad de progreso social en su tierra (“viva bien o viva mal, / el labriego de Castilla / es franquista y clerical”).

    Santiago Marcos dio a conocer su obra en círculos reducidos a través de ediciones de autor (1984 y 1993) y de algunos cuadernos autopublicados. En un insatisfactorio paso por París posterior a su reclusión, no halló en el exilio francés republicano una recepción adecuada para la edición de sus poemas, considerados “demasiado fuertes”. Cabe preguntarse si, si el estilo y la veracidad del verso de Santiago Marcos, muy lejanos de cualquier tibieza y subterfugio, pueden resultar directos y explícitos, no sería también el caso, por ejemplo, del “Guernica” de Picasso y cuánto la forma puede alejarse del fondo sin traicionarlo. Así, la conservación de sus textos, básicamente clandestinos e inéditos, la debemos a la amistad y correspondencia que mantuvo Santiago Marcos con Claudio Rodríguez Rubio y con el hijo de este, Claudio Rodríguez Fer.

    “El empeño de Claudio Rodríguez Fer en la conservación del legado de Santiago Marcos y en su difusión rescata una herencia emotiva y literaria de la que él mismo será no solo depositario, sino continuador”

    En este sentido, se hace muy interesante la recuperación de su memoria por parte de otro poeta manifiestamente antifascista (epíteto que debería poder aplicarse a todo demócrata, sin cierta timidez imperante) como Claudio Rodríguez Fer. Incluso, dada la relación que este mantuvo con Santiago Marcos desde pequeño, podríamos especular sobre cómo influiría en la génesis del poeta gallego y de su compromiso social y político. No podemos decir que Santiago Marcos forme parte del canon poético de nuestra literatura. Claro es, sin embargo, que este país se quedó sin un canon natural y sí con muchas voces acalladas y una tradición mayoritariamente perdida. El empeño de Claudio Rodríguez Fer en la conservación del legado de Santiago Marcos y en su difusión rescata una herencia emotiva y literaria de la que él mismo será no solo depositario, sino continuador.

    Al valor biográfico y literario del estudio de Claudio Rodríguez Fer se le puede añadir el de ejemplo ejemplar de “memoria histórica”, ese oxímoron aparentemente innecesario como tal que actúa además como acto de justicia y de reparación. Quizás la necesidad del oxímoron es para contrarrestar a su contrapunto, la osada “incultura ignorante” de un país algo cainita. Para entender algo hace falta, en primer lugar, saber que existe. Cuando un poeta desde su oscuro encierro mantiene una luz de la que carece la vida española a pleno sol, esa historia, que pudiera parecer a algunos lejana en el tiempo o en las circunstancias, como si el desprecio a la razón y a la cultura no estuviera estrechando su cerco a nuestro alrededor, adquiere una actualidad necesaria. Quizás la historia de Santiago Marcos es la de todo un país mantenido entre sombras y en silencio. Ante la barbarie de la espada, Santiago Marcos alzó su “pluma noble y sencilla”, que solo prevalecerá gracias a sus nuevos lectores. Queda en sus manos.

    Autor invitado:

    David Ferrer Revull

     

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