“Ese fascismo encubierto, sistémico, siembra con su discriminación, con su “divide y vencerás”, la semilla del odio de clase que terminará por derribarlo.” Artículo de Karel Cantelar
La inmigración del Sur al Norte, organizada por las élites financieras, concentra sus esfuerzos en importar profesionales, universitarios, gente ajena a la violencia física y a las actividades antisociales, a los que en su abrumadora mayoría obligará a trabajar en labores físicas y simplificadas porque las especialidades profesionales tienen priorizados a los ciudadanos originarios, de la cultura dominante del Norte-Occidente industrial, individualista y pro-imperialista.
Se fomenta igualmente en ellos lo que inculcan los sistemas educativos públicos del Primer Mundo: la formación de profesionales muy especializados en algo muy estrecho, muy específico, que no tienen cultura general ni mucho menos cultura político-histórica. Para eso se les malnutre con paquetes mediáticos de entretenimiento pseudo-históricos y de manipulación política y psicológica.
Este sistema de inmigración se esfuerza también en inculcar a sus inquilinos la idea de un triunfo personal, simplemente porque empieza a alimentarse mejor (quizás) o a disfrutar de un medio de transporte mejor que el que tenía en su país (quizás) o por la oportunidad de siquiera ver de cerca (sin disfrutarlas) los imponentes logros arquitectónicos y tecnológicos del Primer Mundo, accesibles solamente a las élites y cuando más para la aristocracia laboral seleccionada por esa élite para atomizar a las clases trabajadoras.

Se repite, entre nativos e inmigrantes, dentro del Primer Mundo, la división internacional del trabajo que existe en el mercado internacional, fomentada desde el Renacimiento, cuando en los albores del capitalismo se hizo la acumulación originaria a costa del comercio triangular esclavista y la mita feudal impuesta a los aborígenes de las regiones conquistadas.
Se repite el esquema de dominación racista, segregacionista y discriminatoria, y se enfrenta al inmigrante “triunfador” que ha “logrado” un automóvil de segunda a plazos y una hipoteca para sí y para sus hijos, con el que se queda en el país de origen, precisamente ninguneado por las transnacionales cuyos dueños dirigen de facto las metrópolis industriales (y militares, por supuesto).
Sobre todo, se enfrenta a estos inmigrantes “exitosos” contra los que desde el Tercer Mundo luchan por la verdadera independencia, “por la cual han muerto ya tantas veces”, como dijera el Che Guevara en un discurso memorable.
Se repite así el mecanismo del Imperio Romano, que empleaba a los bárbaros germanos como defensores del Limes imperial, contra sus hermanos del otro lado de Rhin y del Danubio. Pero se ven los destellos de que los “bárbaros” de la postmodernidad se van volviendo incontenibles, porque sus países, aplastados por las transnacionales y masacrados por sus propias tropas, convertidas por el imperialismo en ocupantes de sus propias naciones, llegan a un punto en que se hace irresistible la miseria, la exclusión y la humillación.
Es cuestión de tiempo, que el imperio sucumba, aunque muchos de sus “ciudadanos” de origen se crean el mito del libremercado y el liberalismo económico y filosófico. El fascismo mundial se empodera con el fascismo cultural que se fomenta a nivel mediático y complementa todo esto, despreciando y exponiendo de manera humillante a las víctimas de la violencia cuando son “ciudadanos de cuarta” del Medio Oriente, América Latina o Asia Suroriental y compadeciendo con filtros gráficos en las redes sociales a las víctimas del Primer Mundo, esos sí, ciudadanos de primera (o de segunda, puesto que no son propietarios, estos últimos nunca estarán entre las víctimas, porque son los perpetradores).
Pero ese fascismo encubierto, sistémico, siembra con su discriminación, con su “divide y vencerás”, la semilla del odio de clase que terminará por derribarlo. Es inevitable, es necesidad histórica.
Karel Cantelar
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