Aproximación a la obra de Adam Smith: una figura distorsionada por el neoliberalismo y el libertarismo

    ” Smith realiza su contribución pionera hacia el análisis científico del modo de producción capitalista, para colocarlo como uno de los más agudos e ilustrados teóricos de la burguesía en su etapa revolucionaria. Inclusive, no sólo es un cuidadoso observador de los nuevos tiempos: es un profundo crítico de diversos ángulos de la dominación capitalista”

    Contra la apropiación neoliberal y libertaria de derecha hacia la obra de Adam Smith, se han contrapuesto en primera instancia algunos estudios realizados por Giovanni Arrighi, Axel Kicillof y David Casassas, entre otros. Ya con la caracterización de Lenin con respecto a la economía política inglesa (Smith y Ricardo) como una de las fuentes del marxismo pareciera ocioso realizar una nueva recuperación crítica y, no obstante, es necesaria la tarea.

    Ello surge a partir de la deformación sesgada ideológicamente para sostener que se trata de uno de los más férreos defensores del capitalismo, del individualismo y de la libertad económica a través de la expresión atribuida sobre la “mano invisible del mercado”. Casi se le ha vuelto un profeta del neoliberalismo y un ideólogo del anarcocapitalismo.

    Comencemos por el contexto histórico desde el que Smith realiza su contribución pionera hacia el análisis científico del modo de producción capitalista, para colocarlo como uno de los más agudos e ilustrados teóricos de la burguesía en su etapa revolucionaria. Inclusive, no sólo es un cuidadoso observador de los nuevos tiempos: es un profundo crítico de diversos ángulos de la dominación capitalista. El recurso no será la biografía que personaliza una figura cimera, sino en la caracterización de su época que le asignó una función como representante del interés de clase en un momento concreto, en medio de una lucha de clases concreta.

    Su natal Escocia (Kirkcaldy, 5 de junio de 1723) se hallaba en el cenit del pensamiento ilustrado con la influencia de David Hume y su maestro Francis Hutcheson, filósofo moral. Cabe rememorar cómo en aquella época la filosofía era el conocimiento totalizador comprendido en el movimiento de la Ilustración: esa gran ruptura con la escolástica medieval para revolucionar el conocimiento en Occidente, adecuado al programa histórico de la burguesía. Por ello aún no aparecerán ciencias particulares, tal que permitan definir en un campo específico a sus teóricos: el presentismo impone, por ejemplo, darle tratamiento a Adam Smith como economista, pero no como estudioso de lo político; o a John Locke como filósofo político, mas no como teórico de importantes conceptualizaciones sobre economía política.

    Las tierras bajas (Lowlands) escocesas, conformaban -de acuerdo con Hobsbawm- uno de los polos de Escocia, incorporado a la manufactura. El otro correspondía a las tierras altas (Highlands). Mantenían un predominio de formas económicas naturales y comunales como lo revela la importancia de la organización tribal. Sus jefes lo eran por “los hombres armados que pudiera reunir a su entorno” (1). Es en el terreno escocés donde se idearon invenciones como las de James Watt (máquina de vapor), imprescindibles para la elevación de la productividad del trabajo obrero.

    Esa situación social corresponde al auge del capitalismo en los inicios de su esplendor, en cuanto a la expansión de un modo de producción sustentado ya hacia el último tercio del siglo XVIII en el capital industrial, es decir, en la acumulación desenvuelta en cada vez más ramas de la producción. La manufactura como la reunión de los trabajadores bajo el mando del fabricante burgués, tenía condiciones inmejorables para florecer en Inglaterra como imperio y centro de la economía mundial. Como se ha definido, se trata de la era de las revoluciones burguesas: las trece colonias norteamericanas, Francia insurrecta y la previa en Inglaterra monárquico-parlamentaria. Alrededor de esta época se potenciarán las premisas de la revolución industrial.

    Para fortaleza de Inglaterra como imperio fue imprescindible el tráfico de esclavos en su trayecto del mercado colonial hacia el mercado mundial. Mercantilización del ser humano para combinarse con la generalización del trabajo asalariado. Redes de tráfico de personas entrelazado con el intercambio de mercancías. Desde dos vértices de poder económico y uno dominado, se desplegaba el mayor flujo de riqueza en el mundo:

    “En el comercio triangular, Inglaterra, Francia y la América colonial, proveían las exportaciones y los barcos; África la mercancía humana; y América las plantaciones, las materias primas de las colonias” (2).

    En la misma obra se indica cómo funcionaba el engranaje de la explotación de las colonias: con las mercancías manufacturadas en Inglaterra se compraban los esclavos y estos producían materias primas como azúcar y algodón para ser procesadas de nuevo en Europa occidental; a la vez, el sustento de propietarios y esclavos suministraba de un mercado así ampliado a la metrópolis. Al monopolizar esta red de explotación del trabajo asalariado y esclavo se posibilitaba la acumulación de capital a nivel mundial. A todo este colosal caudal de riqueza había contribuido enormemente el trabajo de los esclavos en las Antillas como fuente principal.

    Relativo al contexto, Domenico Losurdo interroga si en efecto a Smith puede considerársele con precisión como un liberal clásico bajo los criterios actuales. Pues concretamente en este horizonte, se cuestionaba en La riqueza de las naciones sobre qué tipo de gobierno se mostraría ser el más favorable a la abolición de la esclavitud. Si esto fuese factible bajo un régimen despótico o bajo un régimen libre. La problematización no admite dilemas éticos, sino una funcionalidad a la exponencial acumulación de capital. Sin la máscara ulterior mostrada por el liberalismo apologético de la libertad individual, lo expone palmariamente:

    “Y, por lo tanto: ‘La libertad del hombre libre es la causa de la gran opresión de los esclavos […]. Y dado que ellos constituyen la parte más numerosa de la población, ninguna persona provista de humanidad deseará la libertad en un país en que ha sido establecida esta institución’. ¿Puede ser considerado liberal un autor que, al menos en un caso concreto, expresa su preferencia por un ‘gobierno despótico’? O, dicho de otro modo: ¿es más liberal Smith o lo son más Locke y Calhoun que, junto a la esclavitud defienden los organismos representativos condenados por el primero en cuanto puntal -en el ámbito de una sociedad esclavista- de una institución infame y contraria a todo sentido de humanidad?” (3).

    En tal virtud, Smith liga indisolublemente la libertad en el capitalismo de forma correlativa a la esclavitud. Además, en La riqueza (p. 523) ha establecido que un magistrado en un gobierno despótico sería más proclive a defender a los esclavos que en uno libre. Apunta directamente a uno de los baluartes ideológicos del liberalismo: la libertad formal entre dominados y dominadores, propietarios y desposeídos de medios de producción de riqueza. Se abundará más adelante sobre el liberalismo a ultranza de Smith, despojado de toda raigambre histórico-concreta, al asimilarlo al liberalismo actual.

    Sobre el sólido terreno de la producción de plusvalía, desde luego, Inglaterra ya había resuelto en grandes líneas el proceso de acumulación originaria, por cuyos efectos los productores directos habían sido despojados de la propiedad de sus medios de producción, quedando en su desnudez ante el capital.

    Según Hobsbawm, la propiedad del suelo inglés se conformaba así:

    “[…] hacia 1750 la estructura característica de la propiedad de la tierra en Inglaterra ya era discernible: unos millares de propietarios arrendaban sus tierras a unas decenas de miles de aparceros, quienes a su vez contaban con el trabajo de varios cientos de miles de jornaleros, servidores o minúsculos propietarios que se contrataban por la mayor parte de su tiempo” (4)

    Proletarización como condición material ya generalizada en el campo. Con respecto a la producción manufacturera -continúa Hobsbawm- se sostenía en el trabajo del artesanado rural especializado en mercancías textiles; se experimentaba su conversión de “pequeño campesino o artesano en obrero asalariado” (Id).

    Esto ocurría de acuerdo con las agudas observaciones en la manufactura inglesa teorizada por el propio Smith bajo la división del trabajo adherida a la lógica del intercambio de mercancías, vislumbrando el alumbramiento de la sociedad capitalista:

    “Así como la facultad de cambiar motiva la división del trabajo, la amplitud de esta división se halla limitada por la extensión de aquella facultad o, dicho en otras palabras, por la extensión del mercado” (5).

    Acoplados con el ejercicio del poder político, los teóricos de la economía política clásica no sólo discernirán acerca de los problemas científicos y filosóficos planteados en la nueva era burguesa. Sus aportes fundarán una praxis propia de la hegemonía de los capitalistas manufactureros con respecto a la política del imperio británico para favorecer el proteccionismo sobre las ramas industriales insulares.

    Uno de los rasgos históricos con impronta contemporánea, es la ocupación en el primer plano de sociedad británica por parte de la aristocracia terrateniente. Se mudaba en lo material hacia un aburguesamineto al verse orbitando sobre el eje de la acumulación de capital en la agricultura de arrendatarios, en el mercado mundial y en la producción manufacturera. A la fecha, la propiedad del suelo inglés tiene una data proveniente de la estructura propietaria terrateniente, cada vez más funcional al capital. Tal hondura de esta raíz se verifica día a día en la financiarización del negocio inmobiliario londinense, cuya propiedad es heredad desde los lores y sus linajes en una actualización económica. Su representación parlamentaria bicameral se erige desde ese poder material.

    Sobre esas gruesas líneas esbozadas es que podemos acercarnos a Adam Smith en cuanto a un momento nodal de la historia del capitalismo. Desde luego, su obra y práctica alumbraban la posición imperial de la burguesía inglesa para sacudirse de los lastres feudales, y no tanto se ceñían a ser meras especulaciones sobre la época de expansión capitalista. Es científica su contribución, pues pese a pertenecer Smith a la clase dominante en innumerables pasajes y hallazgos mantiene una concepción profundamente objetiva (materialista, sin duda) en cuanto a las tendencias observadas por él, sin renunciar a un posicionamiento político de defensa del nuevo orden económico y social.

    Sobre este recorrido histórico puede asumirse la obra de Smith como la más acertada sobre las necesidades de la clase capitalista manufacturera, más allá de su propio e indudable genio intelectual.

     Notas: 

    (1). Hobsbawm. Op. Cit., p. 289.

    (2). Williams, Eric. Capitalismo y esclavitud. Traficantes de sueños; 2011, p. 92.

    (3). Losurdo, Domenico. Contrahistoria del liberalismo. El Viejo Topo, 2005, p. 16. El autor está citando en el entrecomillado las Lecciones sobre jurisprudencia (Smith).

    (4). Hobsbawm, Eric. La era del imperio. Ariel, p. 29.

    (5). Smith, Adam. La riqueza de las naciones. Fondo de Cultura Económica, 1994, p. 20.

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    Economista por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla y profesor por asignatura de la Universidad Iberoamericana, Puebla.

    Militante del Movimiento Estudiantil Espartaco. Interesado en la problemática urbana. Puebla, México (1972).