“La teoría del valor-trabajo de Smith conducirá a Marx y no a la teoría neoclásica”
“Una de las columnas de apoyo en la asociación de Smith como un funcional apologista del libre mercado es la mítica mano invisible del mercado. No sólo se trata de una errónea interpretación, sino de toda una operación ideológica para legitimar al capital como plenipotenciaria fuerza que, de ser limitada en su acción, sólo cabría esperar una catástrofe económica al alterar el orden natural de las cosas en el capitalismo”
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Todo un obsequio al liberalismo actual ha sido conceder como de pertenencia natural el legado teórico de Adam Smith a esa postura filosófica. Al instalarse la lucha de clases en el antagonismo burguesía – proletariado, la primera adquirió una connotación reaccionaria en la plenitud de la era de la revolución (hacia 1848). Ya entrado el orbe en la fase imperialista, el capital tiende a opacar ideológicamente toda explicación científica sobre los procesos históricos sociales: el enciclopedismo, y el iluminismo se han echado por la borda en cuanto a su vena humanista segadora del privilegio feudal.
El imperio del irracionalismo es el icono para hacer la apología del nuevo orden social, menoscabando la posibilidad de explicar científicamente al mundo. De ahí el despojo a las facetas revolucionarias del pensamiento teórico desde Hobbes hasta Ricardo, transitando por Rousseau, Locke, Hume y el propio Smith. Se les ha desgarrado de su veta científica para dejar en pie una vulgarización empeñada en recoger fragmentos donde se eterniza el orden del capital.
Rayana en la honestidad intelectual es la consideración de Murray N. Rothbard quien con justeza reprocha a Smith haber asumido una teoría objetiva del valor, es decir, el haber fundamentado en el trabajo humano general el valor de las mercancías. Tal aserto es bien significativo cuando proviene de un destacado historiador del pensamiento económico en su versión austriaca, ultraliberal y anarcocapitalista (culta y no al estilo de ese vulgar propagandista, Javier Milei).
“En lugar de dar cabida a la dimensión subjetiva del valor, a la función empresarial y al énfasis en la formación de los precios reales en el mercado, Smith pasó por alto todo esto y lo reemplazó por una teoría del valor basada en el trabajo y por un interés casi exclusivo en el inalterable ‘precio natural´ de equilibrio a largo plazo, dibujando así un mundo en el que la función empresarial no tiene, por definición, cabida” (1)
¿De dónde ha de colegirse la versión de un Smith casi precursor del neoliberalismo? En la crítica citada, Rothbard reivindica la escolástica subyacente en el mercantilismo de Cantillon como el antecedente de una teoría basada en cuestiones subjetivas para asignar al individuo la determinación del valor de las mercancías, a contramano del avance científico de la economía política inglesa. En otras palabras, la escuela austriaca se sitúa filosóficamente siglos antes de la propia Modernidad burguesa. Por si alguna duda queda al respecto, abunda tajantemente hacia dónde conduciría la concepción de Smith:
“Resulta así que, lejos de merecer veneración por haber creado la economía moderna y el laissez-faire, Smith estaba mucho más cerca de la imagen que de él pintó Paul Douglas en la conmemoración que Chicago hiciera en 1926 de su Riqueza de las naciones: Adam Smith fue el precursor por excelencia de Karl Marx” (2).
Razones bien fundadas explican esto.
Marx puso los puntos sobre las íes con respecto a la concepción de Smith (y Ricardo) en su eternización del individuo como artificio dotado de una eternidad en toda la historia, y así conferían de una asocial naturalidad al ser humano, como si siempre hubieran existido las relaciones capitalistas, sea como propietario o no. Y, no obstante, también ha señalado cómo el primero pudo avanzar en el descubrimiento de la plusvalía sin conceptualizarla como tal, pero en el fondo reconociendo su origen y materialidad. Esa figura del individuo ahistórico se correspondía con la “anticipación de la sociedad burguesa que se preparaba desde el siglo XVI y que en el XVIII marchaba a pasos de gigante hacia su madurez” (3).
Una de las columnas de apoyo en la asociación de Smith como un funcional apologista del libre mercado es la mítica mano invisible del mercado. No sólo se trata de una errónea interpretación, sino de toda una operación ideológica para legitimar al capital como plenipotenciaria fuerza que, de ser limitada en su acción, sólo cabría esperar una catástrofe económica al alterar el orden natural de las cosas en el capitalismo.
Tanto arraigo alcanzado por esa visión equívoca, podemos apreciarlo en una destacada crítica de la globalización y de la destrucción de la naturaleza por el capital como es el caso de Naomi Klein, es decir una investigadora-activista con un importante trabajo de documentación y denuncia en esos tópicos:
“La mejor manera de entender el movimiento que Milton Friedman lanzó en la década de los cincuenta es concibiéndolo como una ofensiva del capital multinacional, destinada a reconquistar la ‘frontera’ colonial (sumamente lucrativa y sin ley) que tanto admiraba Adam Smith (antepasado intelectual de los neoliberales de hoy en día), aunque imprimiéndoles un nuevo giro” (4).
Klein ha engullido hasta la saciedad el platillo envenenado de la ahistoricidad del capital. Lo han servido en generosa cantidad Friedman y sus prosélitos para atacar las políticas de regulación gubernamental. Tales acometidas neoliberales se lanzaron en la debacle de las medidas keynesianas en Reino Unido y Estados Unidos, países en donde había una lucha entre fracciones de clase capitalista, pero se revestía como una pugna académica entre Chicago y Cambridge. El método friedmaniano, no sólo eterniza al capital en general, sino los intereses del capital financiero; e igualmente naturaliza al Estado. Todo ello aderezado con el ingrediente de la deshonestidad intelectual del gurú de los Chicago boys. En su polémica entablada con el keynesiano John K. Galbraith realiza una burda maniobra para homologar las necesidades de un Estado gobernado por la aristocracia tory del siglo XVIII, con el Estado hegemonizado por el capital de la segunda mitad del siglo XX. Habla Friedman:
“Cito de Adam Smith;
Es la mayor impertinencia y presunción de los reyes y ministros pretender vigilar la economía de gente privada y restringir sus gastos con leyes suntuarias yo prohibiendo la importación de lujos foráneos. Ellos mismos son siempre y sin excepción los mayores despilfarradores en la sociedad.
Que ellos cuiden de sus propios gastos y pueden dejar con toda tranquilidad que la gente privada cuide de los suyos. Si su propia extravagancia no arruina el Estado, la de sus súbditos tampoco lo hará
De modo que pienso que la mayoría de nosotros acordaría en que ‘opulencia pública y penuria privada’ es una descripción más ajustada a la realidad” (5).
Que el fundador del monetarismo apele a Smith, no basta para asociar a este como precursor del neoliberalismo como lo considera Klein, y eso es un botón de muestra sobre cómo buena parte de la izquierda ha tomado como válido ese lugar común salido del laboratorio libertario y anarcocapitalista. La cuestión aquí es la trampa colocada por los teóricos del neoliberalismo para hacer igualmente válida la condena de Smith hacia un consumo improductivo y suntuario por parte de la nobleza, como una condena por igual aplicable a cualquier Estado de cualquier época.
Con elocuencia y rigor materialista, el historiador Chris Harman atiende al análisis de clase empañado por las interpretaciones al margen de los procesos histórico-concretos:
“En Europa del siglo XVIII, los estados repartían una gran cantidad de sinecuras -puestos bien remunerados, que no implicaban auténticos deberes- que permitían a los parásitos de las cortes y los gobiernos vivir en un ocio lujoso. La doctrina de Smith arremetía contra estos. Constituía también un ataque contra los terratenientes que vivían de rentas sin invertir en la tierra” (6).
En el capitalismo contemporáneo los keynesianos defendieron el gasto público para apuntalar no las rentas y el lujo feudal evidentemente, sino para intensificar la acumulación de capital por parte del Estado como ese capitalista colectivo señalado por Marx, sobre todo lo promovieron con respecto al capital industrial. Colóquese la cita de Friedman en cualquier época donde exista el Estado, y para los neoliberales tendrá la misma vigencia sin atender nunca a una formación económico social peculiar.
Para la fracción parasitaria del capital (ficticio y financiero) se tornaba estratégico el objetivo de drenar la plusvalía hacia la especulación bursátil y el capital a interés. Con esa divisa, Smith fue convertido en un abanderado de ese programa económico, tras una serie de tergiversaciones. El citado Rothbard ha puesto en claro cómo a través de la teoría del valor-trabajo Smith conducirá a Marx y no a la teoría neoclásica. Pero en la marcha le ha sido regalado al liberalismo contemporáneo, o neoliberalismo, la gran aportación científica de Smith para tomar la metáfora desvirtuada de la mano invisible, como la pieza toral de su análisis económico-social.
Pero Adam Smith alcanzó a problematizar el proceso de acumulación originaria que da nacimiento al beneficio (plusvalía, en realidad). ¿Seguiría el neoliberalismo considerándolo su ideólogo e inspirador en pasajes tan relevantes como el que sigue?
“El producto del trabajo constituye la recompensa natural, o salario del trabajo.
En el estado originario de la sociedad que precede a la apropiación de la tierra y a la acumulación del capital, el producto íntegro del trabajo pertenece al trabajador. No había entonces propietarios ni patronos con quienes compartirlo” (7).
En ese apartado sugiere anticipadamente a la acuñación del concepto plusvalía como tal, que la existencia de esta se basa en un acto de despojo y este será fundacional de la propiedad privada capitalista. Sin ser esto, ni mucho menos un ejercicio de interpretación talmúdica sobre el texto cumbre de Smith, puede abonarse a la lógica de la economía política inglesa un hallazgo que habrá de madurar científicamente con Marx y Engels. Aún era importante la presencia de elementos filosóficos meramente especulativos, pero tendientes a problematizar la era del capital. Había de exacerbarse la contradicción trabajo-capital para alcanzar la cabal comprensión de las leyes del modo de producción capitalista.
Pero, en definitiva, debe decirse cómo Smith se enfrentó a una limitante histórica de unas circunstancias propias al surgimiento del capitalismo en su etapa manufacturera, pero también a limitantes de clase que lo condujeron también a eternizar al individuo y a la lógica del capital. Sus elementos han merecido la crítica de la economía política por parte de los clásicos del marxismo y en la última parte nos avocaremos a exponer cómo se ponderó su alcance teórico por parte de estos, así como por parte de Lenin y Rosa Luxemburgo, en cuanto a problemas cruciales como la reproducción del capital y la estructura de clases sociales.
Notas:
(1). N. Rothbrd, Murray. Historia del pensamiento económico, V. II (La economía clásica). Unión Editorial, Madrid, 2012; p. 17
(2). Id.
(3). Marx, Carlos. “Prólogo a ‘Contribución a la crítica de la economía política”; Eds. Quinto Sol, México, 1984; p. 247.
(4). Klein, Naomi. “La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre”. Paidós, Barcelona, 2007; p. 324.
(5). Friedman, Milton. “La economía monetarista”; Gedisa Ed., Barcelona, 1992; p. 153.
(6). Harman, Chris. “La otra historia del mundo. Una historia de las clases populares desde la Edad de Piedra al nuevo milenio”. Akal, Madrid, 2008; p. 331.
(7). Smith, Adam. ; Op. Cit., p. 63.
Autor
Economista por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla y profesor por asignatura de la Universidad Iberoamericana, Puebla.
Militante del Movimiento Estudiantil Espartaco. Interesado en la problemática urbana. Puebla, México (1972).
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