Una visión de Adam Smith a través del análisis de Marx, Lenin o Rosa Luxembrugo

    “Adam Smith en su lúcida teorización merece ser colocado de nuevo como desbordante fuente del marxismo, ya reivindicada por Lenin. Nunca más habrá de cederse su obra al libertarismo. Tampoco ha de tratársele como estatua de bronce, contemplada y venerada”

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    Con la expresión de la mano invisible se construyó el caballo de Troya ultraliberal para conquistar la fortaleza de la economía política. Como se puso en claro por parte de Marx en El capital, en el modo de producción capitalista la riqueza se presenta como ese “inmenso arsenal de mercancías”. Se está refiriendo a la mercancía en tanto célula de sus contradicciones inherentes. Mercancía, que no mercado es el inicio de la exposición de Marx para examinar desde lo concreto sensible las leyes de funcionamiento del capitalismo.

    Y no es con el mercado como arrancará El capital, sino la economía neoclásica desde una concepción ahistórica, eternizadora, individualista y subjetiva. Y se hará a través de una teorización fetichista; con el mercado como ente y no como conjunción de las relaciones generalizadas de intercambio sobre la base de propietarios privados e independientes. Se omite toda investigación para desentrañar la propia existencia de los mercados, en realidad. Mucho menos se precisará que es del mercado capitalista sobre aquello a que se refieren.

    Así que los múltiples eslabonamientos del análisis de Smith se eliminan o tuercen para vaciarlos del propio contenido concreto que él mismo les confirió en el marco de su teoría del valor-trabajo. Queda la economía en su versión dominante, como una exposición superficial sobre el mercado, convertido así en una entelequia al margen de las relaciones de clase, de dominación y poder que le dan vida: sólo es la apariencia.

    La explicación sobre una compleja concatenación entre la producción y la distribución es el fragmento de La riqueza más ideologizado de toda la obra de Smith:

    “[…] como cualquier individuo pone todo su empeño en emplear su capital en sostener la industria doméstica, y dirigirla a la consecución del producto que rinde más valor, resulta que cada uno de ellos colabora de una manera necesaria en la obtención del ingreso anual máximo para la sociedad. Ninguno se propone, por lo general, promover el interés público, ni sabe hasta qué punto lo promueve. Cuando prefiere la actividad económica de su país a la extranjera, únicamente considera su seguridad, y cuando dirige la primera de tal forma que su producto represente el mayor valor posible, sólo piensa en su ganancia propia; pero en éste como en otros muchos casos, es conducido por una mano invisible a promover un fin que no entraba en sus intenciones” (1).

    Las tropas de asalto liberales vencieron en la acometida para instalar el lugar común de una mano invisible que dirigiría y remataría diciendo que se trataba del mercado. Empero, está ausente no sólo en el texto original, sino intencionadamente deformado pues se salta del proceso de acumulación de capital advertido por Smith, a la esfera de la circulación mercantil. El fetiche del mercado debía aniquilar toda referencia a las clases sociales (trabajadores, terratenientes y capitalistas).

    Desde luego, el lucro capitalista adquiría la centralidad de la vida económica y social, en medio de la competencia y del intercambio: esa lucha ciega por conseguir el producto que rinde más valor, según ha esclarecido Smith, ocurre en la apropiación llevada a cabo por los capitalistas y no surgía la riqueza en la circulación, según habían concebido los mercantilistas y los economistas vulgares. Nunca en el análisis de La riqueza de las naciones aparecerá el intercambio desligado de la producción social; ese es el fundamento expositivo y metodológico del teórico escocés. Abogar por la circulación, por una mano invisible del mercado, es mero reduccionismo mercantil.

    En el pasaje citado se equipara al interés público con la búsqueda de la ganancia, de la valorización: el liberalismo ilustrado de Smith identifica este interés privado con el interés público, al estarse potenciando la producción y apropiación de la plusvalía desde mediados del siglo XVIII en la Inglaterra imperial. Lejos de caer en la ilusión de la riqueza creada en la esfera circulatoria, se le debe enormemente el haber desmitificado esa noción para dilucidar en el trabajo esa causa fundamental que ha de investigar, no exenta de contradicciones e incongruencias y de problemas planteados; mas no resueltos del todo. Ya los fisiócratas habían roto la falsa concepción previa, pero le adjudicaron exclusivamente al trabajo aplicado en la agricultura el atributo del valor.

    Al final, el capital opera apropiándose de las fuentes de riqueza social como también del conocimiento si ello apuntala su acumulación. Al imponer la economía a secas, a despecho de la economía política, los problemas investigados no serán más la explotación, ni siquiera se indagará sobre la producción (en su esencia, en sus leyes y mecanismos dentro del capitalismo).

    En esa sintonía temática, apologética del interés capitalista, también se fragmentó la exposición de Smith acerca del egoísmo para dar legitimidad a una supuesta defensa absoluta del individualismo, pero no como fenómeno adherido a la sociedad burguesa, sino como hecho connatural e intrínseco; a la manera de un ADN constitutivo de la cognición humana desde cualquier tiempo y lugar. Justo la apologética convierte en norma y mandato aquello que surgió como una explicación, no como una prescripción. Si el ser humano es egoísta por naturaleza, luego entonces siempre deberá actuar en beneficio propio como la mejor garantía del interés general. Y así las cosas desde el jardín del Edén hasta día del juicio final.

    Es necesario recurrir a un pasaje más extenso para diluir las intentonas por reducir una afirmación amputada de un amplio contexto:

    “En casi todas las otras especies zoológicas el individuo, cuando ha alcanzado la madurez, conquista la independencia y no necesita el concurso de otro ser viviente. Pero el hombre reclama en la mayor parte de las circunstancias la ayuda de sus semejantes y en vano puede esperarla sólo de su benevolencia. La conseguirá con mayor seguridad interesando en su favor el egoísmo de los otros y haciéndolos ver que es ventajoso para ellos hacer lo que se les pide. Quien propone a otro un trato le está haciendo una de esas proposiciones. Dame lo que necesito y tendrás lo que deseas, es el sentido de cualquier clase de oferta, y así obtendremos de los demás la mayor parte de los servicios que necesitamos. No es la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero la que nos procura el alimento, sino la consideración de su propio interés. No invocamos sus sentimientos humanitarios sino su egoísmo; ni les hablamos de nuestras necesidades, sino de sus ventajas”. (2)

    La cadena causal es inequívoca si no se incurre en maniobras ideológicas: a) el individuo es a la vez un social, b) la cooperación es consustancial y necesaria, c) permea la búsqueda de la ganancia, d) el contrato mercantil fija una forma del intercambio y del lucro privado. Es la lógica del capital imprimiendo su sello a las relaciones sociales en los nuevos tiempos convulsos, en medio del declive de los intereses corporativos feudales (gremiales, señoriales). Esa anatomía ha sido diseccionada con un fino bisturí por Smith en el terreno económico.

    Encuentra un correlato en su otra obra importante al señalar a la empatía como parte de la condición social en el trasfondo humanista que ha ido escindiendo a la economía de la ética en el conocimiento de lo social, como demuestra un tratamiento específico con respecto al egoísmo. Autonomía de ambas instancias en las relaciones materiales, cuya separación relativa no hace sino reflejarse en el pensamiento, en la ciencia, en la filosofía dominante.

    Así pues, el egoísmo o interés propio, ha sido caracterizado en La riqueza como el basamento de la interacción social, pero en su Teoría de los sentimientos morales, se profundiza en una dimensión ética. Ello se hace con un cariz materialista, contrapuesto a la sociología de Max Weber que hace saltar la moral protestante a la materialidad del capitalismo (unilateral y no dialécticamente, de la superestructura a la estructura).

    Smith ha insistido a lo largo de toda su obra en la adscripción social del individuo, aunque también lo mistifica, pero sin desarraigarlo de su socialización precisamente:

    “1. De la simpatía

    Por más egoísta que se pueda suponer al hombre, existen evidentemente en su naturaleza algunos principios que le hacen interesarse por la suerte de otros, y hacen que la felicidad de éstos le resulte necesaria, aunque no derive de ella más que el placer de contemplarla. Tal es el caso de la lástima o la compasión, la emoción que sentimos ante la desgracia ajena cuando la vemos o cuando nos la hacen concebir de forma muy vívida”. (3)

    Lo cual no contraviene en absoluto haber colocado centralmente en el movimiento económico, al interés individual en la lucha por la ganancia. Sí en cambio, se presenta con rasgos ilustrados el humanismo burgués sin desligarse de observaciones objetivas sobre los principios económicos que guían a la acción social.

    Al retomar la crítica de Marx a la economía política inglesa, es donde fructíferamente pueden evidenciarse las limitaciones, sesgos y alcances tanto de Smith como de David Ricardo, fundamentalmente. Y fue enriquecido con posterioridad por Lenin y Rosa Luxemburgo.

    Marx evidenció la confusión de Smith a la hora de explicar el valor de las mercancías. Por una parte, había definido que este corresponde a la cantidad de trabajo contenido, pero a la vez asoció al valor con la cantidad de trabajo vivo que puede comprarse con estas. Con todo y esta ambivalencia, Smith estaba señalando como fuente de poder material del capital, su capacidad de disponer de trabajo asalariado, es decir, se reconocía abiertamente como origen del beneficio (plusvalía) a la apropiación de trabajo ajeno, tal como acotara Marx:

    “Pero cuando, en los siguientes capítulos, pasa a hablar del cambio entre trabajo materializado y trabajo vivo, entre capitalista y obrero, subrayando aquí que el valor de la mercancía, ahora, no se halla determinado por la cantidad de trabajo contenido en ella, sino por algo distinto, por la cantidad de trabajo vivo ajeno de que la mercancía dispone, es decir, que con ella se puede comprar, no dice con ello, en realidad, que las mercancías mismas no se cambien ya en proporción al tiempo de trabajo contenido en ellas, sino que el enriquecimiento, la valorización del valor contenido en la mercancía y el grado de esta valorización dependen de la cantidad mayor o menor de trabajo vivo que el trabajo materializado pone en movimiento. Lo que, así formulada la cosa es exacto. Pero Smith permanece confuso”. (4)

    Confusión que entrevera el valor de las mercancías con el núcleo del enriquecimiento capitalista, o sea, con la valorización del capital a través de la explotación del trabajo que reduce a los obreros a la condición asalariada para subsistir con dependencia del universo de las mercancías. Se ha impuesto como regla de vida la venta de la mercancía-fuerza de trabajo para los desposeídos. Desde luego, la categoría explotación es ajena a Smith en su eternización de las relaciones capitalistas. No obstante, ello no demerita en absoluto el reconocimiento de la apropiación por parte de los patrones, de los dueños de la manufactura.

    En franca alusión a la proletarización, la enfatizará al dar cuenta de ese fundamento de la economía pecuniaria:

    “Mas tan pronto como el capital se acumula en poder de personas determinadas, algunas de ellas procuran regularmente emplearlo en dar trabajo a gentes laboriosas, suministrándoles materiales y alimentos, para sacar un provecho de la venta de su producto o del valor que el trabajo incorpora a los materiales.” (5)

    Gentes laboriosas por quienes no repara en señalar su vulneración humana por parte del capital:

    “Si los patronos diesen oídos a los dictados de la razón y de la humanidad, tratarían de moderar más que animar la diligencia de muchos de sus obreros”. (6)

    Razón como conquista de la Ilustración en binomio con la Humanidad, y en su momento con una ciudadanía restringida a elecciones censitarias. No obstante, hay un océano Atlántico de distancia de las aseveraciones de Smith con el bregar del Fondo Monetario Internacional-Banco Mundial-Banco Central Europeo por capitalizar el aumento actual de la longevidad en la piedra sacrificial de la ganancia. Todo para aumentar la explotación de la clase obrera mediante el despojo de la seguridad social y el derecho a la digna jubilación. Alegan desde el FMI, por ejemplo:

    “En la actualidad, todos vivimos mucho más tiempo que el esperado hace 30, 20 o incluso apenas 10 años. Por lo tanto, es probable que la gente viva más tiempo que lo que prevemos hoy. Eso es lo que denominamos riesgo de longevidad: el riesgo de que todos vivamos más de lo previsto”. (7)

    A contrapelo totalmente del humanismo smithiano, de la burguesía en el apogeo de su época revolucionaria, el mando del capital financiero a nivel mundial considera a la longevidad como un riesgo, según está machacando con el lenguaje del utilitarismo más despiadado. Ya sin el revestimiento iluminista, ni sentimentalismo alguno, es de esperarse la receta fondomonetarista para evadir el pago de pensiones como un derecho: “Una manera eficaz de compartirlo [el riesgo] con los particulares es haciendo que trabajen más tiempo” (Id). El realismo de la banca mundial no tiene nada de mágico y ha dispuesto para la clase obrera alargar su vida laboral para rendir mayores márgenes de plusvalía. Eso desde luego, encuentra respuestas desafiantes por parte de los trabajadores, como la actual oleada de protesta obrera en Francia.

    Por eso no sólo es chocante el desprecio posmoderno y decolonial por la Ilustración, sino que en su crítica a la Razón imponen el más ferro irracionalismo. Lukács había advertido en esto el germen del fascismo. Así como Smith no conduce en la economía a la teoría neoclásica, filosóficamente tampoco conduce al individualismo capitalista a ultranza.

    En cuanto a evidenciar las limitaciones de Smith para profundizar la esencia del modo de producción capitalista, Lenin desnudó el romanticismo económico (8). Indica el gran yerro de no haber considerado en la composición de la renta nacional más que a los salarios y al beneficio capitalista, pero no al capital constante, pues fundía en magnitudes indiferenciadas a la renta y al capital.

    “Si se examina todo el producto social, esa parte se descompone a su vez, en salario y plusvalía, justamente de los capitalistas que producen ese capital constante.

    Al dar esa respuesta Smith no explicó, sin embargo, por qué, al descomponer el valor del capital constante -el de las máquinas al menos- se omite de nuevo el capital constante (…)”. (9)

    El paso gigantesco dado por Marx fue descosificar al capital. Antes de eso las formas aparecían mezcladas con el contenido histórico. Y, no obstante, la economía política clásica afianzaba su marcha hacia el descubrimiento de las leyes fundamentales del capitalismo. La cabal comprensión del capital como una relación social de explotación -a través de la apropiación de plusvalía- fue el hallazgo imperdonable, combatido con cada vez mayor fiereza por el neoliberalismo y el libertarismo anarcocapitalista.

    Rosa Luxemburgo también expuso las limitaciones de Smith, a la vez que señala sus enormes aportaciones sobre el valor:

    “Smith tenía plena razón: el valor de todas las mercancías en particular, y de todas ellas reunidas, no representa más que trabajo. Tenía también razón al decir: todo trabajo (desde un punto de vista capitalista) se divide en pagado (que reemplaza los salarios) y no pagado (que va a parar como plusvalía a las diversas clases propietarias de los medios de producción). Pero olvidaba, o más bien pasaba por alto, el hecho de que el trabajo con la propiedad de crear valor nuevo, posee también la de trasladar el antiguo valor objetivado en los medios de producción, a las nuevas mercancías elaboradas con ayuda de los mismos”. (10).

    En esa Investigación sobre la causa y naturaleza de la riqueza de las naciones, para resolver certeramente el problema de la reproducción del capital había de desbrozarse el terreno para abstraerlo, y concretarlo en una totalidad, como una relación social en consonancia con la plusvalía. Les representaba un gran obstáculo a los clásicos de la economía política inglesa, dar con la clave al ser portadores de una concepción del capital como natural y eterna.

    Tal impedimento no debe cargarse en fallas metodológicas, sino en la propia maduración del modo de producción capitalista. Ese proceso no se trata únicamente de aumentar la productividad con base en perfeccionadas fuerzas productivas, o de extender el mercado mundial o incluso de haber conquistado la burguesía al Estado en cuanto a la dominación. Esa adultez del capitalismo se edificaría a partir de una tenaz lucha de clases donde emergía la organización primero económica y después política del proletariado industrial, organizado en partido de vanguardia.

    Los cercamientos de tierras, la expansión manufacturera, la urbanización, el aniquilamiento de la economía natural, la colonización (África-América-Asia), el arrinconamiento de la economía campesina y la derrota de la aristocracia, eran el marco del agigantamiento de la clase obrera en su protagonismo político insurreccional en Europa occidental. La vía de la praxis revolucionaria andada por Marx y Engels dotaban del método científico para desentrañar las contradicciones del capitalismo. No podía ocurrir así en el mero pensamiento especulativo: requería del concurso consciente en las luchas revolucionarios de la clase explotada en el capitalismo. Antes, sólo fue dable entender al trabajo como determinante del valor de las mercancías, pero haciendo tabla rasa del origen histórico del capital.

    Adam Smith en su lúcida teorización merece ser colocado de nuevo como desbordante fuente del marxismo, ya reivindicada por Lenin. Nunca más habrá de cederse su obra al libertarismo. Tampoco ha de tratársele como estatua de bronce, contemplada y venerada. Su lectura confiere de una importante descripción y comprensión de procesos propios del capitalismo incipiente, pero también sobre la miseria en ciernes de la clase obrera. La reapropiación militante propuesta se debe enmarcar dentro del proceso transformador, revolucionario de la lucha contra el capitalismo.

    Notas:

    (1). Smith, Adam. Op. Cit., p. 402.

    (2). Smith, Adam. Op. Cit.; p. 17.

    (3). Smith, Adam. “La teoría de los sentimientos morales”. Alianza editorial, Madrid, 2020; p. 49.

    (4). Marx, Carlos. “Teorías sobre la plusvalía, I”. Fondo de Cultura Económica, México, 1980; p. 68.

    (5). Smith, Adam. “La riqueza de las naciones”; pp. 48-49.

    (6). Id, p. 80.

    (7). Oppers, S. Erik. “Siete mil millones de razones para preocuparse: El impacto financiero de vivir más años”. Pinche aquí para enlace web. El autor es subjefe de la división de estabilidad financiera mundial del Departamento de mercados monetarios y de capital del FMI.

    (8). Porque su “idealización de la pequeña producción nos muestra otro rasgo típico de la crítica romántica y populista: su carácter pequeñoburgués”, para así oponerla a la gran propiedad consustancial al desarrollo del capitalismo. (Lenin, V.I. “Contribución a la caracterización del romanticismo económico”. Ed. Progreso, Moscú, 1975; p. 97).

    Mencionamos el talante de esta postura romántica, sin que se profundice, pero es pertinente retomar su caracterización dado el influjo de corrientes conocidas como economía social y solidaria, cooperativismo y otras vertientes que abogan por alternativas ideales al capitalismo basadas en la pequeña propiedad o en la recreación de la comunidad rural precapitalista.

    (9). Lenin, Op. Cit.; p. 25.

    (10). Luxemburgo, Rosa. “La acumulación de capital”. Ed. Grijalbo, México, 1967; p. 41.

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    Economista por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla y profesor por asignatura de la Universidad Iberoamericana, Puebla.

    Militante del Movimiento Estudiantil Espartaco. Interesado en la problemática urbana. Puebla, México (1972).