La desigualdad existente en el planeta vuelve a mostrarse de manera descarnada
“Decía Lenin que no bastaba con decretar la “libertad de prensa”, sino que había que expropiar las imprentas de los periódicos y entregárselas al pueblo. Igualmente, ahora no es suficiente suprimir las patentes. Hay que expropiar las farmacéuticas y, así, fabricar una dosis suficiente de vacuna (pública) para cada ser humano del mundo”
En esta tribuna virtual no comulgamos desde luego con las orientaciones de la Organización Mundial de la Salud (organismo dependiente de esa ONU que tampoco nos simpatiza en lo más mínimo). Pero eso no significa que comulguemos con lo primero que leamos por ahí, sesgando groseramente la información y saltándonos justo aquello que siempre caracterizó a Marx y Lenin: el rigor. Por eso hoy se impone establecer unas líneas que nos orienten en medio de tanto y tan vulgar ruido.
En los primeros meses de la pandemia, la OMS se prodigó en insinuaciones banales contra la República Popular de China; insinuaciones que, además, tuvieron el efecto colateral de fortalecer discursos conspiranoicos anticomunistas (avalados en España por Iker Jiménez, quien por cierto también avala la existencia de espíritus que te susurran cosas en cada edificio abandonado del país) según los cuales el Covid era “un arma química” escapada de un malvado laboratorio chino. Finalmente, el famoso “equipo de inspectores” de la OMS fue invitado a Wuhan y pudo trabajar libremente, sin demostrar ninguno de esos delirios. Aun así (o precisamente por ello), el director general de la OMS, Tedros Adhanom, sigue hasta día de hoy criticando el “oscurantismo chino” en torno al origen del virus. Si a esto le unimos la desconfianza injustificada e inoculada frente a la vacuna rusa Sputnik V, la inevitable conclusión es que en los criterios de la OMS pesa más la geopolítica occidental que cualquier “juramento hipocrático”.
Efectivamente, resulta chocante el discurso antichino de la OMS, cuando, enlazando con nuestra segunda discrepancia, hay que recordar que China fue el único país que realizó bien los confinamientos (y, actualmente, ha sido capaz de vacunar a 1.200 millones de personas con pauta completa). Y no solo porque esos confinamientos fueran estrictos y reales, sino ante todo porque se hicieron sin abandonar a la población a su suerte. Un confinamiento que no perjudique a la población solo puede hacerse controlando los sectores estratégicos de la economía por parte del Estado. Pekín garantizó que nadie perdería su trabajo y que habría alimentación para todos: dejaban bolsas de comida en la puerta de cada casa, bloque por bloque. Es cierto que la OMS criticó (con razón) que las cuarentenas indiscriminadas aplicadas en Europa empobrecían a la población más vulnerable, pero lo hizo de una manera incoherente y sin resaltar dos cosas fundamentales: que en China fue diferente y que la solución al problema no es otra que el control estatal de la economía.
El mecanismo Covax es otra de las mayores vergüenzas de la OMS. Cínicamente presentado como la solución para un acceso igualitario a las vacunas por parte de los países pobres, finalmente ha sido una herramienta de “caridad” por la que los Estados imperialistas le dan al tercer mundo algunas de sus vacunas sobrantes. La realidad es que los meses siguen pasando y el ritmo de vacunación en África no despega. Esto es aún más grave en tanto que necesitamos precisamente lo contrario: una vacunación simultánea al mismo ritmo en todo el planeta. De lo contrario, los países de la periferia serán una incubadora de variantes (como ha ocurrido precisamente con Ómicron).
La OMS demuestra un cinismo insultante cuando no hace suya de manera consecuente la bandera de la supresión de las patentes de las vacunas. O, más exactamente, cuando en declaraciones públicas la defiende de boquilla, pero luego colabora en que nada de eso se lleve a la práctica. La supresión de las patentes es una medida que han reclamado India y Sudáfrica, contando con el apoyo de numerosos países en la ONU (entre ellos China). Adivinen: los occidentales en contra y el resto a favor. Y es que, en efecto, India cuenta con laboratorios farmacéuticos que, debidamente acondicionados (y expropiados), podrían dar un impulso clave a la fabricación en cadena de estos preparados (la OMS debería centrarse en ayudarlos técnicamente si así lo necesitaran). Pero la obscena actitud de los países occidentales, que creen tener derecho (¿divino?) a vivir por encima del resto, lo impide. La desigualdad existente en el planeta vuelve a mostrarse de manera descarnada.
A fin de cuentas, la OMS puede verbalmente defender el fin de estas patentes. Pero, en sangrante e inconsecuente contraste, respalda la existencia de las mismas farmacéuticas privadas que promueven y garantizan las patentes (y que financian a la OMS con sus “filantrópicas” donaciones). Si la OMS fuera una organización mínimamente decente, inscribiría como punto primero y único de su programa la nacionalización de todas las farmas, para que la salud no pueda ser un negocio.
Decía Lenin que no bastaba con decretar la “libertad de prensa”, sino que había que expropiar las imprentas de los periódicos y entregárselas al pueblo. Igualmente, ahora no es suficiente suprimir las patentes. Hay que expropiar las farmacéuticas y, así, fabricar una dosis suficiente de vacuna (pública) para cada ser humano del mundo. La jerga bienintencionada es inútil: dicha expropiación es la línea de demarcación. Como decía Benedetti, es ante estas “grietas” ante las que hay que elegir “de qué lado ponemos el pie”. La OMS, desde luego, lo ha decidido. Pero nosotros también.
Autor
Marxista, filólogo y profesor.
Escribe desde la militancia y el activismo sindical y popular, pero siempre con una óptica internacionalista.
ÚLTIMOS COMENTARIOS