La derecha que no acepta la crítica.

No podemos ser ingenuos y pensar que el discurso ultra de las derechas pierde fuelle. Vemos cómo ese discurso de odio es asumido en la calle, los bares, los centros de trabajo y, sobre todo, los medios de comunicación y las redes sociales. Pero no debemos perder la esperanza, viendo que el exceso de crispación no consigue movilizar tanto como los “trillizos españolistas” esperaban.

2012. Marcha Negra de los mineros en Madrid.

En el año 2012, decenas de miles de mineros llenaron el Paseo de la Castellana de Madrid en lo que se llamó la Marcha Negra. Venidos de diferentes lugares, luchaban contra la retirada de las ayudas al carbón y defendían su puesto de trabajo. Esperanza Aguirre, presidenta de la Comunidad de Madrid, despreció el hecho de que casi todos los trabajadores del carbón hubiesen viajado hasta Madrid y dijo: “¿Masivo? ¿Ah, sí? Más de mil. Ajá. No, yo había oído 20.000 y me sigue pareciendo modesto. Tenga usted en cuenta que pa (sic) salir concejal en el Ayuntamiento de Madrid, hay que llenar tres veces el Bernabéu de personas diferentes.”

Ese mismo año, a través de una convocatoria promovida en redes sociales, decenas de miles de personas rodearon el Congreso de los Diputados, sufriendo una violenta represión policial. El presidente del gobierno, Mariano Rajoy, dio las gracias, desde Nueva York, a “la mayoría silenciosa que no se manifiesta”.

En 2013, en pleno auge de las protestas de las denominadas “mareas”, el Partido Popular denigraba a los participantes en las protestas de la Marea Verde, diciendo que eran un “negocio de vender camisetas”.

2015. Manifestación independentista en Barcelona.

De las diferentes manifestaciones independentistas en Barcelona, en las que ha llegado a haber entre uno y tres millones de asistentes, dependiendo del año, la derecha siempre ha dicho que en Catalunya hay una “mayoría silenciosa” que no quiere manifestarse con los independentistas. Pero esa “mayoría” no se manifiesta tampoco con ellos, como vemos en las manifestaciones de la Sociedad Cívica Catalana, que no llegan a 100.000 personas, a pesar de traer a gente de diversas partes de España.

Podríamos recordar muchas más ocasiones en que el Partido Popular ha despreciado a los manifestantes. Recordemos las manifestaciones contra el trasvase del Ebro, contra la guerra de Irak, el 15M…

2001. Manifestación antitrasvase.

 

La derecha que se enfada.

Esta derecha que no acepta las críticas, mucho menos acepta que se le desaloje del poder. Como les diría el difunto José Antonio Labordeta a los diputados que se le burlaban en el Congreso durante su intervención, “Ustedes están habituados a hablar siempre, porque han controlando el poder toda la vida y ahora les fastidia que vengamos aquí las gentes que hemos estado torturados por la dictadura, a poder hablar.” Esta es la actitud del Partido Popular desde que perdió el gobierno de España tras una moción de censura, a causa de la escandalosa corrupción que enfanga al partido en todos los niveles.

Para aumentar este enfado, el Partido Popular ha visto como han aparecido otras derechas, los populistas de Ciudadanos y los fundamentalistas de Vox. En sucesivas convocatorias electorales, ha sufrido pérdida de votos en beneficio de ambos, situación que se ha acrecentado en las elecciones andaluzas. Unos meses antes de esas elecciones, el Partido Popular ya había elegido un líder que pudiese competir en populismo con Albert Rivera y en nacionalismo con Santiago Abascal, uniéndose ambos a esta espiral de crispación por ver quién es más de derechas, quién es más nacionalista españolista, quién se enfrenta más al nacionalismo catalán y quién pone la bandera más grande en el balcón.

Las derechas

Venezuela y Catalunya son los principales temas con que la derecha ataca en España a todo aquel que difiere mínimamente de su opinión. Todos somos golpistas, separatistas, bolivarianos… Como ya no existe ETA, han buscado y encontrado otros arquetipos del mal.

La derecha que provoca enfrentamiento y crispación.

El presidente del gobierno, Pedro Sánchez, se encuentra en una situación de debilidad parlamentaria, no consigue llegar a consensos ni siquiera con Podemos, que parecía su aliado más fiel y se enfrenta, un día sí y otro también, a los barones de su propio partido. Pero sus mayores problemas llegan de la mano del tripartito que gobierna Andalucía y del cainismo político que practican las derechas.

Juan Guaidó, autoproclamándose inconstitucionalmente “Presidente (encargado) de Venezuela”

Recientemente, lo vimos con el golpe de Estado en Venezuela. Tanto las derechas como el PSOE han apoyado, irresponsablemente, al golpista Juan Guaidó, comprometiendo las actividades de muchos empresarios españoles que tienen intereses en Venezuela. Aunque se trate de un asunto diferente al que nos ocupa, este acontecimiento nos demostró bien hasta dónde estaban llegando las derechas, enfrentándose a Pedro Sánchez, a pesar de estar en la misma posición que él respecto al golpe de Estado venezolano.

El problema ha venido realmente con la negociación de los presupuestos con los nacionalistas catalanes. En un chiste gráfico que circulaba estos días por redes sociales, aparecían sentados, frente a frente, Nicolás Maduro y Jordi Évole, recordando las dos famosas entrevistas del programa de La Sexta. El presidente venezolano le preguntaba al periodista catalán: “¿De qué se habla en España cuando no se habla de Venezuela?”, a lo que este respondía: “De Catalunya”. Maduro insistía: “¿Y cuando no se habla de Catalunya?”. La respuesta era evidente: “De Venezuela”.

Venezuela y Catalunya son los principales temas con que la derecha ataca en España a todo aquel que difiere mínimamente de su opinión. Todos somos golpistas, separatistas, bolivarianos… Como ya no existe ETA, han buscado y encontrado otros arquetipos del mal.

Como decía, las derechas han explotado con Catalunya. El presidente del gobierno anunció, el miércoles 6 de febrero, una mesa de partidos, con un relator (figura que no supieron explicar bien). Con esta propuesta, que no suponía más que el diálogo entre los partidos con representación en el Parlament catalán (Partido Popular y Ciudadanos incluidos), Pedro Sánchez abrió la caja de Pandora, provocando la ira de los tres líderes de la derecha. Los tres intentaron demostrar ser quien más atacaba al errático presidente y no dudaron en difundir la mentira de que Pedro Sánchez aceptaba todas las exigencias de los nacionalistas catalanes. De nada sirvió que el presidente dijese que no aceptaba debatir sobre el derecho a la autodeterminación. Tampoco sirvió de nada que los líderes independentistas le echasen en cara precisamente que no cedía en nada. Las derechas estaban dispuestas a incendiar el Estado y sus tres líderes se lanzaron a competir por el puesto del populista más extremo.

En esta ocasión, el ganador fue Pablo Casado, quien dedicó al presidente el mayor número de insultos que nunca hasta entonces un político español había empleado contra un rival. Así, le llamó “traidor, el mayor traidor de la historia de España, felón, el mayor felón de la historia de la democracia, presidente ilegítimo, principal adalid de la ruptura de la legalidad, irresponsable, incapaz, desleal, culpable de alta traición, mentiroso compulsivo, una catástrofe, un personaje que tiene terapia de diván, incompetente, mediocre, partícipe, cómplice y okupa.”

No debemos olvidar que todos estos insultos los provoca ¡una llamada al diálogo! Pedro Sánchez no estaba hablando de diálogo con una banda terrorista, algo que otros presidentes, incluido el popular José María Aznar, llevaron a cabo. Se trataba de un diálogo en una mesa de los partidos con representación en el Parlament. Inmediatamente después de este discurso lleno de despropósitos, Pablo Casado anunciaba que convocaba a una manifestación el domingo 10 de febrero, en la Plaza de Colón de Madrid. ¿Objetivo de la manifestación? Pedir elecciones generales. Curioso parecido y cercanía en el tiempo con las reclamaciones del golpista venezolano Juan Guaidó.

 

La derecha que pincha.

El presidente del Partido Popular ganaba por goleada en su competición por la crispación y el populismo a sus rivales Albert Rivera y Santiago Abascal, a los que solo les quedaba unirse a esa manifestación.

La hoguera estaba encendida. Los sectores más reaccionarios del PSOE, liderados por Emiliano García-Page, Javier Lambán y los históricos Alfonso Guerra y Felipe González, criticaban algo que sabían les haría perder apoyos entre su electorado más conservador y que estaba sirviendo a las derechas para sacar réditos electorales. Los líderes catalanistas tampoco estaban muy convencidos y pedían al presidente “coraje”, para hablar de autodeterminación. Hasta en Podemos se escucharon las críticas ante el anuncio de la existencia de un relator, cuyas funciones no supo explicar el gobierno. Ante la avalancha de críticas y la ausencia de apoyos, Pedro Sánchez anunciaba el viernes 8 de febrero la ruptura de las negociaciones con los políticos catalanistas.

Pero las derechas ya estaban envalentonadas. La convocatoria de manifestación seguía adelante. Pagaron el autobús a aquellos que quisieran desplazarse desde todas las provincias. Como apunte, el Partido Popular ha criticado siempre que se utilicen autobuses para llenar manifestaciones que van contra ellos. El sábado 9 de febrero, después de que se conociese que la extrema derecha más violenta del Estado (Hogar Social de Madrid, España 2000, Falange Española…) acudiría a la manifestación, algunos dirigentes del Partido Popular y de Ciudadanos afirmaban en televisión que habría más de un millón de manifestantes.

Convocantes de la manifestación

Llegó el domingo y se llenó la madrileña Plaza de Colón con 45.000 personas, según la delegación del gobierno. Entre la multitud de banderas españolas, aparecieron bastantes banderas con simbología fascista (que fueron convenientemente ocultadas en las imágenes de algunos medios de comunicación). Se hicieron la foto juntos Pablo Casado, Albert Rivera y Santiago Abascal (ya habían desaparecido los reparos de Ciudadanos a dejarse ver junto a Vox). Después, tanto organizadores como medios afines, difundieron otra cifra: 200.000 manifestantes. Las declaraciones de los tres partidos eran de reconocer un auténtico éxito. “Un antes y un después”, decía eufórico uno de ellos…

En esta manifestación se han vendido banderas (se veían muchas recién desplegadas y hay fotos de esas mesas de venta), se han contratado autobuses… ¿No son estas manifestaciones españolistas un negocio parecido (o mayor) que el que denunciaban en el caso de las “mareas”?

Reflexionando.

No voy a entrar en la guerra de cifras típica de todas las manifestaciones. Sin embargo, a quien haya tenido la paciencia de leer todo el artículo, le animo a reflexionar sobre lo siguiente:

El aforo del estadio Santiago Bernabéu es de 81.044 localidades. Según Esperanza Aguirre, para ser concejal en Madrid hacen falta el triple de personas que el aforo de este estadio madrileño. Es decir, 243.132 personas. Este dato le servía a Esperanza Aguirre para menospreciar manifestaciones con el número de asistentes por debajo de esa cifra. Si nos quedamos con los cálculos de los organizadores (200.000 personas), ¿qué deberíamos opinar de esta manifestación analizándola al estilo de la ex lideresa del Partido Popular?

En esta manifestación se han vendido banderas (se veían muchas recién desplegadas y hay fotos de esas mesas de venta), se han contratado autobuses… ¿No son estas manifestaciones españolistas un negocio parecido (o mayor) que el que denunciaban en el caso de las “mareas”?

Entre uno y tres millones de catalanes no merecen ser escuchados cuando se manifiestan porque Catalunya tiene siete millones y medio de habitantes. Como entre cuatro y seis millones se quedaron en casa, para las derechas, cuenta esa “mayoría silenciosa”. España tiene casi 47 millones de habitantes. ¿Qué suponen 200.000 frente a esos 47 millones? Por otra parte, según los datos que facilitan los propios partidos, el Partido Popular tiene 800.000 afiliados, Ciudadanos cuenta con 23.000 y Vox con 20.000. Entre los tres suman más de un millón de afiliados. Viendo estas cifras, y aplicando los mismos criterios que ellos emplean para desprestigiar otras manifestaciones, la de este domingo no solo ha sido un fracaso respecto a la población total española, sino respecto a su número de afiliados.

 

Conclusión.

No podemos ser ingenuos y pensar que el discurso ultra de las derechas pierde fuelle. Vemos cómo ese discurso de odio es asumido en la calle, los bares, los centros de trabajo y, sobre todo, los medios de comunicación y las redes sociales. Pero no debemos perder la esperanza, viendo que el exceso de crispación no consigue movilizar tanto como los “trillizos españolistas” esperaban.

Debemos ser sensatos y apostar por un diálogo sin enfrentamiento, señalando y apartándonos de los que solo buscar encender el debate, refutando sus mentiras y, sobre todo, trabajando por los valores en que creemos. No podemos dejarnos llevar por esta espiral sin sentido que pretenden y debemos mostrarnos a la sociedad como el antídoto útil contra estos incendiarios.

Sin olvidar la autocrítica y la responsabilidad que tenemos ante el éxito de estos discursos planos y llenos de mentira y odio, quedémonos con lo bueno de hoy, que es la cifra más baja de todas las convocatorias españolistas de los últimos años, y continuemos trabajando para que la sociedad entienda que su voto debe ser necesariamente antifascista.

NO PASARÁN