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Cumbre de Helsinki.

Postales rusas sobre la errática política exterior norteamericana.

Recientemente la Casa Blanca por medio del Departamento del Tesoro, asumió un nuevo congelamiento de activos rusos en suelo estadounidense, valorados “en cientos de millones de dólares” como parte de su cíclica política de sanciones y retaliaciones contra la Federación y la política timoneada por Vladimir Putin.

En este episodio, el Departamento del Tesoro apuntó que EEUU podría causarle a Moscú “mucho más daño” a menos que Rusia no “cambie su política de manera significativa”.

Las razones manifestadas para este nuevo embargo contra Rusia, fueron dichas desde la capital del imperio de las hamburguesas y las invasiones petroleras. En teoría, Rusia ocupa Crimea y mantiene una “agresión activa” contra Ucrania. Por otro lado, según los norteamericanos los rusos apoyan los indemostrados ataques químicos del ejército sirio en ese país y por otro lado, Rusia intenta “subvertir las democracias occidentales” mediante la supuesta manipulación de elecciones.

Ese último elemento es en suma curioso y hasta gracioso por dos razones. La primera, es que EEUU es un verdadero experto en subvertir democracias en todo el orbe y como país calificado en tal materia no debería dejar dudas en demostrar lo que supuestamente hacen los rusos. Recordemos que hasta ahora EEUU no ha logrado probar esta afirmación.

“Para el Estado profundo norteamericano que señala a Trump, estos referentes implican, que la democracia que sanciona a Rusia es una democracia subvertida, que los rusos usan para sancionarse a sí mismos.”

En segundo lugar, es un hecho que la actual administración de la Casa Blanca es señalada por los demócratas y una parte de la plana republicana, es decir, la plana mayoritaria del poder político estadounidense, de ser una expresión “títere” de Rusia y que Trump alcanzó el poder mediante una manipulación de elecciones a manos de los rusos. Para el Estado profundo norteamericano que señala a Trump, estos referentes implican, que la democracia que sanciona a Rusia es una democracia subvertida, que los rusos usan para sancionarse a sí mismos. Una paradoja de nuestro tiempo, tan peculiar como que el mismo Donald Trump sea Presidente de Gringolandia.

Según declaraciones de la subsecretaria del Departamento del Tesoro Sigal Mandelker las acciones de su despacho “tuvieron amplias consecuencias para los intereses de las personas físicas y jurídicas afectadas…”. La actual gestión de ese Departamento defiende su política de sanciones contra Rusia como políticas marco de la más dinámicas y “exitosas”, una sinergia de retaliaciones mediante un programa de los más “activos” y de “mayor impacto”.

Para la Casa Blanca ese no es un señalamiento menor, dado que EEUU tiene bajo mecanismos directos de coerción económica, militar y política, casi a la mitad de la humanidad, sin exagerar, cuestión que es así desde el ascenso de la administración Trump, el mismo que comenzó a aplicar una guerra comercial contra China, el país con 1400 millones de habitantes.

Desde enero de 2017 Washington ha sancionado a 217 individuos y entidades relacionadas con Rusia, señala el Departamento del Tesoro. Rusia por su parte, declaró dar una “respuesta simétrica” a este congelamiento de activos. Agregaron que “el dialogo con Rusia desde una posición de la fuerza y ultimátums es inútil y carece de perspectivas”. La portavoz de las relaciones exteriores de la Federación, María Zajárova señaló que estos actos eran “absolutamente ilegales  y no conformes con el derecho internacional”.

La incongruencia y método del imperio del caos.

El estilo de las relaciones exteriores en vigor por parte de Washington desde que ascendió el primer presidente anaranjado de la historia de EEUU, es propio de las prácticas de brokies de Wall Street administrando la política, sabiendo poco o nada de ella. Esa apreciación no es exagerada, si asumimos que la procedencia del gabinete de Trump no es  de escuelas de estudios políticos en Harvard o Yale, sino que vienen de las escuelas de finanzas, o de la estructura directiva de alguna corporación. El ejemplo más emblemático lo fue el mismo Rex Tillerson, ex CEO de Exxon quien fungió en la jefatura del Departamento de Estado hasta hace poco.

Es ciertamente un estilo en la forma de hacer negocios, acercarse para luego recular y propiciar un regateo. Acercarse y regatear, alejarse y luego negociar. Un vaivén propiciado remarcado por la contradicción, el giro en la línea de opiniones y el zigzagueo como vectores mediante los cuales es posible modular los espacios de toma de decisiones.

Sobre Rusia es particularmente sórdida esa realidad, dado que este congelamiento de activos y esta escalada en las hostilidades, concurre luego de la cumbre de Trump y Putin, que suponía abrirle paso a nuevas distenciones de alcance geopolítico más allá de las fronteras de esos países.

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Los líderes de Corea del Norte, Kim Jong-un, y Corea del Sur Moon Jae-in, firmaron un acuerdo para iniciar “la completa desnuclearización” de la península. IMAGEN AFP.

Esa concomitante tiene también lugar en Corea del Norte, cuestionada por EEUU pese a la existencia de un pacto de desnuclearización de la península coreana. Concurre también el caso frente a México y la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), cuando un día aparece un Trump afable y constructivo y al siguiente un Trump malhumorado defenestrando a los mexicanos. Concurre también de cara a la Unión Europea, cuando Trump señala el bolsillo desgastado de papá estadounidense financiando la seguridad europea mientras fustiga a sus socios.

En esencia, la política exterior norteamericana parece desbocada, generando tramas de conflicto en diversos frentes simultáneos, incrementando el riesgo de las relaciones exteriores y empujando a grandes países y regiones, en un camino errático de  políticas y decisiones indecibles. Como si se tratara de un zigzagueo o juego de póker a las puertas de la compra de bonos tóxicos un día cualquiera en Wall Street, la senda impredecible de la Casa Blanca asume que su política más efectiva, parte por la ruptura de los métodos convencionales en el relacionamiento exterior.

La herencia del choque inicial de la gestión Trump con el Estado profundo estadounidense sigue palpable, justo ahora cuando el mismo Trump persigue su propia sombra en el laberinto. La reunión Putin-Trump expuso la débil y desalineada imagen del presidente estadounidense, como un sujeto obeso, fanfarrón venido a menos y carente de asertividad política. La política norteamericana signada por un gran momento de decadencia, tenía al Senador moribundo John McCain como una de las voces más agudas y elocuentes para apuntar a Trump, quien señaló de “error trágico” la cumbre de Helsinki.

McCain, el hombre que puso al ejército estadounidense a servirle a Al-Nusra, artífice del ascenso del Estado Islámico y uno de los hombres que convirtió a Siria en otro Irak. Ese adefesio, era uno de los hombres moralmente más facultados para señalar a Trump por lucir como un idiota al lado de Putin.

Desde esa cumbre se desató de una enorme parafernalia de  propaganda antirrusa como insumo de las elecciones de mitad de período en EEUU. Para salir al paso, un día Trump dice que los rusos no intervinieron en las presidenciales, al día siguiente dice que sí. Nada que nos sorprenda.

En tal sentido, las contradicciones que se están generando a lo interno  de la política estadounidense, son un factor denominador de las relaciones de EEUU con el mundo. Dicho de otra manera, el incremento del riesgo político global tiene su epicentro en medio de la pugna interna estadounidense, desde la fractura en las estructuras intestinas del stablishment norteamericano de vieja data, de la cual la presidencia de Trump es una fiebre sintomática.

El fracaso de occidente.

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Los 4 años de la presidencia de Donald Trump, pese a lo bizarra de su estampa y la estela de situaciones nefastas que va dejando, podrían ser el periplo más significativo para la concreción de las situaciones emergentes de la esfera multipolar.

Podríamos enumerar, por ejemplo, la retirada de EEUU del Tratado Transpacífico  y el marco de maniobra que ello deja a China. O la actual política de hostigamiento a Turquía, que termina de colocar al ambivalente Erdogan en otros derroteros. O la retirada de EEUU del tratado multilateral nuclear sobre Irán y de cómo la UE deja sólo a EEUU en la aplicación de hostilidades contra la nación persa.

En términos prácticos y aún tratándose de un campo minado, la política exterior norteamericana deja ahora un marco de maniobra inédito para que los factores emergentes ganen tiempo  y prefieran modular su política en un plan acelerado antes que otros factores tradicionales puedan retomar privilegio en el diseño y reacomodo de la política estadounidense.

Ello no implica que EEUU es hoy un factor para desestimar. Por el contrario, su senda errática genera nuevos peligros  que necesario es sopesar, pues el fracaso de occidente es un asunto doloroso para los ingentes intereses que rigen gran parte del poder global. Si entendemos la crisis sistémica del capitalismo como una trama de contradicciones, es evidente que sus dilataciones y contracciones no pueden desarrollarse sin traumas.

El fracaso de occidente yace en la fractura y pérdida parcial de la efectividad de la política extensiva estadounidense y su insuficiencia frente a los nuevos nudos críticos del poder mundial. En este sentido y hablando estrictamente de lo que puede ser la era Trump como un brevísimo ciclo de agitación parcial de la estructura hegemónica norteamericana, lo que concurre es el preludio de una probable tragedia. ¿Por qué?

La disputa en las esferas del poder estadounidense sería una de las contradicciones o efectos colaterales producto de la tragedia intestina en el país hegemónico. Podría haber quienes se resignen a la pérdida de hegemonía como una realidad e intenten navegar en ella con sumo pragmatismo y empleando al máximo el importantísimo calado que todavía posee Estados Unidos, tal como lo hace Trump. Pero podría haber quienes persisten en la negación de esta, e intenten propiciar la agenda del caos y la reedición de una Guerra Fría, como mecanismo articulador esencial de la política estadounidense  de cara a su rival estratégico, Rusia y desde ella, a otros frentes.

La crisis estadounidense no ha dado a conocer su dimensión real. La preocupación que debe prevalecer en este punto, no es lo que hará Trump hoy, sino lo que ocurrirá luego de su retiro de la Casa Blanca.

Franco Vielma.