Parte 1. El nacimiento de la conciencia nacional
“Las guerras del opio y los tratados desiguales dan inicio al siglo de humillaciones chino, caracterizado por la colonización de su territorio, la guerra y la apertura del país al imperialismo capitalista occidental”
“Como los cañonazos del Aurora dieron luz al asalto del Palacio de Invierno de la revolución soviética, en China, el movimiento estudiantil y popular del 4 de mayo fue la plasmación que anunciaba el despertar del gigante…”
El 1 de octubre se cumplen 73 años desde que fue proclamada la República Popular china. Esta proclamación se hizo posible tras la victoria del Ejército Popular de Liberación –brazo armado del Partido Comunista Chino (PCC), bajo el genio militar y político de Mao– y suponía, en la práctica, el fin de un “siglo de humillación” a manos de las potencias coloniales europeas, una sangrienta guerra civil y 14 años de resistencia contra el fascismo e imperialismo japonés. La revolución china ha pasado por una serie de etapas y ha terminado configurando una potencia mundial que hoy en día se encuentra asediada, militar y mediáticamente, denostada y frente a la que se alzan provocaciones y discursos de odio. Frente a esta chinofobia y la maquinaria imperialista que, liderada por EEUU, avanza contra China, esta serie de 3 artículos pretenden dar a conocer algunos aspectos de la historia, la revolución y, en suma, del país asiático, para contextualizar el camino hacia la construcción del socialismo en dicho país y ofrecer datos que nos permita enfrentar dicha guerra.
En esta primera entrega ofrecemos un contexto histórico en el que analizar la situación de humillación y colonización a la que se veía sometido el país, y cómo surge una China, y como surge una conciencia nacional y una resistencia al imperialismo, que fraguará la creación del PCC.
El gigante dormido
“Aquí descansa un gigante dormido, déjenlo dormir, porque cuando despierte asombrará al mundo”, Napoleón Bonaparte, 1803 (1).
Durante cientos de años China había sido un centro neurálgico de la economía y de los circuitos comerciales, técnicos y culturales del continente euroasiático, a través de la conocida Ruta de la Seda. Desde 1644 reina la Dinastía Qing –de origen tungús, una etnia china, también denominada manchú–, cuyo ascenso al poder coincide con el aumento de los movimientos de comercio y colonización de las costas asiáticas a manos de las potencias europeas, especialmente portugueses, holandeses y británicos. Tras haber derrotado a los holandeses, el gobierno imperial chino propicia las relaciones comerciales con Occidente a través de puertos como Cantón.

Cantón hacia 1830. Durante 100 años el comercio occidental en China se realizó a través de este puerto
China llega al siglo XIX con una gigantesca economía, que representaba un tercio de la mundial, basada en un desarrollo demográfico imponente y una autosuficiencia en materias primas y productos manufacturados. Si bien existen debates acerca de la evolución económica china hasta ese siglo, lo que es indudable es que para 1800 presentaba un nivel de desarrollo bastante similar al europeo en su conjunto, y la región china más dinámica –Jiangnan– muy cercano a Gran Bretaña (2). Para comienzos del siglo, además, China agrupa un tercio de la población mundial, más de 300 millones de habitantes, habiendo vivido un crecimiento poblacional extraordinario, basado en la ausencia de grandes guerras, el aumento de tierra cultivada, la introducción de nuevos cultivos como el maíz o una política de bajos impuestos de la nueva dinastía (3).
Pero quizás lo más relevante de la China de 1800 es su relación comercial con Europa, que será su perdición. Tradicionalmente, Europa realizaba lo que se denomina el intercambio o comercio desigual: las potencias manufactureras e industriales europeas –sobre todo Gran Bretaña– vendían productos manufacturados en colonias o territorios periféricos americanos, africanos y asiáticos, a cambio de materias primas de bajo coste, lo cual les ofrecía una ventaja y beneficios comerciales evidentes. No obstante, con China era distinto: proveía a los comerciantes capitalistas europeos productos manufacturados o listos para su consumo, como porcelana, muebles, seda, especias, joyas, pinturas o té, que los europeos sólo podían comprar con plata, en vez de con otros productos manufacturados que, además, al ser prácticamente autosuficientes, los chinos no necesitaban. Se producía así una situación anómala en la que los comerciantes británicos tenían una balanza comercial negativa con China. Esto acabaría pronto.
La historia occidental bocabajo: el inicio de “El siglo de humillaciones”
Dentro de la tradición histórica –y marxista– occidental, suele situarse como hito fundamental para entender el siglo XX mundial, el año 1914, inicio de la Primera Guerra Mundial, poniendo fin al denominado largo siglo XIX de Hobsbawn y desencadenando la Revolución soviética de 1917. Sin querer restar relevancia de esa fecha e hito en Europa, sin lugar a dudas situarlo como momento traumático fundamental del siglo XX mundial peca de eurocentrismo, como afirma Doménico Losurdo (4):
“En las colonias y semicolonias, el sistema capitalista-colonialista había relevado su terrible carga de opresión y violencia mucho antes de agosto de 1914”. Y es precisamente la historia china la que nos permite hablar con mayor crudeza de esta “revelación”.
Desde el siglo XVIII Gran Bretaña desarrollaba una lucrativa red de narcotráfico de opio en la que implicaba a su colonia de la India –dirigida por la Compañía Británica de las Indias Orientales–, donde se producía la droga, y China, donde se vendía. Hasta la década de 1830, este comercio, aceptado por el Imperio chino, fue creciendo, permitiendo a las empresas inglesas amasar grandes fortunas al inundar el mercado de un producto altamente adictivo que hacía estragos en muchas capas sociales chinas. Frente a ello, el gobierno chino decide prohibirlo e inicia una política de lucha contra el narcotráfico y la corrupción asociada a su negocio. La acción del funcionario chino Lin Zexu, será contundente: confiscó y arrojó al mar más de una tonelada de opio, tras lo cual envió una carta a la Reina Victoria de Inglaterra pidiéndole que exigiera a los comerciantes británicos desistir de sus actividades ilegales. La defensa de la soberanía china constituyó una declaración de guerra al Imperio británico, iniciándose las guerras del opio.
“Las guerras del opio y los tratados desiguales dan inicio al siglo de humillaciones chino, caracterizado por la colonización de su territorio, la guerra y la apertura del país al imperialismo capitalista occidental”
La Primera Guerra del Opio, en 1839, da inicio al denominado siglo de humillaciones chino. El poderío militar naval británico, y la ausencia de un ejército moderno chino, permitirá a los ingleses poner en práctica la Diplomacia del cañonero que venían practicando estadounidenses, ingleses y franceses en África, Asia y América Latina. Consistía en amenazar y bombardear desde fragatas y cañoneros las ciudades de un país al que se quisiera extorsionar u obligar a aplicar determinadas políticas. Reino Unido lo aplicó concienzudamente durante 3 años, acabando por derrotar a China y obligarla a firmar el primero de los tratados desiguales, el Tratado de Nankín. Entre otras concesiones, se le cede la isla de Hong-Kong, se abre el comercio de ciertas ciudades costeras (Shanghai, Xiamen, Fuzhou y Ningbo) y, en la práctica, se permite el comercio de opio por toda China.
El siglo trágico se iniciaba con la pérdida de la soberanía sobre partes de su territorio y continuaba con la apertura de ciertos puertos y territorios costeros al comercio de las potencias capitalistas en los denominados Tratados desiguales: Reino Unido (1844), EEUU (1844), Francia (1844) o la Rusia zarista (1851). A la primera guerra del opio le seguiría una segunda (5), por la que estos países consiguieron nuevos acuerdos comerciales, políticos, religiosos y nuevos pedazos del país a golpe de cañonazo, como cuando en 1860 británicos y franceses arrasaron el Palacio de verano de Pekín, en un acto de cruel barbarie imperialista.

Ruinas del Palacio de Verano de Pekín
La dominación colonial occidental sobre China era un hecho en la década de 1860 y sus objetivos lo reflejan a las claras el diplomático catalán enviado a China Sinibaldo de Mas, quien en 1861 recomendaba la división del país en zonas de influencia a las principales potencias europeas, con el fin de poder explotar mejor sus recursos. De hecho, al igual que ocurría en Argelia, la India o el África subsahariana, el extremo oriente y sudeste asiático caía en manos de las potencias occidentales, y China daría buena cuenta de ella. Además de perder el control sobre territorios de su dominio, se van sucediendo anexiones territoriales de zonas de influencia chinas, por parte de Rusia (Amur, 1860), Reino Unido (Birmania, 1886), Francia (Vietnam, Laos y Camboya, 1887), Japón (Corea, 1895) y EEUU, por medio de su política de puertas abiertas comerciales.
Como hemos visto, la pérdida de territorio, la humillación, la guerra y la colonización a la que sometían a China, mostraba el verdadero rostro de la burguesía y el capital europeos, que nunca ha sido el de los valores de igualdad, libertad y nacionalismo que defendían (a duras penas) en Europa, sino los que mostraban en sus colonias, como denunciaría Marx en sus famosas cartas desde Argelia, arrogancia, pretensión, rabia vengativa y crueldad (6). El terror, el genocidio y el expolio. La respuesta china no tardó en llegar. El gigante despertaba.
Dos respuestas y un proyecto imposible
En escasos 25 años, el poderoso Imperio Qing se había transformado en un país invadido, atrasado y humillado, al borde de la desaparición. La imposibilidad del poder chino de mantener el territorio unido y responder a la afrenta occidental, así como su subordinación a las demandas imperialistas, provocarán la reacción de ciertos sectores de la sociedad china. Podemos sistematizar dos tipos: la del campesinado y las capas populares; y la de los reformadores.
El campesinado ha sido históricamente la clase social mayoritaria de China. Un campesinado sometido al poder de los terratenientes y que, ante el aumento poblacional y las concentraciones de tierra, ha dispuesto de cada vez menos tierras para arrendar, empobreciéndose y convirtiéndose en jornaleros y en capas desheredadas de diverso tipo y condición, como los mendigos, bandidos o soldados licenciados sin tierra (7). Estos grupos populares provocan en los siglos XVIII, XIX y XX multitud de huelgas, rebeliones y resistencias al poder manchú y a los terratenientes. Las cabezas dirigentes de estas rebeliones serán las sociedades secretas, entre las que destaca la Sociedad del Loto Blanco, si bien se pueden contar por decenas –la Tríada, la Sociedad de los Mayores y de los Ancianos, de las Picas Rojas, la Banda Verde, la Banda Roja…–, quienes también tenían gran predicación en entornos urbanos, aglutinando a artesanos, cargadores, barqueros, marinos o soldados licenciados (8). Estas sociedades secretas y las masas campesinas tendieron hacia estrategias de autodefensa armada, conformando milicias y territorios más o menos independientes de la autoridad imperial.
La primera respuesta popular a las agresiones occidentales y la dinastía manchú será la Rebelión de Taiping (1851-1864), de tipo campesina y mesiánica, que se alzaba contra la dinastía reinante y la injerencia occidental, y que llegó a controlar la región del bajo Yangtsé. En paralelo, se produce la rebelión Nian (1853-1868), entre los ríos Huai y Amarillo, en las que masas campesinas controlan pueblos y ciudades fortificadas; o la rebelión Miao (1854-1873). Todas ellas fueron sofocadas y derrotadas por el poder imperial con ayuda de las potencias imperialistas (Gran Bretaña y Francia, principalmente), provocando millones de muertos, en una cifra que oscila en torno a los 60 millones (9). En concreto, la rebelión Taiping se considera uno de los eventos más sangriento de la historia de la Humanidad. La última gran rebelión campesina y antioccidental, liderada por una sociedad secreta, será la rebelión de los boxers (1898-1901). Su estrategia se basaba en una prolongada lucha militar llevada desde una o varias bases rurales y contando fundamentalmente con la ayuda de campesinos rebeldes (10). Su levantamiento general, en el que la ocupación del “Barrio de las embajadas” en Pekín fue su incidente más conocido, fue duramente sofocado por las potencias occidentales; en especial, Reino Unido, Francia y Alemania, si bien el movimiento alcanzó tal calado que la idea de dividir China se vio por dichas potencias como algo imposible.

Representantes de ejércitos imperiales en China en la Alianza de las 8 naciones que derrotó a los boxers
La segunda respuesta china vino de la mano de los reformadores, élites intelectuales, políticas y sociales del país que, vinculados de forma más o menos directa con el poder imperial, exigían la creación de una China próspera y fuerte desde la década de 1860, sucediéndose toda una serie de movimientos de fortalecimiento chinos. Jerome Ch’ên (11) lo sistematiza de la siguiente forma: La primera generación de reformadores recetaban una modernización de los medios de defensa y guerra; y la segunda generación, la modernización económica. No obstante, la derrota china en la guerra con Japón (1894-95) desacreditó estas políticas. La tercera generación, por su parte, concedió prioridad a la administrativa. Encabezado por Kang Youwei y Liang Qichao, propugnaban un nacionalismo chino radical que instituyese una monarquía constitucional y realizan en la década de 1890 una intensa actividad de propaganda y publicaciones, con el fin de influir en el emperador. Con ellos se produce la reforma de los 100 días, en que se intentó modernizar el país, sin éxito.
Tras 1901, la derrota de los reformadores, de las rebeliones campesinas y la definitiva penetración imperialista occidental y japonesa provocará una situación de debilidad extrema del poder político imperial y sentará las bases para su caída en 1911. Esto se produce de la mano de la figura de Sun Yat-Sen y de un movimiento político que propone no confiar ya en la dinastía y avanzar hacia la fundación de una república constitucional, para lo cual se apoyará en una naciente burguesía, clases intelectuales y liberales (destacando los estudiantes) y en clases populares a través de las sociedades secretas, con quienes Sun estrecha lazos en su exilio en Japón. El movimiento de Sun Yat-Sen agrupará a tendencias antimanchúes, nacionalistas y reformistas, cuyo programa se condensaba en los Tres principios del pueblo: la unidad nacional – independencia frente a la dependencia colonial–; la democracia –soberanía nacional y de los derechos del pueblo–; y el bienestar del pueblo –modernización de las estructuras sociales y del desarrollo económico–. Para ello, la Sociedad de la Alianza, fundada en 1905, promoverá una serie de movimientos de insurrección que terminará desembocando en la Revolución de Xinhai que acabará con el Imperio Chino en octubre de 1911. Esta revolución, iniciada en Wuchang, principal centro industrial militar del país, se apoyará en divisiones del ejército y milicias locales, conformadas por grupos revolucionarios y seciedades secretas. Un joven Mao de 18 años participó en una de estas milicias en la provincia de Hunan.
Nace la república de China, bajo la hegemonía política de Sun Yat-Sen y figuras reformadoras y nacionalistas que en 1912 fundarán el Partido Nacionalista Chino (Kuomitang). Su proyecto político, fuertemente influido por el ejemplo y los valores de las democracias burguesas occidentales, suponía un proyecto imposible en el contexto social chino, como lo fue previamente la labor de los reformadores de los 100 días. La ausencia de clases sociales afines al proyecto político (burguesía), la dificultad para conectar con los intereses de las masas de campesinos y sectores populares empobrecidos, la debacle política que vivía el país, asolado por la dominación extranjera y, sobre todo, la existencia de poderes locales basados en los terratenientes, antiguos funcionarios imperiales y militares, provoca la muerte gradual de la república, iniciándose la época de los caudillos militares (señores de la guerra que controlaban efectivamente el territorio) tras una breve reinstauración del Imperio (1915-1928).
Reproducimos la reflexión que realiza Mao (12) sobre estas primeras expresiones y proyectos políticos de respuesta al imperialismo y sus lacayos chinos (la dinastía manchú):
“Las viejas armas inamovibles del feudalismo salieron derrotadas, debieron ceder y se las declaró obsoletas. A falta de nada mejor, los chinos se vieron obligados a pertrecharse con armas ideológicas y fórmulas políticas tales como la teoría de la evolución, la teoría del derecho natural y de la república burguesa, todas ellas tomadas en préstamo del arsenal de la época revolucionaria de la burguesía occidental, patria del imperialismo […] pero todas esas armas ideológicas, como las del feudalismo, se revelaron tremendamente débiles y acabaron por ceder, se las declaró inútiles y fueron abandonadas.”
Los cañonazos del Aurora de la conciencia nacional china
Para terminar esta primera parte, cabe señalar un momento fundacional de la conciencia nacional china. El movimiento del 4 de mayo de 1919. Para entenderlo, debemos tener presente que durante el primer cuarto del siglo XX se producen hechos decisivos en China, como fue la penetración definitiva del capitalismo occidental y, con él, la ruina de la milenaria manufactura del país y la formación de un proletariado en zonas portuarias como Shanghái. Esta penetración occidental iba de la mano de las humillaciones y pérdida de soberanía china, esta vez, a manos de Japón. En el transcurso de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), en la que China apoya a la Triple Entente (Gran Bretaña, EEUU, Francia, Rusia y Japón), la república se ve acosada por Japón y sus 21 Demandas, firmadas en mayo de 1915, por las que el país se vería reducido prácticamente a un protectorado japonés, al controlar ciertas empresas, industrias, ferrocarriles, los puertos y muchas zonas que mantenía como arriendo: el sur de Manchuria y Mongolia. Japón desplegaba así su imperialismo asiático, heredando el modelo occidental, y que llegaría a cotas terribles en el periodo de entreguerras.
“Como los cañonazos del Aurora dieron luz al asalto del Palacio de Invierno de la revolución soviética, en China, el movimiento estudiantil y popular del 4 de mayo fue la plasmación que anunciaba el despertar del gigante…”
Toda esta situación no hacía más que alimentar el nacionalismo chino, que se venía desplegando en los años anteriores, y el sentimiento anti-occidental y anti-japonés. La gota que colmó el vaso fue la actitud de las potencias vencedoras de la guerra en el Tratado de Versalles ante China (que había participado en la guerra enviando cientos de miles de trabajadores al Frente occidental). Éstos, no sólo no invitaron a estar presente en la reunión a China (en una actitud racista y sinófoba de la que las potencias occidentales ya habían dado buena muestra las décadas anteriores), sino que además hicieron oídos sordos a las solicitudes de China de que se acabasen con los tratados desiguales y se respetase su soberanía (según la idea de respeto de las naciones del presidente estadounidense Wilson en sus famosos 14 puntos); y, por último, decidieron ceder a Japón los territorios que Alemanía tenía en China (Qingdao).
Cuando llega a oídos de la población china la propuesta de Versalles, se desata una protesta de jóvenes contra los japoneses y por la no firma del Tratado. El 4 de mayo de 1919 se produjo una manifestación de estudiantes en la Plaza de Tiananmen, en Pekín. El movimiento se extendió con fuerza por el país en las semanas posteriores, desafiando a los señores de la guerra y consiguiendo que el pueblo chino descubriera su poder. Grupos de estudiantes, campesinos, trabajadores…, unieron sus fuerzas y trabajaron juntos, inspirados por la idea de recuperar su soberanía nacional y expulsar a los invasores. De esta efervescencia revolucionaria y tomando como guía las nuevas ideas que venían desde la URSS, se sentaron las bases de las células que conformarán el Partido Comunista Chino, como veremos en la segunda parte.
Notas:
(1). Para conocer las opiniones políticas y militares de napoleón sobre China, se puede leer este post: Pinche AQUÍ para enlace web.
(2). Van Zanden, J. L. (2005): “Una estimación del crecimiento económico en la Edad Moderna”, Investigaciones de historia económica, 2, pp. 9-38. Disponible: Pinche AQUÍ para enlace web.
(3). Deng, (2015): “China’s Population Expansion and Its Causes during the Qing Period, 1644–1911”, Economic History Working Papers, 219. Disponible: Pinche AQUÍ para enlace web.
(4). Losurdo, D. (2019): El marxismo Occidental. Cómo nació, cómo murió y cómo puede renacer. Ed. Trotta, Madrid.
(5). En el blog de China desde el Sur, se puede encontrar una narración histórica precisa, rigurosa y didáctica de las guerras del opio. Pinche AQUÍ para enlace web.
(6). El 8 de marzo de 1882. En: Marx, K. (1997). Lettres d’Alger et de la Côte d’Azur. Le temps des cerises, Paris.
(7). Hay diversas obras de la historia china donde se puede encontrar una evolución del campesinado chino. Accesible online en castellano tenemos: Fairbank, J. K. (1996). China, Una nueva historia. Editorial Andrés Bello. Disponible: Pinche AQUÍ para enlace web.
(8). Para profundizar, destaca la clásica obra de J. Chesneaux (1968): “Las sociedades secretas chinas en la época moderna. Ensayo de historia social”, Estudios orientales, 3 (2), pp. 105-123.
(9). Según cifras de Fairbank, J. K. (1996). China, Una nueva historia. Editorial Andrés Bello.
(10). Según J. Ch’ên (1967): Mao y la revolución china. Oikos-Tau, Barcelona. Pág. 24.
(11). J. Ch’ên (1967, 23).
(12). Citado en Losurdo (2019: 22-23)
Autor
Nacido en Cádiz, en 1989, es Licenciado en Historia y doctor en Historia y Arqueología. Miembro de la Asociación Lumbre de Historia Social. Ha participado y militado en diversos espacios socio-políticos andaluces, especialmente de corte sindical y antifascista.
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