“En 1961, la Revolución Cubana se anunciaba como una Revolución Socialista y Marxista, la primera de Latinoamérica”
“La maquinaria que la CIA y los exiliados cubanos llevaban fraguando desde 1959 finalmente había echado a andar”
“Hacía falta tiempo para convertir al ejército cubano en un ejército moderno, pero tiempo era lo que no había; el enemigo ya estaba listo”
“De las entrañas de la dictadura más servil y sangrienta del continente surgía una Revolución proletaria y campesina”
“Era vencer o morir, era Socialismo o Muerte, era Patria o Muerte… y solo quedaba vencer”
El 16 de abril de 1961, al mediodía, todavía podía verse la humareda de los aeropuertos a gran distancia. El día anterior, bombarderos Douglas A-26 Invader —apodo tan acertado— comprados por la CIA y pilotados por mercenarios cubanos y pilotos de la Agencia, utilizando insignias de la Defensa Aérea Revolucionaria, habían bombardeado los aeropuertos de San Antonio de los Baños, Ciudad Libertad y Santiago de Cuba. La maquinaria que la CIA y los exiliados cubanos llevaban fraguando desde 1959 finalmente había echado a andar.
El bombardeo de los aeropuertos seguía el, hasta el momento infalible, libreto que los estadounidenses habían desarrollado para sus operaciones anfibias en la Segunda Guerra Mundial. Había llegado el momento de la invasión en sí misma. Noticias alarmantes llegaban de los servicios de inteligencia cubanos en Nicaragua: La flota mercenaria, escoltada por los destroyers norteamericanos, había zarpado. Era la hora más oscura para la naciente Revolución cubana.
A pesar de los intentos de la triunfante Revolución de no antagonizarse demasiado rápido con el coloso norteamericano —del cual dependía totalmente la economía cubana—, el cumplimiento del Programa del Moncada hacía inevitable la ruptura con el poderoso vecino. El cerco casi inmediato y la clausura de la cuota azucarera cubana en el mercado norteamericano selló el destino de las relaciones entre los países. La campaña de nacionalización que le siguió vio surgir el monstruo que crecería cada año hasta convertirse en el Bloqueo que hoy conocemos; pero la ayuda del campo socialista empezaba a llegar y aflojaba el nudo sobre la joven Revolución. Para los exiliados y los latifundistas, era el ahora o nunca.
A pesar de las simpatías soviéticas y de las jóvenes repúblicas socialistas, Cuba estaba, en términos prácticos, sola ante la invasión. La ayuda militar apenas comenzaba y el entrenamiento de las tropas, con el nuevo armamento, estaba aún en ciernes. Haría falta tiempo para convertirlo en un ejército moderno, pero tiempo era lo que no había. El enemigo ya estaba listo.
El sepelio de las víctimas de los bombardeos fue multitudinario, miles de banderas cubanas adornaban los balcones y las multitudes llenaban las calles; sin embargo, el silencio era sobrecogedor. Se dolía la pérdida de hombres y mujeres jóvenes, cubanos que tenían que estar en el campo o en las fábricas, y no en ataúdes. Ataúdes que ahora estaban llenos con hombres, mujeres y niños. Y también se esperaba, con la nerviosa incertidumbre del momento terrible.
El trueno de la voz de Fidel retumbó desde el podio hacia la multitud uniformada de verde olivo, en las manos los lustrosos fusiles belgas y checos que llegaban a cuentagotas esquivando el bloqueo. La hora de la forja de la Revolución había llegado.
“Compañeros obreros y campesinos: esta es la revolución socialista y democrática de los humildes, con los humildes y para los humildes. Y por esta revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes, estamos dispuestos a dar la vida”.
La Revolución Cubana se anunciaba como una Revolución Socialista y Marxista, la primera de Latinoamérica. La significación del hecho hacía retemblar todos los cimientos de lo de, hasta ese momento, hecho y sabido en el continente. El miedo más terrible del imperialismo norteamericano se había hecho realidad: de las entrañas de la dictadura más servil y sangrienta del continente surgía una Revolución proletaria y campesina. Una Revolución con todos y para el bien de todos.
“Lo que no pueden perdonarnos los imperialistas es que estemos aquí, lo que no pueden perdonarnos los imperialistas es la dignidad, la entereza, el valor, la firmeza ideológica, el espíritu de sacrificio y el espíritu revolucionario del pueblo de Cuba”.
“Eso es lo que no pueden perdonarnos, que estemos ahí en sus narices ¡y que hayamos hecho una Revolución socialista en las propias narices de Estados Unidos!”
Ya no había conciliación posible. La Revolución cubana se había transformado no solo en un enemigo secular, circunstancial, del imperialismo estadounidense; ahora también eran enemigos ideológicos y la coexistencia pacífica entre ambos era imposible. Cada revolucionario, cada maestro voluntario, cada joven rebelde, cada campesino armado, cada miliciano, sabía ahora el costo que acarreaba la derrota. Era vencer o morir, era Socialismo o Muerte, era Patria o Muerte… y solo quedaba vencer.
Autor
Profesor de idiomas.
Estudiante infatigable con una especial devoción por el ideal comunista, la historia, la ciencia, la tecnología y el arte.
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