Priorizar el desarrollo, de un país inmenso y extremadamente atrasado, y a la par garantizar la soberanía política del país, han marcado todas las decisiones del PCCh desde sus inicios
“China ha conseguido y sigue trabajando sin descanso para sacar adelante un proyecto de verdadero desarrollo sostenible”
“China no era autárquica. Hasta los años 70, China lo que tenía era un embargo”
“La narrativa de “China abandonó la idea de socialismo” es falsa e interesada”
“¿Es China capitalista?” está publicado en castellano por la editorial El viejo Topo (1).
La estructura del libro se compone por una parte central distribuida en tres capítulos: 1. Características generales, elementos históricos y comparaciones internacionales; 2. El enigma del crecimiento económico chino; y 3. Acerca de la naturaleza del sistema político-económico chino. Esta parte central es abrazada por una introducción inicial, y por las conclusiones y el anexo que cierran la obra.
Así mismo, destaca la importancia del anexo. En él, a través de un mapa político-administrativo de China y una cronología histórica detallada, encontramos el refuerzo necesario para aproximarnos a la comprensión del modelo político-económico del país asiático.
Así, la primera parte del libro aborda en efecto esta cuestión. Entender que cuando se habla de China, lo hacemos de un país con una demografía compleja, el más numeroso en habitantes del mundo, con una gran diversidad étnica, cultural, religiosa y en un terreno complejo. “Los recursos naturales del país son variados y abundantes, aunque menores que los de Rusia o EEUU” señalan los autores de este libro; y añaden: “Más raros son en cambio los recursos agrarios cuando se los pone en relación con el número de habitantes”. Estos elementos serán claves para comprender la importancia estratégica que ha jugado, a lo largo de la revolución china, y que sigue jugando en la actualidad, resolver el problema agrícola, y en consecuencia de un campesinado que en la década de 2010 seguía representando al 40% de la población activa en China. Por otra parte, a veces con cierta burla, se dice que China es “ecofriendly”; algo que en efecto es así, la lucha incansable contra las tormentas de arena y las pérdidas de agua y tierra en un país que debe alimentar al 20% de la población del planeta con solo un 10% de tierra cultivable ha hecho de China un país preocupado incesantemente por la cuestión ambiental. Como lo atestiguan proyectos como el de la “Gran Muralla Verde” o el cambio producido en su modelo energético durante los últimos años (2). Habitualmente la propaganda contra China centra mucho la acusación sobre su huella ecológica sin atender a su numerosa población, pero lo cierto es que China ha conseguido y sigue trabajando sin descanso para sacar adelante ese concepto -muchas veces vacío en esas cumbres internacionales donde juegan a la preocupación climática- de crear un proyecto de verdadero desarrollo sostenible.
Otro punto clave en esta parte del libro, entronca directamente con la propia historia y desarrollo histórico, por tanto, del país asiático. China ha sido una potencia con miles de años de historia detrás, no es un país recién creado en el siglo XXI, en ese sentido es vital comprender que la etapa de retroceso de China en el plano internacional solo abarca unos pocos años y sobre todo está vinculado bien a su inestabilidad interna debido a las múltiples agresiones coloniales e imperialistas que se desarrollaron en su territorio por parte de británicos, japoneses, la rusia zarista e incluso los EEUU; o por situaciones de embargo internacional. Así, como muy bien señalan los autores: “China no era autárquica. Hasta los años 70, China lo que tenía era un embargo”.
En relación con este punto y sin adelantarme, considero muy pertinente tener en cuenta un elemento que también es destacado por los autores. En ninguna de las experiencias del socialismo verdaderamente existente se ha desarrollado un proceso revolucionario exclusivamente voluntarista. Ya que en todos los casos el proceso revolucionario ha estado extremadamente condicionado no solo por las lógicas relaciones geopolíticas internacionales, sino también, por los incesantes ataques del imperialismo. Esto ocurre en Cuba, ocurrió en la URSS y también ha ocurrido con la República Popular China. Obviar este punto fundamental suele tener como consecuencia caer en un idealismo, cuasi folclórico, que no hay realidad material que pueda sostener; y, por tanto, que acabemos por caer en posiciones ultraizquierdistas que solo satisfacen esa frustración idealista a través de una lucha enérgica contra procesos enteros sin ni siquiera parar para hacer un análisis materialista básico sobre los mismos.
La segunda parte del libro es quizás la parte más dura a nivel de análisis económico, la que para los no economistas (como es mi caso) puede resultar más compleja en su comprensión. Sin embargo, aporta una serie de datos y análisis desde la perspectiva económica que son fundamentales no solo de cara a sostener la tesis que plantea el libro sino para cualquier estudioso que desee trabajar la esencia económica del modelo chino.
La última de las partes se relaciona directamente con la naturaleza del sistema político-económico de la República Popular China. La tesis fundamental, que además se reafirma en sus conclusiones, es la defensa de que el sistema chino sería el de un modelo de socialismo (de) con mercado. Así ante la pregunta, ¿es China capitalista? Los autores lo tienen claro: no. Igualmente, ante la pregunta “¿es china socialista?” la respuesta sería que solo en una fase muy incipiente del proyecto del socialismo.
Para los autores de este libro la narrativa de “China abandonó la idea de socialismo y abrazó el capitalismo” y que este sería por tanto el secreto de su éxito sería no solo una falsedad, en tanto que el libro demuestra que la reapertura no supuso una ruptura con la estrategia socialista, más bien una continuación del proyecto con variaciones tácticas; pero a su vez, destacan que esta narrativa interesada es fundamentalmente parte de la propaganda anticomunista. Como China ha demostrado la eficiencia de su propia aplicación de las ideas marxistas, esto debe ser omitido de la ecuación, y venderlo como una suerte de victoria del modelo capitalista. No obstante, como bien señalan los autores, si el control que ejerce el estado de la economía china se produjese en cualquier país occidental, por ejemplo, Francia, no tardarían en acusar a ese gobierno de comunista.
Igualmente, es interesante ver como el libro no niega que en la China actual existan aún muchos problemas que atender, sobre todo en relación con la igualdad social. Alegando a las políticas que implementa el PCCh podemos no solo advertir que son muy conscientes de esta situación sino como en los últimos años, además, revertir la desigualdad se ha convertido en prioridad de los planteamientos organizativos de los comunistas chinos. Existe igualmente, una creciente preocupación desde el PCCh, sobre cómo este socialismo (de) con mercado, afecta a la ideología social del pueblo chino.
Priorizar el desarrollo, de un país inmenso y extremadamente atrasado, y a la par garantizar la soberanía política del país, han marcado todas las decisiones del PCCh desde sus inicios. Simultanear estas dos piezas fundamentales no es tarea fácil y explican muchas de las aparentes contradicciones del modelo. Desarrollar una burguesía nacional que compita con las multinacionales impidiendo con esto que estas depreden su economía y la soberanía política mientras, por supuesto, aprovechan sus inversiones, es mínimo una estrategia arriesgada. No obstante, el capital nacional chino se mantiene sometido por una enorme empresa pública y unas ayudas públicas que determinan su actividad al punto de que los capitalistas chinos dependan de forma efectiva de ese control del estado para su propia supervivencia.
A modo de conclusión personal es cierto que existe el riesgo de que China acabe por convertirse en una potencia claramente capitalista, sin embargo, si atendemos a las políticas implementadas por su gobierno, no parece que esta sea la tendencia. Por otra parte, ante la pregunta de si China es un país imperialista, es importante destacar varios elementos claves de la teoría del imperialismo de Lenin: China no tiene un desarrollo financiero y además no exporta capitales. China está lejos, aún, de poder convertirse en una potencia de carácter imperialista.
Por último, si me gustaría destacar que el relato sobre China, más en el contexto geopolítico actual, no debe leerse como neutral, hay una guerra geopolítica abierta entre el imperialismo y el multilateralismo, entre la política expansionista y una forma más democrática de entender las relaciones internacionales. En ese sentido, es vital, evitar caer en la propaganda fácil que contra el modelo chino se lanza constantemente a través de los medios de comunicación. Invito por tanto al acercamiento real a China, a conocer en profundidad no solo su modelo político y económico sino también su realidad histórica y social compleja. Estamos en tiempos de fantasmas que libros, como este, nos ayudan a ahuyentar.
Notas:
(1). Enlace editorial El viejo topo. Pinche AQUÍ.
(2). Cambios en el modelo enérgetico de China. Artículo de Andrés García para Revista La Comuna. Pinche AQUÍ.
Autor
Directora Revista La Comuna
Estudió Filología Hispánica en la Universidad de Sevilla. Gestora cultural, escritora, poeta y analista internacional en distintos medios escritos o audiovisuales. Autora de la compilación poética “La Generación de la Sangre I” para Editorial Ultramarina Cartonera, a través de la Plataforma de Artistas Chilango-andaluza.
“Arquitecturas y Mantras” de la Editorial Bucéfalo fue su primer libro de poesía en solitario. A su vez, actualmente colabora en Hispan TV y otros medios internacionales en habla hispana analizando la actualidad política. Miembro de la Asociación Cultural Volver a Marx. Milita en Trabajadoras Andaluzas.
Me parece una excelente reseña, sin embargo, no me queda claro lo que has señalado al final: lo de que China no exporta capitales.