
Río Tinto a su paso por Charco Dulce, El Madroño (Sevilla).
La olvidada Cuenca Minera de Riotinto, historia de lucha y resistencia. El Año de los Tiros: Humo, Sangre y Olvido (1888).
Un año marcó la historia de la Cuenca Minera de Riotinto, llenándola de sangre y de olvido, gravado sobre las piritas y sobre los huesos, aunque se haya forjado el olvido, reposa aquel año de 1888, como una pluma sobre un manto de ceniza, con el peso de una memoria que persiste sin necesidad de utilizar el recuerdo, porque toda la cuenca brotó de aquella plaza teñida con el rojo de la sangre de los pueblos mineros. Fue un 4 de febrero el que hundió las garras de la muerte sobre la plaza de un pueblo que ya no existe. El 4 de febrero que cambió el color de las aguas y de las calles, que profanó el silencio con el sordo grito de una herida mortal, que salpicó, por siempre, la música con el silencio de todos los que desaparecieron en el humo de las teleras aquel maldito día y que dejaron calles, casas y plazas vacías. El 4 de febrero el miedo consiguió agarrar sobre los pechos de los indomables y las valientes, arrebatando toda esperanza y todo intento de rebelión contra la tiranía y la explotación británica durante más de 10 largos años de persecución, silencio forzado y penurias.
El 4 de febrero de 1888 la tierra se hizo roja y dejó de amanecer ante el dolor irreparable de la masacre contra el pueblo. El 4 de febrero de 1888 otorgó su nombre a todo el año y lo escribió con sangre y ceniza en las miradas de la clase obrera de la Cuenca Minera de Riotinto, El Año de los Tiros, puede leerse en los ojos más viejos y oírse en el silencio de una plaza que fue sepultada bajo los mismos escombros y las mismas sombras que ocultaron los cuerpos y la matanza. El Año de los Tiros, recuerdos de humo, de sangre y de olvido sobre la Cuenca Minera de Riotinto; el 4 de febrero de 1888, los pechos desgarrados y el agónico grito de un pueblo contra los siglos de silencio.
El año de los tiros, el año de los humos: las teleras.
Las minas de Riotinto en manos de la todopoderosa Riotinto Company Limited (RTCL) desde 1873 fueron testigos de la brutalidad del imperialismo. Con objeto de extraer el mineral de las piritas al menor coste posible emplearon un método prohibido en Inglaterra, las teleras, calcinaciones al aire libre, a una escala insoportable. Se trataba de extraer todo el mineral de aquella tierra, no importaba cómo ni dónde. Varios kilómetros cuadrados de teleras, combustionando durante más de seis meses, expulsaban su aliento de enfermedad y muerte afectando a 200.000 ha. Bajo las tinieblas engendradas por los sulfurosos humos nunca llegaba la primavera, nunca había sonrisa en los niños y niñas y jamás el cielo era azul. Los días de manta la oscuridad era tal que no había amanecer, se producían choques entre los trenes y el trabajo era imposible, pero el jornal era descontado. Esos días había que huir de los valles asfixiantes y buscar refugio en las cimas de los cerros por encima de los humos que protagonizan esta historia.
Maximilano Tornet.

Maximiliano Tornet y Villareal. Fuente: Raúl Eliseo Díez (Argentina).
En 1883 llegó a la Cuenca Minera de Riotinto, desde Cuba donde había sido expulsado por las autoridades españolas debido a sus ideas, un anarquista de poderosas palabras y ardiente corazón, Maximilano Tornet, quien no tardaría en convertirse en el primer gran líder del movimiento obrero en las minas. Trabajó para la Compañía durante 4 años. Comenzó en los hornos de refino donde tuvo un buen rendimiento hasta que le empezó a pasar factura a la salud y después de varios ataques de hemorragia en la boca fue trasladado a los hornos de fundición. Allí lo ascendieron a pesador y comprobador hasta noviembre de 1884 cuando fue trasladado a los nuevos hornos de fundición donde sería cronometrador.
El 1 de febrero de 1886 se casó con María Loaiza y García, procedente de Vejer de la Frontera (Cádiz), y el 24 de enero de 1887 dio a luz a su primer hijo, Vao, en la calle Mendéz Nuñez del pueblo original de Minas de Riotinto. El 2 agosto de este año se le descubre difundiendo propaganda revolucionaria entre los trabajadores por lo que es despedido. El 31 de agosto es detenido y enviado a la prisión de Valverde del Camino (Huelva). Allí continuaría escribiendo para el diario anarco-colectivista “El Productor”, del que era corresponsal desde febrero de 1887. A los dos meses volvería a la Cuenca Minera de Riotinto donde fue gratamente acogido por los mineros, aunque ya se encontraría en la larga lista negra que durante años elaboraría la Riotinto Company Limited (RTCL). La Compañía le prohibió transitar por sus propiedades entre las que se incluían las calles de Riotinto e intentó expulsarle de la comarca, pero no encontró ningún resquicio legal y ninguna forma directa de hacerlo. Así que Maximiliano Tornet continuó la propaganda y la agitación de la clase obrera.
Tiros en el campo: La Liga antihumista.
Por otra parte, en Zalamea la Real (Huelva), pueblo matriz de todos los que componen hoy la Cuenca Minera de Riotinto y último bastión del viejo poder de los terratenientes, se creó la Liga Antihumista, pues también era el último pueblo de la cuenca eminentemente agrícola y ganadero y en consecuencia el más perjudicado por los humos de la Compañía. La Liga Antihumista fue creada, impulsada y dirigida por José Marín Ordóñez Rincón, natural de Higuera de la Sierra, y su suegro, José Lorenzo Serrano. Siendo ambos poderosos e influyentes terratenientes, que veían, por un lado, la destrucción de las tierras que habían usurpado al pueblo, así como la pérdida de la total hegemonía que durante años habían ostentado. Por eso encabezarían el movimiento contra los humos y contra la Compañía desde 1876. Cuando se inicia la década de 1880 las tensiones entre los propietarios agrícolas y mineros se agudizan, debido al constante aumento de las extracciones de mineral y de las calcinaciones al aire libre, que destruían las cosechas, causando graves pérdidas económicas. Recordemos que fue en ese año cuando casi se declara el uso de las teleras como de utilidad pública por el poder que tenía la Compañía sobre el estado en tan solo 7 años desde su llegada.
En 1887 se alcanzó la máxima extensión en el uso de las teleras…
Muchos en la época hablaban de la telera monstruo, una inmensa calcinación de mineral que ocupaba una extensión de 12.000 m2. Quizás sea una exageración, lo que si es cierto que todo el espacio existente entre Nerva y el viejo pueblo de Minas de Riotinto estaba ocupado por miles de ardientes bocas insaciables, que exhalaban su terrible y oscuro aliento sobre el mundo, que ardían y vivían durante seis meses solo para asesinar día tras día, hora tras hora, el azul del cielo, el verde los campos y la claridad de la vida típica de los pueblos andaluces. El monstruo, comandando y cruelmente dirigido por Hugh Mutheson, presidente de la RTCL, crecería y crecería, mataría y mataría, y solo cesaría cuando la última mota de polvo de pirita hubiese sido extraída, cuando la última gota de sangre obrera hubiese sucumbido ante la letal criatura desatada y cuando la última de las lágrimas hubiese resbalado por la última cara de la última persona en pie bajo el infierno de los humos. Los viejos terratenientes se enfrentaron con todos sus medios al nuevo poder, que se alzaba hegemónico y metálico, más alto, más grande y más fiero que cualquiera de los anteriores ladrones de la tierra que hubiera visto esta comarca en su larga historia. Evidentemente, ellos también vieron que la Compañía había logrado criar y juntar a su mayor enemigo, numeroso e incansable, grandes masas obreras, y a ellas terminarían acudiendo para tratar de acabar con los humos y recuperar su poder perdido.

Telera en planes (foto: JMTA). Teleras de calcinación en Riotinto 1904 (William Giles Nash). Zonas de calcinaciones .
Así, llegó el sanguinario año de 1888.
El clima anunció la tragedia, la Tierra gritó mucho antes de que llegase la sangre y el silencio, lanzó sus nubes y la lluvia contra la Compañía. Las tormentas y las intensas lluvias habían sido una constante en el otoño de 1887, pero aquel 1 de enero de 1888 la inmensa crecida del río Tinto sobrepasó 1,6 m el nivel de los raíles en la Estación de las Cañas, derribó el puente de Salomón, en el ecuador del ferrocarril a Huelva, y arrancó de cuajo el puente de Manantiales en Niebla (Huelva), cortando el transporte de mineral hacía el mar. Según el pluviómetro de Riotinto se recogieron en noviembre de 1887 241 l/m2 y en diciembre, 238 l/m2. El periódico la “Provincia” de Huelva se hizo eco de estos meses de intensas lluvias. El 28 de diciembre de 1887 publicaba: “¡Agua! ¡Y lloviendo!¡Esto va a ser el diluvio…! Nunca como ahora hemos estado con el agua hasta las rodillas, y en algunos sitios, le ha llegado al cuello a los pacíficos vecinos…” El 2 de enero de 1888, exponía que “El temporal que había comenzado los días 28 y 29 continuaba sin dar señales de una tregua futura”. Moguer (Huelva) había quedado incomunicada al ser destruido 2km de su carretera, en San Juan (Huelva) los vecinos salían a recoger la leña que el río había dejado sobre las calles, los trenes cargados de mineral que partían hacia Huelva dejaron de hacerlo. También decía la “Provincia” que el Odiel había sido bastante más pacífico. Fue el rugido del río Tinto, rojo como la sangre que aún había de derramarse, quién dio un profundo grito y un potente golpe contra el entramado férrico de la Compañía, tal y como harían los mineros y las mineras levantándose contra la tiranía, el yugo y contra el mismísimo cielo de Bellavista. Pues, al fin y al cabo, eran los hijos e hijas de aquel río, salvaje, indómito y siempre anhelante de la libertad que le había sido negada.
Estas lluvias provocaron importantes destrozos, ya no solo por las riadas auspiciadas por la brutal deforestación sino también por su carácter ácido, esto añadido a los días de manta, provocó que los obreros soportasen mayores cargas de trabajo en forma de horas extras que no eran abonadas por la empresa. El malestar crecía entre los hijos y las hijas de la pirita.
El 24 de enero de 1888 la Liga Antihumista dirigiría una manifestación desde Zalamea la Real al pueblo de Minas de Riotinto para exigir que el Ayuntamiento prohibiese de una vez por todas el uso de las teleras que acababan con las cosechas, con los pastos, que depredaban las aguas de los manantiales y la vitalidad de la juventud. Exigieron que las autoridades municipales mediasen ante el gobierno de la nación. El Ayuntamiento de Riotinto bajo la invisible mano de la Compañía se negó hacer tal cosa (solo dos concejales no dependían directamente de la RTCL y el alcalde era capataz de una de las minas).
El 31 de enero de 1888 le llega el turno a los auténticos hijos e hijas del río Tinto, a los y las que vieron la cuenca cuando aún el cielo era azul y los extensos bosques poblaban los cerros y los valles, a los y las que vieron llegar a la Compañía con sus látigos y grilletes, y con las migas de pan en su mano extendida, a los y las que vieron crecer los humos y morir la tierra, los y las que nacieron, vivieron y murieron bajo ellos, los y las que llegaron cuando ya todo había sido arrasado. Los y las que vieron el río Tinto, inmutable, rojo carmesí enfrentándose al cielo, con sus orillas de plata y llamas, y comprendieron que debían seguirlo, luchando, como él, por ser libre y por estar vivo. Así, comenzó la verdadera historia de la Cuenca Minera de Riotinto, la historia de aquellos y aquellas que no tuvieron un lugar en la historia, ni un nombre en el recuerdo, pero que como los más grandes y altos entre todos, levantaron la historia, la hicieron y la cambiaron sin ni siquiera lograr tener un nombre en ella ni en nuestro recuerdo eterno.
El 31 de enero de 1888, una manifestación minera presentó en el Ayuntamiento del viejo pueblo de Riotinto un documento firmado por 4.000 obreros donde recogían sus exigencias:
“Los que suscriben representan a 4.000 obreros y dicen que, en la seguridad de los prejuicios de los humos sulfurosos y creyendo que las corporaciones municipales tienen la autoridad para suprimirlos, suplican a ese Ayuntamiento tome acuerdo de prohibición, evitando así tener que lamentar daños personales como ya ha habido con Juan Muñoz, Felipez Moreta y Gabriela García Martín, además de otros. Unido a esto, insertamos lista de reivindicaciones laborales:
Supresión de la peseta facultativa (precio semanal que costaba al minero el servicio médico de la Compañía).
Prohibición de los contratos en los trabajos de las minas (el jornal, a partir de 1887, se estipulaba en función de la riqueza del suelo donde se trabajase y los obreros eran contratados mes a mes. Llegaron a proponer a la empresa un salario fijo de 16 reales diarios, y cuando el terreno fuera bueno o muy bueno, lo que sobrepasase de 20 reales quedase en la empresa. Sin embargo, la empresa no aceptó, alegando en su informe que la idea “no pudo ser considerada, lógicamente ni por un solo momento. Un compromiso de esa naturaleza hubiera perjudicado inmediatamente el interés y la libertad de ambas partes”.
Reducción de doce horas por nueve.
Relevo del jefe de Departamento de contratos.
Supresión de las multas (puestas, por ejemplo, por llegar tarde al tajo)
Supresión del descuento de jornal los días de manta.”
De nuevo el Ayuntamiento de Riotinto se niega a ser intermediario entre la Compañía y los obreros y rechaza de facto este manifiesto. ¿Después de todo si la Compañía se iba de qué vivirían los hombres y las mujeres de la cuenca? Quizás de un aire limpio y de unos arroyos con aguas cristalinas, quizás de la tierra fértil y de una salud fuerte, tal vez, solo tal vez, vivirían mejor sin estar en el infierno. Pero no, sus manos eran porque la Compañía era, ellos respiraban porque la Compañía se lo permitía… Pero eran los hijos y las hijas de un río que desafiaba al mar y al cielo, ¿rendirse? Eso no entraba en su vocabulario.
La Huelga.
En Riotinto, a las 11 de la noche el silencio y la calma que anteceden a la tormenta gobiernan las calles, la noche guarda un luto premonitorio. Mientras que en Zalamea el Ayuntamiento se ve obligado a constituirse en sesión permanente a medianoche por la gran agitación que recorre las calles, los gritos de “abajo los humos” y “viva la agricultura” se extendieron reclutando a los vecinos para unirse a los obreros de Riotinto.
El miércoles 1 de febrero de 1888 comienza la huelga promovida por el líder indiscutible de la época, Maximiliano Tornet. Hubo diversos intentos de manifestaciones, pero fueron contenidos por la Guardia Civil, cuyo comandante no paraba de pedir refuerzos. El jueves 2 de febrero de 1888 la huelga continúa en Riotinto, el paro es prácticamente total, se establecen piquetes y el grito fiero de un pueblo dispuesto a vivir estremece al humo y a la llama de las teleras. Un grupo de mineros liderados por Tornet se dirigió hacia Zalamea para reclamar a las autoridades del pueblo y, por tanto, a la Liga Antihumista, que se unan a las protestas. Terratenientes y revolucionarios unidos para acabar con los humos, además de recuperar su poder perdido, por parte de los primeros, y de obtener mejoras laborales, por los segundos. El viernes 3 de febrero de 1888 la huelga se había extendido por todos los departamentos de las minas, la llamada a la lucha era tan clara como la certeza de que por encima de aquellos humos había un cielo azul. Ese día llegó un juez para depurar las responsabilidades entre los instigadores del conflicto. A mediodía se produce una manifestación procedente del departamento norte. El teniente de la Guardia Civil intenta mediar en el conflicto y entrega la lista de peticiones al director de las minas, quien las rechaza sin meditación ni contemplación. En Riotinto, a las 11 de la noche el silencio y la calma que anteceden a la tormenta gobiernan las calles, la noche guarda un luto premonitorio. Mientras que en Zalamea el Ayuntamiento se ve obligado a constituirse en sesión permanente a medianoche por la gran agitación que recorre las calles, los gritos de “abajo los humos” y “viva la agricultura” se extendieron reclutando a los vecinos para unirse a los obreros de Riotinto. El alcalde de Zalamea pide refuerzos al gobernador. Hasta las 3 de la mañana no volvería la negra noche a las calles.
Al día siguiente, todos tenían una cita frente al Ayuntamiento de Minas de Riotinto, mineros, tenderos, comerciantes, jornaleros, músicos, campesinos, agricultores, niños, niñas, ancianos, ancianas… Todos y todas tenían una cita contra los humos, contra las teleras, contra la noche, por la vida y por la justicia.
Las cartas ya estaban sobre la mesa, la negra noche acechaba y el viejo y constate Río Tinto seguía su curso para morir en el mar, gota a gota, lágrima a lágrima. Al día siguiente, todos tenían una cita frente al Ayuntamiento de Minas de Riotinto, mineros, tenderos, comerciantes, jornaleros, músicos, campesinos, agricultores, niños, niñas, ancianos, ancianas… Todos y todas tenían una cita contra los humos, contra las teleras, contra la noche, por la vida y por la justicia.
El sábado 4 de febrero de 1888, partieron dos manifestaciones. Una, desde Zalamea la Real encabezada por Lorenzo Serrano, Ordoñez Rincón, José González Domínguez (alcalde de Zalamea), y Juan Antonio López, llevaban una bandera nacional y una banda de música. La otra, desde Nerva, encabezada por Tornet, a la que se le unirían gentes de El Valle y El Alto de la Mesa, estaba encabezada por una bandera blanca. A la una y media de la tarde, ambas columnas de manifestaciones se unieron en las puertas de Minas de Riotinto, sumando entre 12.000 y 14.000 personas de todas las edades. Allí los esperaba la Guardia Civil, quienes, al ver el carácter completamente pacífico de la manifestación, les permiten el paso. A esa misma hora el alcalde de Riotinto, envía un telegrama al representante de la Compañía informándole de la situación. Hacía allí ya se dirigían los refuerzos necesarios para mantener el orden, encabezados por Agustín Bravo y Joven, gobernador civil de Huelva.
El sábado 4 de febrero de 1888, la manifestación aguardaba en la Plaza de la Constitución de Minas de Riotinto, mientras sus representantes: propietarios y mineros, estaban reunidos en el Ayuntamiento para presentar una vez más sus reivindicaciones ante el poder local. Al poco de comenzar la discusión “el señorito” (José Lorenzo Serrano) abandonó el Ayuntamiento y se dirigió a la casa de José León Mora, desde allí cuando empezaron los disparos huiría por la puerta de atrás hasta llegar a Zalamea.
“El señorito” (José Lorenzo Serrano) abandonó el Ayuntamiento y se dirigió a la casa de José León Mora, desde allí cuando empezaron los disparos huiría por la puerta de atrás hasta llegar a Zalamea.
El gobernador civil se había presentado con los refuerzos para mantener “la paz, la seguridad y el orden”, que no eran como se había pedido de la Guardia Civil, sino de dos compañías del Regimiento de Pavía mandado por el Teniente Coronel Ulpiano Sánchez. Fue el mismo gobernador civil, Agustín Bravo y Joven, quien dijo a los reunidos en el Ayuntamiento que las calcinaciones no serían prohibidas y que él estaba dispuesto a imponer la ley y el orden. Algo antes de las cuatro y media de la tarde Agustín Bravo y Joven salía al balcón del Ayuntamiento donde se dirigió a los miles reunidos, increpándoles e invitándoles a disolverse. Acto seguido Ulpiano Sánchez haría lo mismo, diciendo “debéis haceros cargo de lo que puede la fuerza y de como se manda con las armas”, que esto sería impropio de hombres civilizados… según publicó El Cronista de Sevilla en Cartas Tintas; los manifestantes respondieron que eran personas racionales, que solo abogaban por la justicia y su derecho. El pueblo solo gritó que quería justicia, otro de sus más repetidos lemas “¡Sólo queremos justicia!”, aquello que más temen los injustos. El Teniente Coronel replicó que la cuestión se resolvería pronto haciendo uso de la fuerza que tenía en sus manos, a lo que, según parece, el pueblo respondió que ellos también tenían fuerza. Luego, gritos, dolor, gemidos, disparos, sangres, carreras, muerte… terror y miedo.
Eran las cuatro y media de la tarde del 4 de febrero de 1888 cuando las dos compañías del regimiento de Pavía, bajo la dirección de Ulpiano Sánchez y con la supervisión de Agustín Bravo y Joven, abrieron fuego contra la muchedumbre. Unos cayeron muertos al instante, otros fueron disparados por la espalda al intentar huir, otros se derrumbaron heridos mientras el regimiento avanzaba dándoles muerte al cargar con sus bayonetas. Algunos de los heridos lograron escapar, otros fueron rescatados por amigos y familiares, muchos morirían en sus casas por temor a las represalias de la Compañía si ésta se enteraba de que habían acudido a la manifestación o habían ocultado a un herido en la misma. De nuevo en El Cronista, se dice que las voces de los concejales y la intervención de la Guardia Civil, que a sablazos lograron evitar que los de Pavía siguieran disparando y avanzando a punta de bayoneta. La plaza quedó regada de sangre y sembrada de cadáveres y heridos. Aquel día quedaría grabado por la eternidad en la memoria, aunque nunca se hablase de él, aunque nunca se le mencionase, los niños y las niñas que vendrían después, hijos e hijas del humo, conocerían aquella masacre presente día tras día en el silencio, en las ausencias, en una banda de música que dejó de tocar pues casi todos sus miembros cayeron ese día, en el río teñido de un terrible rojo y de una eterna furia, ese río de memoria que trascurrió por la historia hasta nuestros días.

El año de los Tiros, 4 de febrero de 1888. Obra de Antonio Romero Alcaide.
Fue un 4 de febrero de 1888 a las cuatro y media de la tarde cuando el miedo se apoderó de la cuenca. Hubo casas, cuyas puertas y ventanas jamás volverían abrirse y otras, en las que nunca se volvería a hablar ni a reír, porque lo que ocurrió en aquella Plaza de la Constitución es algo que ningún testigo podría llegar a olvidar, porque los gritos, la sangre y las explosiones de cada uno de los disparos volvería a sonar en sus cabezas cuando hubiese silencio; porque el silencio, la sombra y el eterno adiós de un compañero que cayeron sobre la plaza volverían a sus mentes cuando hablasen, cuando escuchasen o cuando tratasen de hacer un intento de sonrisa.
Hubo muchas versiones sobre los hechos ocurridos. La versión oficial a la que pocos se atreverían a contrariar fue de 13 muertos en el acto y 35 heridos, de los que todos acabarían muertos. Uno de los únicos que se atrevería a escribir rechazando la oficialidad fue José Nogales y acabaría pisando la cárcel por sus artículos contra La Compañía, contra el gobernador y en defensa de los mineros de Riotinto.
En el Registro Civil de Riotinto los muertos se registraron mediante el eufemismo de hemorragia externa en unos casos o hemorragia interna en otros para borrar las huellas de aquel crimen. A. Enrique Vizcaíno fue asesinado por la espalda de un balazo que le salió por la tetilla izquierda. Isabel Domínguez Domínguez fue herida por un bayonetazo por la espalda mientras trataba de huir, según Romero Robledo. Anacleta Vázquez Díaz, a cuyo hijo, Jesús Vázquez, según El Cronista, mientras era amamantado, un disparo le abría la cabeza y la hería también a ella. Con una sangrante herida en el cuerpo y una terrible herida abierta en el alma, Anacleta caía al suelo por otra bala. Su otro hijo, Galo Vázquez Díaz, desapareció durante el tiroteo y fue contado entre los muertos al ser reconocido por el cura de Riotinto. La fuerza de aquella estampida arrancó los bancos de la plaza y los gritos de dolor y miedo de aquel pueblo estremeció al corazón mismo de la tierra, aquel corazón que pretendían extraer y que fue extraído del pecho de todos aquellos y aquellas que sólo querían justicia.
No obstante, la tradición oral en la Cuenca Minera de Riotinto engendrada por los supervivientes habla de más de 200 muertos. Muchos de los heridos morirían en sus casas sin recibir asistencia médica por temor a la Compañía, muchos de estos serían sacados a escondidas de sus casas por sus propias familias para ser arrojados a las escombreras, desapareciendo así del mundo, sin nombre, sin voz, sin rostro. Solos y escondidos en la memoria de sus familiares.
Lo que ocurrió con los muertos y heridos, que no lograron escapar, es todo un misterio. Lo más probable es que fueran arrojados a las profundidades de las escombreras. Hay quien afirmó que fueron trasladados en un gran y fúnebre tren hasta lanzar los cuerpos, los nombres y los recuerdos contra las oscuras profundidades de las minas, también se dijo que se arrojaron a la vasta calma de un mar que jamás podría reposar. Esto último poco probable, puesto que el propio Avery afirmó que “a veces al remover tierras de antiguas escombreras han aparecido cadáveres.”
Allí, donde nadie podría encontrarlos, donde los huesos reposarían entre las piritas, sepultados bajo millones de toneladas de escombros arrojados durante infinitas jornadas de trabajo minero. Allí, vecinos y vecinas desaparecerían como si jamás hubiesen caminado y hablado por el mundo de los vivos. Allí, quedaría sepultado aquel 4 de febrero de 1888 arrancado de la memoria, o al menos, intentado, porque la historia perduró en el silencio, anidando en las gargantas de los pueblos mineros, para no perderse jamás, para ser recordada a través de los días y por encima del trueno de los barrenos. En cuanto al destino de Maximiliano Tornet fue todo un misterio. Fue buscado por las autoridades y nunca fue encontrado. Hay quien dice que fue visto por última vez en Zalamea, hay también quien dice que consiguió huir disfrazándose de cura. El caso es que logró, junto a María y Vao, llegar a la ciudad de Paraná (Argentina). Allí, tendrían otros tres hijos más. Vao, nacido en Riotinto, sería escribano público y moriría sin descendencia. Mercedes, también moriría sin hijos. Hatuey, el único que tendría hijos. Y Palmiro, quien participaría en la guerrilla con Paraguay y sería, finalmente, ejecutado.
En la voz de la compañía, la “Provincia” se atrevieron a publicar:
“Pretender que aquello que de Zalamea vino era una manifestación pacífica es desconocer la monstruosa violencia que intentó ese municipio. Disfrazar lo ocurrido es proceder de mala fe, lo que es, después de todo, completamente estéril ya que puede comprobarse si se publica el telegrama que el Alcalde de Zalamea puso al Gobernador de Huelva y el de señor Jefe de Tráfico de Buitrón. También de viva voz nos lo manifestaron así el Sr. Alcade, D. Lorenzo Serrano y otros que aseguraron venir arrastrados, y que afirmaron no poder contener aquella masa desbordada y mostrarse víctimas de ellas e impotentes para contenerlas.”
El periódico la “Provincia” tardó más tiempo en reconocer a los muertos que la propia Rio Tinto Company Limited. Nogales escribiría en su artículo “La Paz reina en Riotinto” en la Coalición Republicana:
“Así lo dice el Gobernador de la provincia, cuyos procedimientos para disolver manifestaciones le harán gozar de merecida fama y su nombre será ensalzado y colocado sobre el mismo cuerno de la luna, si es que hay justicia en la tierra. La paz reina allí, sí, pero esa paz lúgubre que tiene manchas de sangre y olor a pólvora, y reflejos de bayonetas y montañas de cadáveres. El orden está asegurado, pero ese orden que tiene silencios de mordaza y quietud de sepulcros, tristezas de luto, sabor de llantos y rugidos sordos de cólera.”
El 17 de febrero de 1888 los sucesos llegaron a las Cortes.
El 29 de febrero de 1888 se firma un Real Decreto para la supresión de las calcinaciones al aire libre dando un plazo de 3 años. Al final la última telera se apagó 19 años después de la tragedia.
Romero Robledo, es el único que pone en su discurso una descripción de los hechos ocurridos, al menos de alguna de las versiones. El 29 de febrero de 1888 se firma un Real Decreto para la supresión de las calcinaciones al aire libre dando un plazo de 3 años. Mientras tanto en Riotinto la plaza seguía roja y el miedo ahogaba la vida, mientras aún los gritos y los nombres de los desaparecidos seguían clavados y vivos en el pecho de los supervivientes. Pero no, las teleras no morirían en tres años, hubo que esperar 19 años, 19 largos años tras la matanza, hasta que en 1907 la última telera fuese apagada para siempre. No obstante, durante ese tiempo la Compañía fue buscando un método alternativo, la oxidación y filtrado sucesivo de los minerales, que resultaría un sistema mucho más rentable y mucho menos dañino para campos y personas, pero además permitiría recuperar el azufre de las piritas que sería utilizado para la fabricación de ácido sulfúrico. De esta forma, el nuevo método permitiría a la Compañía aumentar sus beneficios.
Mientras las teleras seguían ardiendo ya no solo con sus humos cargados de sulfuros y de gases arsenicales y antimoniales, sino que ahora también cargaba el humo de un recuerdo que se pierde, de un nombre que desaparece al quemar la sangre del pueblo que se había vertido sobre la plaza y las piritas. Nadie habló nunca, mientras todos sufrían la pérdida de un ser querido y la continuidad de la miseria, nadie sería capaz de revelarse para reclamar justicia. Hubo gente que se atrevió entrar en la casa de un vecino que llevaba días sin abrir la puerta, algo no muy raro después de aquello, había un almuerzo colocado sobre la mesa, había un nombre que jamás volvería a ser pronunciado, había una casa esperando que volviera quien jamás lo haría. Las lágrimas hoy siguen corriendo y cayendo contra el suelo buscando un nombre a aquellos vecinos que se esfumaron, su cuerpo sobre el río Tinto y su nombre olvidado entre los humos.
La Compañía había vencido sin mancharse las manos de sangre, pues tenía buenos sirvientes que lo hicieran. Se estableció una, aún más severa, política de represión, no se aprobó ni una sola de las reivindicaciones obreras y con la excusa de la supresión de las calcinaciones hubo muchos despidos.
La Compañía había vencido sin mancharse las manos de sangre, pues tenía buenos sirvientes que lo hicieran. Se estableció una, aún más severa, política de represión, no se aprobó ni una sola de las reivindicaciones obreras y con la excusa de la supresión de las calcinaciones hubo muchos despidos. La miseria y el miedo oscureció aún más que el humo de las teleras, el silencio sobre lo ocurrido y el olvido cubrió la cuenca minera. Mientras cada uno de los nombres era sepultado en el rincón más profundo del corazón de los pueblos, la historia misma abrazaba a los muertos para no olvidarles. La plaza se derrumbó en la mina, el pueblo desaparecería bajo los escombros como los nombres de aquellos que fueron asesinados en el Año de los Tiros, un 4 de febrero de 1888. La Cuenca Minera de Riotinto perdería a sus primeros hijos e hijas, los hijos e hijas del río Tinto, que marcó su cauce con su sangre, pero los hijos e hijas del humo nacerían y aprenderían el significado de sus aguas y el nombre de todos aquellos que ya no lo tienen. Hoy, quizás no podamos saber cuántos fueron, ni quiénes fueron, pero si podemos saber como deberíamos llamarles y cómo no olvidarles jamás, pese a la sombra, al humo y a la noche, ellos viven, porque nosotros vivimos. Sus nombres fueron escritos por el poeta José María Morón en su poema ¡Solo Minero! (Minero de Estrellas).
“No me llaméis por mi nombre,
llamadme sólo minero
que mi nombre ya no existe
y si existe, no lo quiero.
¡Minero!¡Sólo minero!
De esa larga pena abierta
en la mina de mi cuerpo”
Diez años de silencio y de terrible recuerdo de gritos, pólvora y sangre, diez años tardaría en hacer un nuevo acto de presencia el movimiento obrero. Diez años tardaron en vencer el miedo y recobrar la esperanza, pero eran los hijos e hijas del humo, valientes y fieros. Así, en 1898 las siempre heroicas y combativas mujeres de Nerva enarbolarían la primera antorcha e incendiarían la primera mecha para hacerle ver al capital británico y a los asesinos españoles que la Cuenca Minera seguía viva más allá de sus engranajes y que sus obreros y obreras estaban dispuestos a volver y continuar la lucha de sus padres, de sus madres, de sus abuelos y abuelas, de sus amigos y hermanos… de todos los caídos aquel maldito 4 de febrero de 1888. Que no se borre su voz ¡Queremos justicia!, que no se olvide el Año de los Tiros, que no triunfen el humo, la sangre y el olvido.
130 años después, estos son los últimos vestigios de aquellos monstruos infames que llamaron teleras.

130 años después, estos son los últimos vestigios de aquellos monstruos infames que llamaron teleras. Fotografía: Jesús Pérez López.
El próximo miércoles Tercera parte de la Trilogía: “La olvidada Cuenca Minera de Riotinto: Movimiento obrero durante el dominio británico.”
Para ir a la primera parte: La olvidada Cuenca Minera de Riotinto: Imperialismo británico, la Compañía. Pincha aquí.
Autor
Graduado en biotecnología por la Universidad Pablo de Olavide.
Máster en biología avanzada: investigación y aplicación en la línea de biología aplicada e industrial por la Universidad de Sevilla.
Doctorando en fisiología vegetal en la facultad de biología de la Universidad de Sevilla.
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