“La guerra en Ucrania es una guerra de los monopolios imperialistas contra el pueblo ruso, sobre los hombros de los trabajadores de Europa y EEUU e instrumentalizando al pueblo ucraniano”

    “¿Cómo descubrir la “verdadera esencia” de la guerra, cómo determinarla? La guerra es la continuación de la política. Hay que estudiar la política que precede a la guerra, la política que lleva y ha llevado a la guerra”

    Nada más terminar de leer el último libro del doctor en sociología José Antonio Egido (De la URSS a Rusia. Una historia de infamias y resistencias, Editorial El Boletín, 2023) escribí una reseña[1]. Se trataba de aportar un granito de arena a la difusión de este relevante trabajo. Para no alargarla, hice un pequeño apartado insistiendo en un punto del título: “Un viaje, de la URSS a Rusia”.

    Había que resaltar que uno de los méritos del libro era condensar la esencia de los últimos 30 años de historia de la Rusia capitalista. Pero entonces no podía extenderme en ello.

    Vamos a desplegar ahora esta cuestión y ahondar de la mano de Egido y de Lenin en la guerra que sigue actualmente en curso en Europa. El libro no analiza lo que sucede en Ucrania desde 2014, pero nos aporta unas bases de gran importancia para comprender la naturaleza del conflicto.

    ¿Se trata de una “guerra interimperialista”, tal y como dice el dogmatismo que repite a Lenin sin asimilar y aplicar la esencia del leninismo? ¿Se trata de una “violación del derecho internacional”, como dicen el imperialismo y el oportunismo, quienes afirmando pedir “la paz” reclaman en realidad la sumisión de Rusia? Ninguno de estos planteamientos es adecuado ni encuentra asidero en el libro de Egido.

    -Primero: Lenin

    Para encontrar la respuesta correcta a estas preguntas, conviene empezar dando un pequeño rodeo: recordar un texto de Lenin de agosto-octubre de 1916. Se titula “Sobre la caricatura del marxismo y el ‘economismo imperialista’”. Podríamos decir que se trata de Lenin explicando a Lenin. El máximo dirigente bolchevique aclaraba una resolución de su partido sobre la Primera Guerra Mundial. Esto lo convierte en un documento fuertemente instructivo.

    Conviene citarlo con las propias cursivas y paréntesis del autor. Mis aclaraciones van entre corchetes. Estoy convencido de que el lector no encontrará trivial una transcripción amplia:

     “La resolución aprobada por nuestro Partido en la Conferencia de Berna (marzo de 1915), que lleva por título Acerca de la consigna de defensa de la patria, empieza con las siguientes palabras: “La verdadera esencia de la guerra actual consiste” en esto y en lo otro.

    Se trata de la guerra actual. Es imposible decirlo más claro. Las palabras la “verdadera esencia” muestran que es preciso distinguir lo aparente de lo real, lo externo de lo esencial, las frases de los hechos. Las frases sobre la defensa de la patria en la guerra actual presentan falsamente la guerra imperialista de 1914-1916, la guerra por el reparto de las colonias, por el saqueo de tierras ajenas, etc., como una guerra nacional. Para que no quede la más mínima posibilidad de tergiversar nuestros puntos de vista, la resolución contiene un párrafo especial dedicado a “las guerras verdaderamente nacionales” que “tuvieron lugar especialmente (observad: ¡especialmente no significa exclusivamente!) en la época de 1789 a 1871”.

    La resolución aclara que esas guerras “verdaderamente” nacionales “se fundaban en un largo proceso de movimientos nacionales de masas, de lucha contra el absolutismo y el feudalismo, de derrocamiento de la opresión nacional…”

    ¿Está claro, no? […] En una guerra verdaderamente nacional, las palabras “defensa de la patria” no son en modo alguno un engaño y nosotros no estamos en contra de ella en absoluto. […]

    En la resolución acerca del “pacifismo” se dice claramente: “Los socialdemócratas[1] no pueden negar el significado positivo de las guerras revolucionarias, es decir, de las guerras no imperialistas, como las que tuvieron lugar, por ejemplo” (observad este “por ejemplo”), “desde 1789 hasta 1871 para derrocar la opresión nacional…” […]

    [En otro folleto de Lenin y Zinóviev se afirmaba]: “Los socialistas admitían y admiten hoy la legitimidad, el carácter progresivo y justo de la defensa de la patria o de la guerra defensiva” sólo en el sentido de “derrocamiento del yugo extranjero”. Se cita un ejemplo: Persia contra Rusia, “etc”’ y se dice: “Estas guerras serían guerras justas, guerras defensivas, cualquiera que fuese el país que atacara primero, y todo socialista desearía la victoria de los Estados oprimidos, dependientes, de derechos mermados, en la lucha contra las ‘grandes’ potencias opresoras, esclavizadoras, expoliadoras”. […]

    El marxismo, que no desciende al terreno del filisteísmo, exige un análisis histórico de cada guerra concreta para comprender si esa guerra puede ser considerada progresista, si sirve a los intereses de la democracia o del proletariado y, en este sentido, si es legítima, justa, etc. […]

    El marxismo hace ese análisis y dice: si la “verdadera esencia” de la guerra consiste, por ejemplo, en derrocar el yugo extranjero (lo que fue especialmente típico de la Europa de 1789 a 1871), la guerra será progresista por parte del Estado o nación oprimidos. Si la “verdadera esencia” de la guerra es un nuevo reparto de las colonias, la partición del botín, el saqueo de tierras ajenas (y tal es la guerra de 1914 a 1916), entonces, la frase sobre la defensa de la patria será “un puro engaño al pueblo”.

    ¿Cómo descubrir la “verdadera esencia” de la guerra, cómo determinarla? La guerra es la continuación de la política. Hay que estudiar la política que precede a la guerra, la política que lleva y ha llevado a la guerra. Si la política era imperialista, es decir, defendía los intereses del capital financiero, expoliaba y oprimía a las colonias y países ajenos, la guerra dimanante de esa política será una guerra imperialista. Si la política era de liberación nacional, es decir, si expresaba el movimiento masivo contra la opresión nacional, la guerra dimanante de esa política será una guerra de liberación nacional.

    El filisteo no comprende que la guerra es la “continuación de la política” y por eso se limita a decir que el “enemigo ataca”, el “enemigo ha invadido a mi país”, sin analizar por qué se hace la guerra, qué clases la hacen, qué fin político persigue. […]

    Para el filisteo, lo importante es dónde se encuentran las tropas, quién vence ahora. Para el marxista, lo importante es por qué se hace una guerra concreta, durante la cual pueden resultar vencedoras ora unas tropas, ora otra. […]

    Para ser marxista hay que valorar cada guerra de una manera concreta.

    Pues bien, ¿qué política precede al conflicto sobre terreno ucraniano?

    -La síntesis de Egido sobre la Rusia capitalista

    Para comenzar a resolver este asunto volvemos al libro de Egido. En él se expone quién era el máximo interesado en la destrucción de la URSS: el imperialismo. Su agente más visible fue el dictador Boris Yeltsin. ¿En qué consistió su actividad? “La acción policial y militar bajo sus órdenes fue la instauración sangrienta de un régimen no sólo capitalista sino antinacional y pro imperialista abierto”.

    Como consecuencia, durante los años noventa Rusia fue sometida a supervisión y expolio imperialista, así como la casi totalidad del resto de países exsocialistas, donde se impulsaron los ultranacionalismos filonazis que ya venía cultivando la CIA desde tiempos soviéticos. “La Rusia yeltsiniana [1991-1999] es una simple república bananera controlada por la embajada norteamericana”, concluye Egido.

    Este saqueo neocolonial, aunque de un modo u otro aparece a lo largo de todo el libro, ocupa dos apartados llenos de detalles: “Fragmentar la Federación rusa” y “Colonización económica de Rusia por las potencias imperialistas”. Se trataba (y se trata) de controlar los enormes recursos naturales del país, para lo cual era propicio incentivar una política encaminada a dividir a Rusia hasta en casi una veintena de repúblicas fáciles de manejar.

    “Para Estados Unidos la clave era (y es) impedir el acercamiento entre el resto de Europa y Rusia, de cara a seguir manteniendo su propia hegemonía”

    Egido nos recuerda que todos los países imperialistas aspiraban a un pedazo del pastel. “En la cumbre del G-7 de Tokio de abril 1993 las potencias anuncian un programa de 30 mil millones de dólares para financiar la privatización completa de la economía rusa y su destrucción en beneficio de los monopolios occidentales”. “Hasta el emergente imperialismo español buscó su espacio para saquear a Rusia.”

    Para Estados Unidos la clave era (y es) impedir el acercamiento entre el resto de Europa y Rusia, de cara a seguir manteniendo su propia hegemonía. Por tanto, era necesario ahogar el sueño de la oligarquía financiera europea:

    El ideólogo imperialista francés Jacques Attali, asesor de Mitterrand y presidente del BERD [Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo] soñaba con que si Europa occidental logra anexionar (le llama pudorosamente “construir sólidos nexos”) a la Unión Soviética, disfrutará de una nueva juventud y superará a EEUU y Japón como “centro del mundo”.

    El expolio de Rusia perpetrado en los años 90 tuvo lugar necesariamente bajo la destrucción de la economía legada por la URSS. También fue paralelo al desarrollo de organizaciones criminales propiciadas por el imperialismo. Otro relevante capítulo del libro de Egido se titula “Capitalismo ruso de los 90: reino de la mafia”. Ante esta situación, la burguesía nacional rusa, sacudida también por los golpes, comenzó a reaccionar.

    Egido nos resume en estas palabras la esencia de la fuerza política ahora en el poder: “el partido de la burguesía nacional rusa antimperialista liderado por Vladimir Putin.” Y también nos expone cómo se produjo su agrupamiento ante la destrucción de la URSS.

    En agosto de 1991, Putin estuvo del lado de la traición a la URSS. Durante los años 90 y hasta los albores del siglo XXI, esta burguesía nacional trató de acercarse a la oligarquía financiera occidental, pero el imperialismo estadounidense necesitaba abortar todo intento. Contra lo prometido a Gorbachov, la OTAN siguió avanzando hacia el este.

    Ante el saqueo continuado y el cerco que iba rodeando el país, la burguesía nacional rusa se vio obligada a entender el lugar que le reservaba el imperialismo. Vio cada vez más claro que tenía que dar un paso al frente, combatir y desplazar a la burguesía compradora (los oligarcas rusos al servicio del imperialismo), librarse de la dominación imperialista y aprovechar en su beneficio el desarrollo capitalista de Rusia (en realidad tenía muchas más tareas, las cuales son enunciadas por Egido).

    “La burguesía nacional rusa se vio obligada a entender el lugar que le reservaba el imperialismo”

    Con lo aquí resumido, ya se aprecia el meollo del antimperialismo de esta burguesía nacional. La situación es compleja, pero Stalin ya dejó muy clara la esencia de este tipo de dilemas en un texto breve y excelente que, con graves consecuencias, lleva décadas siendo menos y menos estudiado: “Fundamentos del leninismo”.

    La lucha del emir de Afganistán por la independencia de su país es una lucha objetivamente revolucionaria, a pesar de las ideas monárquicas del emir y de sus partidarios, porque esa lucha debilita al imperialismo, lo descompone, lo socava. En cambio, la lucha de demócratas y “socialistas”, de “revolucionarios” y republicanos tan “radicales” como Kerenski y Tsereteli, Renaudel y Scheidemann, Chernov y Dan, Henderson y Clynes durante la guerra imperialista era una lucha reaccionaria, porque el resultado que se obtuvo con ello fue pintar de color de rosa, fortalecer y dar la victoria al imperialismo.

    Tal y como evidencian los alineamientos internacionales, la lucha de la burguesía nacional rusa se vincula con las necesidades de otros pueblos agredidos, saqueados o sometidos a amenaza, los cuales dan crecientemente la espalda a EEUU y la Unión Europea e intensifican sus relaciones con Rusia. En América Latina, el canal progresista avanzando Telesur extiende masivamente la perspectiva democrática y antimperialista, favorable a una toma de conciencia generalizada de la realidad del mundo contemporáneo.

    El éxito del antimperialismo de la burguesía nacional rusa está necesariamente ligado también la lucha de la clase obrera de las potencias imperialistas. No obstante, este punto permanece mucho más opaco. Aparte de Egido, pocos lo exponen con claridad ante la clase obrera de estos países. Los esforzados altavoces no dejan de ser minoritarios. En cambio, la propaganda de la OTAN difunde desde los medios dominantes de toda la Unión Europea, incluidos los progres, una visión distorsionada de la realidad mundial, favorable al imperialismo.

    Putin se vio obligado a revertir algunos aspectos de la dominación imperialista de Rusia, facilitada por Yeltsin, y se ha visto forzado a seguir avanzando en esta línea como único medio para eludir la destrucción o sumisión de su país y lograr el desarrollo de la burguesía nacional. Por supuesto, ello ha ido aumentando el acoso imperialista sobre Rusia. También ha crecido la propaganda favorable a una parte de la oposición interna mientras se ha ocultado cuál es la principal fuerza opositora del país: el Partido Comunista de la Federación Rusa. Por supuesto, el imperialismo nunca le va a dar alas a esta fuerza política que no se deja arrastrar bajo ningún concepto a su juego, aun aspirando a una Rusia socialista contraria a la capitalista que encabeza Putin. Por eso el imperialismo busca, y encuentra, a sus agentes internos entre otras fuerzas menores a las que da amplia publicidad.

    El siguiente paso de mayor relevancia dado por EEUU en sus planes respecto a Rusia y Europa, fue el golpe de Estado en Ucrania en 2014. A partir de entonces, Ucrania fue subordinada totalmente a la estrategia imperialista estadounidense. Ocurrió así aún a perjuicio de la oligarquía financiera europea. “¡Que se joda la UE!”, dijo en 2014 Victoria Nuland, la secretaria de Estado adjunta de EEUU para Asuntos Europeos. Ucrania fue militarizada y se impulsó y entrenó al ultranacionalismo filonazi local. Todo ello apuntando hacia Rusia.

    Hay otros dos apartados del libro de Egido que nos dan información sobre los antecedentes y las premisas de esta forma de actuar del imperialismo: “La convivencia multiétnica es reemplazada por la persecución y masacre de las minorías” y “Dirección estadounidense y occidental de la destrucción de Rusia”. La historia del conflicto en curso, aunque toma una forma particular a partir de 2014, es un episodio de la agresión imperialista a Rusia y de la lucha de Rusia por su supervivencia nacional.

    -Ucrania hoy

    Plantear que el gobierno ucraniano actual está emprendiendo una guerra de “defensa nacional” es una falacia absoluta. Nadie puede olvidar la esencia antinacional y proimperialista de este gobierno, que se está evidenciando como el mayor desastre que la injerencia de la OTAN podía imponer a la propia población ucraniana.

    En 2022, una dirigente del Partido Comunista de Grecia (KKE), en una última muestra de total pérdida de contacto con la realidad, afirmó que Ucrania se encuentra afrontando una “guerra justa librada por el pueblo”[3]. El reclutamiento forzoso, la ayuda militar extranjera, el envío de mercenarios y la inmolación del país para satisfacción de los intereses de la oligarquía financiera principalmente estadounidense y británica, es presentada como una guerra popular. Así es como, desde las presuntas banderas de la ortodoxia leninista, pero sin análisis concreto de la realidad concreta, apoyándose en homologías superficiales con el pasado, se contribuye a introducir confusión y parálisis en el campo de la lucha antimperialista. Justo lo que el imperialismo necesita.

    Ante el golpe de Estado del Euromaidan, los sectores del país culturalmente rusos iniciaron una oposición al este de Ucrania para organizar un referéndum de independencia. Contra esta oposición fueron lanzadas las fuerzas de choque internas del imperialismo: los ultranacionalistas ucranianos. Estos perpetraron, en mayo de 2014, la matanza de Odessa. El nuevo gobierno había comenzado una guerra de exterminio contra quienes rechazaban el Euromaidan. Parte del ejército desertó y se unió al pueblo del Donbás. Así se lograron las primeras armas. So pena de ser aniquilados, se habían visto obligados a responder a la agresión mediante una guerra nacional antimperialista.

    Hoy su población está mucho más segura bajo el amparo de la intervención rusa y de la Federación Rusa. Esa intervención, de liberación nacional para los pueblos del este de Ucrania y de defensa nacional para Rusia, se desencadenó debido el avance de la militarización y la agresión imperialista sobre terreno ucraniano. Rusia no tenía otra alternativa. Dirigentes europeos ya han declarado que emplearon los acuerdos de Minsk, no para alcanzar la paz, sino para ganar tiempo y seguir preparando la guerra contra Rusia desde Ucrania. Según la postura del Partido Comunista de la Federación Rusa, Putin debía haber intervenido con anterioridad.

    Lenin había dicho que, “por ambos lados, la guerra de 1914-1918 fue una guerra imperialista (es decir, una guerra anexionista, depredadora y de rapiña); una guerra por la división del mundo, por la partición y el reparto de las colonias y de las esferas de influencia del capital financiero, etc.”[4] Plantear que Rusia está luchando en Ucrania contra la OTAN para depredar un pedazo de la riqueza de dicho país, está fuera de toda realidad. Cualquier persona sensata entiende que esto no tiene sentido. Esta tesis supone haber perdido de vista todo el curso histórico, la situación actual y, con ello, las fuerzas que disputan y lo que realmente está en juego. Esta guerra solo es imperialista por parte de un bando: el de la OTAN.

    Hay que decirlo claro: la clase obrera de los países de la OTAN necesita también que Rusia gane esta guerra ―es decir, que se acepten sus legítimas demandas―, porque esto socava al imperialismo europeo y estadounidense que carga sobre sus hombros.

    En la actual coyuntura, o bien el imperialismo se fortalece venciendo a Rusia, o bien se debilita con la resistencia rusa. De hecho, la situación crítica en el centro imperialista está madurando. Para que se decante esta última opción lo más rápido posible y haya un avance progresista, la clase obrera europea y estadounidense necesita no dejar a Rusia sola en el frente militar, sino ayudarla en la retaguardia imperialista. Necesita parar los pies de sus dirigentes, que empobrecen a los trabajadores con gasto militar imperialista, reducción del gasto social y sanciones que generan efectos retroactivos varios, como la inflación; todo ello para beneficio máximo del imperialismo estadounidense, aunque la industria armamentística europea también se beneficia y los últimos datos de la oligarquía financiera local son boyantes. Los trabajadores deben saber que, en contra de lo que propagan los medios otanistas, la subida de precios sufrida no se debe a desórdenes económicos generados por la intervención rusa, sino a las políticas de bloqueo que EEUU y la UE ejercen.

    Esta no se trata de una guerra absurda e innecesaria. Eso es algo que afirma en ocasiones la izquierda pequeñoburguesa (bienintencionada, pero algo despistada en el análisis de las condiciones objetivas). La necesidad del imperialismo es la maximización de beneficios, y solo se detiene ante una fuerza superior, que lo frena. Las múltiples agresiones y riesgos que las potencias imperialistas llevan años emprendiendo deberían bastar para constatar que para el imperialismo la guerra es, en multitud de circunstancias, su necesidad. Esta guerra tiene unas razones económicas muy claras que obedecen a unas clases sociales determinadas. Para llevarla a cabo, la oligarquía financiera europea exprime en mayor medida a sus trabajadores. No es una guerra absurda, es una guerra de los monopolios imperialistas contra el pueblo ruso, sobre los hombros de los trabajadores de Europa y EEUU e instrumentalizando al pueblo ucraniano. De lo que se trata, por tanto, es de enfrentar a la fuerza de la oligarquía financiera otra fuerza que tenga a la clase obrera a la cabeza. Se trata de parar los pies a la oligarquía financiera y, en cuanto sea posible, derrocarla.

    La enorme mayoría de países de América Latina, África y Asia ya han dicho que no quieren saber nada de sanciones a Rusia; que no piensan plegarse a la estrategia de agresiva de la OTAN desde terreno ucraniano. China no va a facilitar a EEUU su trabajo contra Rusia sabiendo que ella misma es el siguiente objetivo.

    Sin embargo, la clase obrera de los países imperialistas está rezagada en sus tareas consigo misma y con el mundo. Buena parte de los dirigentes europeos que afirman posicionarse del lado de la clase obrera impiden que esta comprenda el contexto imperialista en que está inmersa. La adormecen con promesas de reformas ―reclamando que despierte el día de las elecciones― mientras siguen dejando languidecer las organizaciones revolucionarias y difunden buena parte de la visión otanista del mundo. Es una vieja característica del oportunismo el debilitar la lucha de la clase obrera desmembrándola de la solidaridad internacional antimperialista, así como capitular en las tareas ideológicas tratando de eludir los problemas complejos para no ponerse a la prensa imperialista en contra. ¿Alguien se imagina a Marx, Engels o Lenin eludiendo la explicación de los grandes conflictos para que la prensa burguesa no hable demasiado mal de ellos? Este modo de proceder deja a la clase obrera europea a remolque de la oligarquía financiera, sin capacidad de respuesta. Las consecuencias son evidentes para todos.

    Es impensable, por ejemplo, que la clase obrera de Europa se libere de su oligarquía financiera si no entiende la solidaridad que debe tener con la lucha vigente del pueblo venezolano, sirio o ruso. La coyuntura actual evidencia de nuevo que el reformismo electoralista se desentiende de las necesidades ideológicas y organizativas de la clase obrera, aunque ello, paradójicamente, asegure su propia incapacidad. Los gobiernos europeos se mantienen en el apoyo militar creciente a la estrategia imperialista en Ucrania y avanzan en el empobrecimiento de la clase obrera europea, pero las grandes organizaciones consideradas populares no organizan una oposición irreconciliable que eleve la conciencia y organización obreras.

    Precisamente por ello en 2022 se creó la Asociación Antimperialista Mundial. Porque el contexto que se está generando es el de la agudización de la crisis general del capitalismo. Esto reclama de manera aún más apremiante las tareas propias de los comunistas. El siguiente artículo Joti Brar, del Partido Comunista de Gran Bretaña (Marxista-Leninista), se puede considerar de lectura esencial:

    Sobre la base de un análisis marxista de la rápida escalada de la campaña de guerra imperialista, los antimperialistas del movimiento comunista se unieron el año pasado para formar la Plataforma Antimperialista Mundial. Esto se hizo para aplicar nuestras energías a lo que se ha identificado como la prioridad más apremiante que enfrenta nuestro movimiento en este momento: reunir a las fuerzas más amplias posibles en apoyo de la lucha contra el bloque imperialista liderado por Estados Unidos, una lucha que tiene el potencial de desatar la próxima y decisiva ola de revoluciones socialistas si se aborda correctamente.

    […]

    Para ayudar a movilizar fuerzas para esta lucha, una parte del trabajo en el que participa la Plataforma es necesariamente en la arena ideológica: oponerse y exponer las ideas equivocadas (en particular la idea de que Rusia y China son países imperialistas) que están confundiendo y desmovilizando a los trabajadores, impidiéndoles unirse de todo corazón en la lucha contra la campaña de guerra imperialista liderada por Estados Unidos[5].

    ¿Quiénes generan estas confusiones funcionales al imperialismo? En el seno del movimiento comunista internacional hay culpables precisos. Hay partidos que deforman el marxismo desde un esquematismo izquierdista que les permite figurar como verbalmente revolucionarios. A la cabeza de este grupo sectario está el KKE. En México le sigue el PCM, en Suecia el PCS, en España el PCTE (la UJCE lleva unos años sumida en esta posición, pero sus principales impulsores están a un mes de dejar la organización), en Venezuela el PCV…

    Los posicionamientos internacionales peligrosamente erróneos de estos partidos, aparte de encontrar buena respuesta en el artículo citado, son combatidos en la última declaración que hizo el Partido Comunista de Cuba en el marco del Encuentro Internacional de Partidos Comunistas y Obreros:

    Saludamos y respaldamos las experiencias en la construcción del socialismo de los Partidos Comunistas de China y de Vietnam, así como del Partido Popular Revolucionario de Laos y el Partido del Trabajo de Corea.

    […]

    Expresamos nuestra más firme solidaridad con el Partido Socialista Unido de Venezuela y muy especialmente con la Revolución bolivariana, conducida por la unión cívico-militar que encabeza el presidente Nicolás Maduro Moros.

    […]

    Reiteramos nuestro apoyo a las fuerzas progresistas que hoy encabezan gobiernos en América Latina y el Caribe, especialmente en Brasil, México, Colombia, Nicaragua, Honduras y Bolivia, que enfrentan también los ataques de los fascistas despiadados de movimientos de extrema derecha en sus países, con la complicidad de los Estados Unidos.

    […]

    El Partido Comunista de Cuba reitera su firme oposición a la política de sanciones de Occidente contra la Federación de Rusia y a la expansión de la OTAN hacia las fronteras de este país, lo que ha sido la principal causa de la guerra que hoy se libra en el continente europeo.

    Apoyamos al Partido Comunista de la Federación de Rusia en su lucha contra el fascismo[6].

    – José Antonio Egido

    Egido, fundamentalmente desde España y Venezuela, ha tratado siempre de hacer comprender las diferentes manifestaciones del imperialismo en el globo y su relación con la situación interna de las potencias imperialistas.

    A estas alturas del artículo quizá alguien se pregunte ¿quién es José Antonio Egido? Ofrezcamos un retrato.

    Nacido en 1961 en una familia guipuzcoana, con padre de convicción antifranquista, Egido es un militante comunista que ha dedicado su vida a alimentar la conciencia y la organización de la clase obrera revolucionaria y de la lucha antimperialista. No exagero. Así ha sido desde los 17 años.

    ¿Qué recompensa personal ha tenido mantener en alto la lucha por el comunismo cuando casi todo el mudo alrededor capitulaba, tomaba vías muertas (eurocomunismo, etc.), caía la URSS, el marxismo quedaba proscrito…? Pues ninguna. La precariedad y el ostracismo. Esto último incluso en relación con las organizaciones comunistas que no se han visto cómodas con su lucha tan firme y consecuente.

    Pero cuando se comprende el movimiento de la historia (la podredumbre incontenible del imperialismo, las contradicciones que inevitablemente alimenta y hace estallar, y la tendencia irresistible de las masas populares a derrocarlo), uno no puede sustraerse de estar al servicio del mundo naciente; de contribuir a desbrozar el camino necesario hacia el que tiende la humanidad.

    Sobre esa base, no pesa explicar una y otra vez lo elemental (dolorosamente desconocido), investigar los hechos y exponer las verdaderas causas de los acontecimientos. Y hacer todo ello, no solo contra el imperialismo abierto, sino, como en tiempos de Proudhon o de Bernstein, contra los pretendidos “amigos” (quien no quiso ver el desastre civilizatorio que suponía la destrucción de la URSS, algo se vio obligado a recapacitar cuando la OTAN bombardeaba impunemente a Yugoslavia en 1999 y los derechos sociales se revertían sin freno en Europa).

    Egido, en esta lucha por desarrollar la conciencia revolucionaria, muchas veces ha estado bastante solo. ¿Qué significa esto exactamente? Que la clase obrera del Estado español se quedó muy huérfana de dirigentes expertos y de organizaciones comunistas consecuentes y capaces.

    El modo en que se engendró esta situación en España es fruto de una historia de varias décadas. Tuvo, como rasgos esenciales, los siguientes.

    1) Durante la guerra nacional revolucionaria (1936-1939), y bajo la represión posterior, cayeron importantes cuadros y militantes comunistas. La situación de ilegalidad que a continuación impuso la dictadura franquista anuló la participación democrática al interior del PCE. Bajo estas condiciones, la desviación oportunista de derechas ―llena de superstición parlamentarista y pacifista, y tendente al nacionalismo español― encontró condiciones para fortalecerse en los puestos de dirección. En su lento ascenso, se deshizo de dirigentes leninistas honestos, como Joan Comorera (1894-1958). La situación fue madurando desde los años cuarenta. El control oportunista del partido fue más rápido en el exterior que en el interior. A medida que avanzaba, iba horadando la teoría y la estrategia del PCE, y convirtiendo al partido en un representante del punto de vista de la pequeña burguesía y de la aristocracia obrera.

    2) En febrero de 1956, esta desviación del PCE tomó un mayor impulso gracias al giro que dio el Partido Comunista de la Unión Soviética en su XX Congreso. Allí, entre otras cuestiones, Kruchev impulsó aspiraciones dogmáticas de transitar al socialismo por vía pacífica, poniendo entre paréntesis la enorme mayoría de la experiencia histórica y exagerando los momentos revolucionarios pacíficos ―sin atender a sus condicionantes―. Ello sirvió para definir una línea política falsa que en el fondo suponía capitular de la lucha por el socialismo y hundirse en la búsqueda de la aceptación burguesa. Dicha corriente internacional desviada, que súbitamente comenzó a emanar de la URSS, dejó desorientados a los leninistas de occidente. Con ello, la dirección crecientemente oportunista del PCE encontró el momento internacional idóneo para impulsar la política de “reconciliación nacional. Por una solución democrática y pacífica al problema español”, aprobada en junio 1956, dos meses después del tristemente famoso congreso del PCUS.

    3) Carrillo logró en enero de 1960 la secretaría general y dedicó los años sesenta a asegurarse una dirección plenamente seguidista. La confusión generada por el conflicto chino-soviético favoreció su avance. En los años setenta campaba ya el “eurocomunismo” abierto, habiendo adquirido aquella desviación oportunista de derechas, de viejo cuño, su nombre propio y forma contemporánea. Esta derechización fue respondida con protestas internas en el partido ―que acabaron en expulsiones― y con escisiones. Debido a ello, durante años hubo persecución y salida de cuadros consecuentes y, al mismo tiempo, una entrada de sectores atraídos por la línea oportunista, que tendían a alejarse aún más del marxismo. El PCE no educó en el marxismo-leninismo a la enorme cantidad de universitarios radicalizados desde mediados de los años cincuenta y adheridos al partido.

    4) Si durante los años sesenta y setenta hubo militancia que no comprendió el castillo de naipes que construía el revisionismo eurocomunista, esto sucedía ―además de por la debilidad formativa― porque dicha línea se desplegaba junto a un importante campo socialista y sobre el impulso espontáneo del movimiento obrero y popular. Al avance del gran impulso espontáneo contribuyeron heroicamente muchos comunistas, también del PCE, a pesar de las desviaciones teóricas de Santiago Carrillo y su entorno. Pero todo este auge obrero y popular, estos aparentes buenos resultados del partido, dificultaron el esclarecimiento crítico del oportunismo. Desde un punto de vista superficial, todo parecía progresar correctamente.

    5) En 1973, ante un inminente contexto democrático, cuando la organización Bandera Roja estaba decidiendo su estrategia, el sector oportunista de derechas de Jordi Solé Tura propuso integrarse en el PCE con este peculiar argumento (entre otros): el PCE es un partido revisionista, sí, pero eso no importa, porque la clandestinidad le obliga a actuar de manera revolucionaria. La falacia, como toda falacia, tenía un componente de verdad. La clandestinidad imponía, a pesar de todas las ensoñaciones pactistas y reformistas, una actividad ajena al cretinismo parlamentario. Sin embargo, una vez que el carrillismo se vio en su ambiente natural, pudo ya dar rienda suelta a toda su esencia ―había cultivado las mismas posiciones ideológicas, en un contexto dictatorial, que los partidos francés e italiano, que estaban en un contexto democrático-burgués―. Y mientras se limitaba toda la política y todo criterio organizativo a la lucha parlamentaria, a finales de los años setenta el movimiento popular fue entrando en reflujo.

    6) En los años 70, el desarrollo capitalista, en el marco de la integración europea y la presencia de capital estadounidense, a través de la competencia condujo a las grandes empresas a la externalización (subcontratación de funciones), la temporalidad y la deslocalización[7]. Ello aumentó los beneficios de la oligarquía financiera al tiempo que se debilitó la concentración obrera, base de la organización clasista. El eurocomunismo, en lugar de dar con nuevas tácticas de organización, profundizó en el deterioro del movimiento revolucionario.

    7) Ante esta situación, el PCE, que ya llevaba más de dos décadas alejándose nítidamente de las necesidades organizativas e ideológicas obreras, cedió y se comenzó a descomponer visiblemente. Las diversas corrientes revisionistas, que con diferentes matices habían empujado hacia la misma dirección, trataron de culparse mutuamente y de buscar explicación. Tras el fuerte desplome que rodeó al año 1980, la tendencia disolvente y capituladora no fue frenada. La degradación del PCE no se detuvo. Al mismo tiempo, las diversas escisiones que el PCE engendró futo de su desvío del marxismo, así como las nuevas organizaciones surgidas al margen de él, no lograron nunca superar a este partido en implantación obrera.

    8) En 1987 el PCE recuperó sus relaciones con el PCUS. Los dirigentes españoles estaban maravillados con la presunta apertura y el presunto pluralismo que se prometían en la URSS. Fue el momento, en los últimos 20 años, en que el PCE se sintió más cerca del PCUS; justo a las puertas de la restauración del capitalismo. No era casualidad. Eran dos descomposiciones en resonancia. En 1989 buena parte de la militancia del PCPE reingresó en el PCE en un proceso de unidad apoyado por la línea liquidadora de Gorbachov y sin regreso al leninismo. Se trataba de la unidad en torno al reformismo de Julio Anguita, más radical que el de su predecesor, Gerardo Iglesias, debido a que se intentaba capitalizar el nuevo auge popular de la segunda mitad de los años ochenta. Pero reformismo, en cualquier caso. Los problemas, por tanto, no se resolvieron. Las confusiones alimentadas por la victoria de la contrarrevolución en el Bloque del Este también paralizaron la solución de las tareas pendientes. No obstante, a inicios de los noventa se logró impedir la destrucción formal del PCE, dejando en minoría a quienes defendían su disolución en IU.

    9) De todo este proceso de desmontaje se derivó una constelación de pequeñas organizaciones en declive, grupúsculos y comunistas sin partido. Un contexto adecuado para que floreciera la falta de debate marxista, el sectarismo y el izquierdismo; para que decayera el marxismo y sus lazos con la práctica; para que algunas organizaciones envejecieran sin apenas reemplazo y se paralizaran.

    ¿Cómo Egido pudo ver claro en mitad de la descomposición en la que se desarrolló como comunista? ¿Cómo se las arregló si su conciencia política vio la luz justo poco antes de que todo empezara a desplomarse? Pues con una sólida formación marxista-leninista apegada a su militancia: con el estudio de la obra de Marx, Engels, Lenin y Stalin, las aportaciones soviéticas más importantes o las cruciales aclaraciones que hizo Ludo Martens para mantener al Partido del Trabajo de Bélgica en la senda marxista-leninista durante el final del siglo XX. Y, sobre esta base nunca abandonada, estudiando en la primera mitad de los años noventa la licenciatura de Ciencia Política y Sociología en la Universidad del País Vasco; pero contra el programa docente y la mayoría de profesores ―anticomunistas―. Poco después, haciendo el doctorado en sociología-antropología en la Universidad de Provence, en un ambiente más favorable al marxismo, hasta doctorarse en 2001.

    La personalidad cribada por este proceso, y templada en él, puede adivinarse. Dureza máxima, de frío y cortante acero, con el imperialismo y todo lo que le sirve. Plena voluntad de construir y aclarar, abrazo cálido, con todo el que quiere contribuir a que el marxismo-leninismo y la organización popular progresen. Plena entrega a las necesidades teóricas y organizativas de la clase obrera revolucionaria y de los pueblos agredidos, hasta la total saturación del tiempo vital. Honda preocupación por todas las consecuencias de las derrotas revolucionarias. Firmeza contra la confusión. Ilusión por lo sano naciente, aunque sea aún imperfecto y débil. Voluntad de aportar y aclarar. Determinación total a la hora de trazar la línea que marca la capitulación. Rechazo tanto del oportunismo derechista como del sectarismo izquierdista. Aspiración confluyente a la par que lucha contra el eclecticismo.

    Y Egido ahora ha escrito un libro sobre la victoria de la contrarrevolución en la URSS. Un interesante libro en el que se entrelaza 1) el análisis socioeconómico, 2) la identificación exacta de las cuestiones políticas en juego y 3) los testimonios particulares o casos concretos. De este modo, el autor expone los rasgos fundamentales del devenir histórico, así como en los pequeños detalles que más vívidamente evidencian dicho curso general.

    Justo este tipo de trabajos son lo que necesita la clase obrera para salir de la confusión y la inmovilidad que infunde la ideología imperialista (de derecha y de izquierda). Esto, y no la ideología pequeñoburguesa que propagan programas como La base, de Pablo Iglesias, o periódicos como El Diario, de Ignacio Escolar, que mezclan la crítica a algunos de los aspectos más crudos del capitalismo con la incomprensión del mismo. Estos medios paralizan a la clase obrera ante las coyunturas más trascendentales y contribuyen a eternizar el dominio imperialista.

    El trabajo teórico de Egido cuenta ya con años de trayectoria y aportaciones. Para esclarecer algo de la historia del comunismo en España y de la cuestión nacional a través de uno de los dirigentes marxistas-leninistas más destacados, escribió la biografía del comunista vasco Jesús Larrañaga (1901-1942). Para impulsar y fundamentar teóricamente la solidaridad con palestina: El problema nacional judío. Judaísmo versus sionismo. Para luchar contra las visiones imperialista e izquierdista sobre China: El pájaro en la jaula. La burguesía en la República Popular China. Para explicar la victoria de la contrarrevolución en Europa del este: ¡Aquellos chicos tan majos! Cuando Venezuela pasaba por su mayor agresión por parte del imperialismo: Venezuela vencerá. La dificultad de la Revolución Nacional en una colonia petrolera. Cuando Siria se convertía en el blanco de la agresión imperialista: Siria es el centro del Mundo. Cuando la izquierda anticomunista trataba de apropiarse de Gramsci y lo sometía a todas las deformaciones del eclecticismo pequeñoburgués: Manos fuera del camarada Gramsci.

    La lista es más larga. Hay más libros, además de capítulos y artículos, que sin duda habrá que recopilar y reseñar brevemente. Y son innumerables sus aportaciones en RT, Hispan TV o Telesur, donde en general analiza aspectos de la situación internacional.

    Independientemente de lo que el lector consulte de entre todos los trabajos aquí mencionados, a través de su estudio se fortalecerá para luchar por la emancipación de la clase obrera como llave de la emancipación de la humanidad, y para comprender los complejos procesos de las luchas antimperialistas. Y de eso se trata. Estas son las tareas históricas a cuyas puertas nos sitúa la etapa actual, la etapa de la crisis general del capitalismo.

    Notas: 

    [1] Reseña libro: De la URSS a Rusia: una historia de infamias y resistencias. José Antonio Egido. Reseña de David Fuente. Pinche AQUÍ para enlace web.

    [2] Recordatorio: al ser un texto pre 1917, “socialdemócrata” significa “comunista”.

    [3] Respuesta del Partido Comunista de Gran Bretaña (Marxista-Leninista). Pinche AQUÍ para enlace web.

    [4] Imperialismo, fase superior del capitalismo

    [5] Pinche AQUÍ para enlace web.

    [6] Relaciones internacionales, Partido Comunista de Cuba. Pinche AQUÍ para enlace web.

    [7] Estas cuestiones pueden estudiarse en La clase obrera en la era de las multinacionales, de Peter Mertens.

    Imagen de portada: Agustín Ibarrola. Grabado. 

    Autor

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    Estudió Licenciatura en Bellas Artes en la Universidad del País Vasco y maestría en Sociología Política en el Instituto de Investigaciones Dr. Mora, de la Ciudad de México.

    Ha realizado investigaciones sobre historia del arte del siglo XX.

    En 2018 publicó La disputa de la ruptura con el muralismo (1950-1970): Luchas de clases en la rearticulación del campo artístico mexicano.

    Es miembro de la Asociación Cultural Volver a Marx y del Seminario de El Capital de la Universidad del País Vasco en Bilbao.