
Manifestación silenciosa de estudiantes en Barcelona.
El procés de independencia está suponiendo una muestra de empoderamiento popular que puede beneficiar a la clase trabajadora más allá de Catalunya.
En lo que a mí se refiere, empecé a interesarme por la política cuando comprendí qué eran el antifascismo y el antifranquismo. Cuando comencé a coquetear con el anticapitalismo. Cuando supe de qué se trataba la conciencia de clase. Cuando descubrí que el ‘Guernica’ de Picasso lanzaba un mensaje sin precedentes contra el horror nazi-franquista.
Poco a poco, fui configurando mi pensamiento político entorno a la empatía con los más desfavorecidos, el odio y la lucha contra todo aquello que oprimía a los pobres, y la incansable crítica contra lo que consideraba injusto. Siempre he creído que eso de acogerse a una ideología concreta sirve para camuflar, en realidad, la carencia de ideas de aquel que se niega a pensar por sí mismo. O, por lo menos, de aquel que está tan involuntariamente inmerso en las estructuras del sistema que acaba adquiriendo el “tener que formar parte de” como algo incuestionable. Siempre he visto en esto algo así como morderle la almohada al poder, porque creo que al encuadrarnos nosotros mismos en una ideología determinada, estamos, de alguna manera, autocensurándonos; marcándonos un rígido camino del que no debemos desviarnos. Y eso es prácticamente un oxímoron, dado que no existe ciencia más volátil e imprevisible que aquella que se encarga de gestionar las sociedades, que es lo que en última y primera instancia es la política.
Personalmente, cuando entro en debates morales sobre un asunto determinado, siempre trato de empaparme de datos y hechos históricos, y acudir a las fuentes adecuadas para comprender al 100% la cuestión. El tema de la independencia de Catalunya, por ejemplo, siempre intento enfocarlo en torno a tres asuntos: 1) los episodios históricos desde 1714 y el maltrato que sufre Catalunya por parte del reino de España desde esta fecha; 2) el derecho de cada pueblo a decidir su propio futuro y su propia estructura de gobierno; y 3) mi total rechazo al Estado español (herencia directa del franquismo) y a la monarquía borbónica (perpetuada en el tiempo gracias al franquismo).
Ahora, hemos asistido a la realización de un referéndum (con garantías o no, vinculante o no, legal o no) para preguntar a la ciudadanía catalana si quiere que Catalunya se independice o no del Estado Español. Por los tres motivos arriba citados, no puedo evitar ver el NO al referéndum como una muleta que ayuda a que el anacrónico, oxidado y senil Estado Español no sea puesto en cuestión. Y, a la vez, una posición acomplejada y de cobardía frente al poder popular y a la toma de decisiones de la clase trabajadora. De la misma manera, no puedo concebir la actitud de ciertos grupos de la mal llamada “nueva política”, que parecen abogar por la autodeterminación de los pueblos, pero que cuando la situación lo requiere, se ponen de perfil y se acogen a la Constitución. Tampoco logro entender el no tomar partido en este asunto porque “en España hay cosas más importantes que la independencia de Catalunya”. Y sí, por supuesto que las hay, pero todas ellas serían puestas en jaque si consiguiéramos que el régimen del 78 fuera fracturado. Y no me vale el discurso que tanto se está poniendo de moda del “pero es que hay que acogerse a la legalidad”. No me vale porque la legalidad no es más que un pacto político que varía en función de las fuerzas políticas que participan en construirla. Y como gran parte de la Constitución del 78 fue redactada por militares franquistas y por fuerzas no-rupturistas con la dictadura, yo no reconozco esa legalidad y celebro que se deslegitime. SÍ: yo sí que tomo partido y me declaro a favor de fracturar hasta el último cimiento del Estado español.
Y claro que no puedo evitar que me joda ponerme del lado de la pija, rancia y corrupta burguesía que arrasa con lo público. Claro que rechazo fulminantemente el masaje mediático que TV3 y otras corporaciones realizan al Procés y a sus caras más visibles. Y claro que me muero de rabia cuando los bienparlantes y sabelotodo de Junts pel Sí hablan en nombre de la democracia, simplificándola al mero ejercicio del voto y banalizando el concepto; pues la democracia es muchísimo más que eso.
Pero soy consciente de que el motor del movimiento se encuentra en su base, algo primordial aquí. Primordial porque supone entrar en un momento histórico en el que se abren unas grietas enormes. Un abanico de posibilidades basadas todas ellas en desestabilizar y amenazar el “statu quo” político y social de este país:
- Entraríamos en una fase de imprevisibilidad, espontaneidad y desorden político: es importante y necesario que se den cambios de ritmo en un sistema tan estancado y enquistado como este. Tienen que pasar cosas que el poder no sea capaz de racionalizar.
- Las burguesías catalana y española se dividirían por cuestiones políticas: ambas se debilitarían irremediablemente.
- El Estado español quedaría gravemente golpeado si el proceso se culmina: las clases populares de todo el país podrían aprovechar ese golpe y reclamar lo que les pertenece.
- Volverían a salir a la palestra, así, una gran cantidad de problemas que llevan tiempo a la sombra: corrupción, paro, derechos civiles, etc.
- Los gobernantes de la nueva República catalana estarían en deuda con el pueblo que posibilitó su creación: las clases populares catalanas podrían hacer suyo el discurso pro-democracia que la élite del Procés está utilizando. Así, podrían exigir que la nueva República fuera radicalmente democrática. De no llevarlo a cabo, dicha élite quedaría en evidencia.
- El proceso de emancipación de Catalunya se podría tomar como referencia y ejemplo para futuras luchas populares en el conjunto del Estado (Monarquía o República, UE o no UE, rescate o no de los bancos, etc.)
- Se revisaría así el concepto “democracia” y se podrían empezar a asentar las bases de lo que es una democracia real en el sentido más amplio (y posible, que no absoluto) de la palabra.
En conclusión, veo que la Independencia de Catalunya puede servir para llevar a cabo una estrategia de clase. Una estrategia en el sentido moral de la palabra. Beneficiaría tanto a las clases populares catalanas como a las del resto del Estado, por el simple hecho de que supondría un ejemplo de empoderamiento popular y podría ser tomado como espejo para empezar a monitorear nuestros propios caminos. Para participar activamente en llevar nuestro día a día hacia donde nos plazca, y no para dejarlo a merced de un sistema que nos come por dentro y que nos crea el ansia de comernos al que tenemos a nuestro lado.
Es el momento perfecto para aprovechar esas grietas. Y para hacer sangre. Para meter no el dedo, sino el puño entero en la llaga. Para amenazar. Y regocijarnos en nuestra amenaza. Porque es una amenaza que indica que queremos decidir qué hacer con nuestras vidas. En todos los ámbitos; en el sentido más puro de la palabra “vida”.
Edgar X.
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