“La capacidad de comprenderse, quererse, estimarse humanamente se desarrolla históricamente”
“En la antigüedad solo podían encontrarse elementos de amor sexual individual en clases oprimidas, no propietarias”
“El amor sexual individual moderno, exclusivista, surge en el seno de la monogamia, pero “junto a ella y contra ella”
“La igualdad alcanzada por la mujer, a juzgar por toda nuestra experiencia anterior, influirá mucho más en el sentido de hacer monógamos a los hombres que en el de hacer poliandras a las mujeres”
En “El origen de la familia, la propiedad privada y el estado”, Engels expone que el amor sexual individual moderno surge históricamente a partir de la monogamia, esto es, a partir del orden patriarcal. Pero ojo, no es una consecuencia directa del orden patriarcal.
En el orden patriarcal del mundo clásico (Atenas y luego Roma son el referente fundamental, pues Esparta estaba en situación más atrasada, de menor desarrollo de la propiedad privada, mujer como tal incluida), el hombre decide sobre la vida y la muerte de los integrantes de la familia: esclavos, hijos y esposa. El matrimonio es, para el hombre, un medio para asegurar su descendencia legítima y, con ello, la herencia por vía paterna; aparte de esto, una carga, un aburrimiento. La gimnasia, la discusión pública y la prostitución son sus tareas satisfactorias. Su monogamia no existe. Para la mujer, el matrimonio es su esclavitud. Su monogamia es exigida para asegurar la descendencia legítima del marido.
El amor sexual individual moderno no podía emanar de este tipo de relaciones atroces. Por eso en la antigüedad solo podían encontrarse elementos de amor sexual individual en clases oprimidas, no propietarias.
Antes no cabía esperar dicho amor sexual. Habían existido matrimonios por grupos o matrimonios de mayor o menor duración concertados por la familia: “entre los indios de América y en otras partes (en el mismo estadio), la decisión sobre un matrimonio no incumbe a los afectados, a quienes a menudo ni se les consulta, sino a sus madres.”
Entonces, ¿de dónde sale el amor individual sexual moderno?
“El mayor progreso en el desenvolvimiento de la monogamia se realizó, indudablemente, con la entrada de los germanos en la historia, y fue así porque, dada su pobreza, parece que por entonces la monogamia aún no se había desarrollado plenamente entre ellos”.
[La unión familiar de un solo hombre con una sola mujer de por vida y con normas férreas solo surge en la historia para consolidar la herencia por vía paterna; por eso la pobreza de los germanos, es decir, la ausencia de una herencia sustancial, impedía el desarrollo de una monogamia tan desarrollada como la ateniense.]
“Llegaba con los germanos un elemento enteramente nuevo que dominó en todo el mundo. La nueva monogamia que entre las ruinas del mundo romano salió de la mezcla de los pueblos, revistió la supremacía masculina de formas suaves y dio a las mujeres una posición mucho más considerada y más libre, por lo menos aparentemente, de lo que nunca había conocido la edad clásica. Gracias a ello fue posible, partiendo de la monogamia ―en su seno, junto a ella y contra ella, según las circunstancias―, el progreso moral más grande que le debemos: el amor sexual individual moderno, desconocido anteriormente en el mundo”.
[Atención, Engels nos está señalando que la moral progresa. La capacidad de comprenderse, quererse, estimarse humanamente, no surge de manera acabada, sino que se desarrolla históricamente. La existencia efectiva de una “humanidad” que a nivel práctico funcione en todo el globo como desde hace un par de siglos sueñan algunas mentes y empieza a haber condiciones para ello, es aún una tarea pendiente.]
¿Entonces en la edad media se dio el paso del matrimonio de conveniencia al matrimonio consagrado por el amor? Bueno, no es tan sencilla la cosa…
“Pero si la monogamia fue, de todas las formas de familia conocidas, la única en que pudo desarrollarse el amor sexual moderno, eso no quiere decir de ningún modo que se desarrollase exclusivamente, y ni aun de una manera preponderante, como amor mutuo de los cónyuges. Lo excluye la propia naturaleza de la monogamia sólida, basada en la supremacía del hombre.”
“El amor caballeresco de la Edad Media no fue, de ningún modo, amor conyugal. Muy al contrario, en su forma clásica, entre los provenzales, marcha a toda vela hacia el adulterio, que es cantado por sus poetas. La flor de la poesía amorosa provenzal son las albas. Pintan con encendidos ardores cómo el caballero comparte el lecho de su amada, la mujer de otro, mientras en la calle está apostado un vigilante que lo llama apenas clarea el alba, para que pueda escapar sin ser visto; la escena de la separación es la cumbre del poema”.
Engels nos sitúa así, respecto al amor romántico y la monogamia, en unas consideraciones bastante diferentes de aquellas con las que operan ciertos mecanicismos idealistas contemporáneos (mecanicismos que ya tienen larga historia). Esos mecanicismos conciben el asunto más o menos así: si la monogamia y el amor romántico surgen bajo orden patriarcal, entonces la ausencia de relaciones afectivas exclusivistas, el poliamor, etc. son el resultado y el acelerador del derrumbe del orden patriarcal (de la propiedad privada, ni palabra; eso sí, el trabajo revolucionario siempre con protección).
Pero esta tesis (no vamos a entrar a si se sostiene por conveniencia individual perversamente planeada o por ilusión ingenua) no es la que corresponde al análisis escrupuloso de los hechos, sino a un análisis vulgar y a su deducción correspondiente. El amor sexual individual moderno, exclusivista, surge en el seno de la monogamia, pero “junto a ella y contra ella”. (Que algo puede surgir junto a algo y contra algo es cotidianidad dialéctica). Este “junto y contra” dan por resultado un elemento nuevo; un elemento que está limitado por la misma monogamia en la que ha surgido. Es justo la monogamia clásica, fundamentada históricamente en la dominación masculina (basada esta en la propiedad privada del hombre), lo que impide que el amor sexual individual moderno sea la base de una relación conyugal en el nuevo sentido monógamo que este exige. Una y otra monogamias coinciden etimológicamente, pero no históricamente, no socialmente.
(No vamos a entrar en los jaleos emocionales, dramas y complicaciones, individualismos exacerbados, experimentos hirientes autoforzados ni pendulaciones de la frivolidad al romanticismo en el que entran las personas que dicen entregarse al poliamor, ni en las mil historietas y cotilleos subsecuentes que produce y que solo muestran que alguien tiene mucho tiempo para andar perdiéndolo. En general, los mecanicismos utópicos, con su existencia constante bajo la derrota, desalientan más con sus pesares que cualquier argumento. Normalmente los convencidos no desisten ideológicamente, pero en la práctica no les queda más remedio que dejar de malgastar energías. Ya derrotados en su cotidianidad, cuando no renuncian a su comprensión utópica pero ya se han golpeado lo suficiente con la realidad, piensan que han asentado la cabeza y cosas por el estilo.)
Lo que nos dice Engels es que la nueva consideración amorosa tiene su propia lógica interna. Por tanto, no podemos hacer las deducciones de forma mecánica, como si no hubiera surgido algo particular y nuevo. Hay que entender los fundamentos internos de este nuevo elemento para entender las posibles direcciones que puede tomar.
“Pero dado que, por su propia naturaleza, el amor sexual es exclusivista —aun cuando en nuestros días ese exclusivismo sólo se realiza plenamente en la mujer—, el matrimonio fundado en el amor sexual es, por su propia naturaleza, monógamo. Hemos visto cuánta razón tenía Bachofen cuando consideraba que el progreso del matrimonio por grupos al matrimonio por parejas se debió sobre todo a la mujer. Solamente se puede atribuir al hombre el paso del matrimonio sindiásmico [matrimonio por parejas de fácil disolución] a la monogamia, que históricamente ha consistido sobre todo en rebajar la situación de las mujeres y facilitar la infidelidad de los hombres. Por eso, cuando lleguen a desaparecer las consideraciones económicas en virtud de las cuales las mujeres han tenido que aceptar esta infidelidad habitual de los hombres (la preocupación por su propia existencia y todavía más por el porvenir de los hijos), la igualdad alcanzada por la mujer, a juzgar por toda nuestra experiencia anterior, influirá mucho más en el sentido de hacer monógamos a los hombres que en el de hacer poliandras a las mujeres.”
Con qué justeza concuerdan las tesis de Engels con lo que vemos desarrollarse 130 años después de la publicación de este libro es ya el último argumento. La potencia del análisis materialista se revela. Allí donde las relaciones de propiedad no son tan desiguales y no operan tan crudamente (aunque siguen existiendo y juegan su papel de muchas formas), todo ha operado como señaló:
“La indisolubilidad del matrimonio es consecuencia de las condiciones económicas que engendraron la monogamia y de la tradición de la época en que, mal comprendida aún, la vinculación de esas condiciones económicas con la monogamia fue exagerada por la religión. Actualmente está deteriorada ya por mil lados. Si el matrimonio fundado en el amor es el único moral [dada la moral que se ha fundado], sólo puede ser moral el matrimonio donde el amor persiste. Pero la duración del arrebato del amor sexual varía mucho según los individuos, particularmente entre los hombres. En virtud de ello, cuando el afecto desaparezca o sea reemplazado por un nuevo amor apasionado, el divorcio será un beneficio tanto para ambas partes como para la sociedad. Sólo que deberá ahorrarse a la gente el tener que pasar por el barrizal inútil de un pleito de divorcio.”
Esta es la tendencia que Engels ve proyectarse. Ahora bien, que esta tendencia sufra otra modificación esencial fruto de futuras consecuencias, es del todo posible. Y en esta tesis sigue muy de cerca a Morgan.
“Así pues, lo que podemos conjeturar hoy acerca de la regularización de las relaciones sexuales después de la inminente supresión de la producción capitalista es, más que nada, de un orden negativo y queda limitado principalmente a lo que debe desaparecer. Pero, ¿qué sobrevendrá? Eso se verá cuando haya crecido una nueva generación: una generación de hombres que no sepan lo que es comprar una mujer con dinero ni con ayuda de ninguna otra fuerza social; una generación de mujeres que no sepan lo que es entregarse a un hombre por miedo a las consecuencias económicas que pudiera acarrear una negativa ni en virtud de otra consideración que no sea un amor real. Y cuando esas generaciones aparezcan, enviarán al cuerno todo lo que nosotros pensamos que deberían hacer. Se dictarán a sí mismas su propia conducta y, en consonancia, crearán una opinión pública para juzgar la conducta de cada uno. ¡Y todo quedará hecho!”
Autor
Estudió Licenciatura en Bellas Artes en la Universidad del País Vasco y maestría en Sociología Política en el Instituto de Investigaciones Dr. Mora, de la Ciudad de México.
Ha realizado investigaciones sobre historia del arte del siglo XX.
En 2018 publicó La disputa de la ruptura con el muralismo (1950-1970): Luchas de clases en la rearticulación del campo artístico mexicano.
Es miembro de la Asociación Cultural Volver a Marx y del Seminario de El Capital de la Universidad del País Vasco en Bilbao.
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