Una semana en la frontera venezolana con Colombia: sólo el pueblo salva al pueblo.

La frontera entre Venezuela y Colombia, especialmente el tramo que separa Táchira (VE) de Norte de Santander (CO), es una de las más calientes del mundo, en América sólo es comparable con la que separa a EEUU de México. Pasamos una semana allí para tratar de retratar su particular realidad.

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Una parte de la cola a primea hora de la mañana, al fondo, el puente binacional Simón Bolívar

Cruzar la frontera.

“Durante unas horas, la cola aligeró la marcha, y los allí presentes vimos cómo llegaban funcionarios del SEBIN (Servicio Bolivariano de Inteligencia) a relevar a los intencionadamente lentos funcionarios aduaneros y llevarse algunos detenidos.”

En realidad, había sido invitado para participar de una caravana de la @RedRedHer en Colombia a través de la cual La Comuna quería colaborar informando de diferentes situaciones de vulneración de Derechos Humanos en el vecino país, pero la propia realidad fronteriza me impidió llegar a Bogotá. A pesar de estar en San Antonio puntual a las 7 de la mañana (el punto fronterizo venezolano cierra en la noche) y de pasar 11 horas en la infinita cola para sellar la salida en el pasaporte, me quedé a unas quinientas personas de lograrlo. Durante la larga espera (agravada por la gravísima falta de efectivo que me impedía comprar cualquier alimento o refrigerio), pude observar cómo las mafias controlan absolutamente cualquier cosa que allí suceda. Durante unas horas, la cola aligeró la marcha, y los allí presentes vimos cómo llegaban funcionarios del SEBIN (Servicio Bolivariano de Inteligencia) a relevar a los intencionadamente lentos funcionarios aduaneros y llevarse algunos detenidos. Pero después de su retirada, al igual que antes de su llegada, el ritmo de avance era irrisorio. Eso sí, a cada rato aparecía algún adolescente ofreciendo pasar ilegalmente por la “trocha” -mediante una barca por el río a escasos metros del puente- previo pago y, también en varias ocasiones se acercaron a ofrecerme un “sellado VIP” (sin esperas) en una taquilla habilitada especialmente a tal efecto por unos 15$ al cambio. Unos y otros cobraban tanto en pesos como en bolívares (a la cuarta parte del cambio, por el sobrevalor del efectivo venezolano). Por supuesto me negué a participar del entramado corrupto (algo que muchos se vieron obligados a hacer para poder pasar a tiempo), lo que me supuso la pérdida de la oportunidad de cumplir con el objetivo del viaje. Allí todo el mundo lo asume con normalidad, las mafias y la corrupción enquistada en algunos organismos son una constante histórica en el lugar, y parecen regir absolutamente su economía.

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Mapa de situación. Frontera entre Táchira (Venezuela) y Norte de Santander (Colombia).

En esas circunstancias, decidí tratar de entender lo que allí ocurre para retratarlo en este reportaje. Hablando con la gente del lugar, hay varias denuncias que se hacen constantes. En primer lugar, algo que se destaca con notoriedad es el uso aceptado de la moneda colombiana (que no es de curso legal en territorio venezolano) en cualquier tipo de establecimiento o servicio. Cualquier habitante de frontera está bien enterado de la tasa de cambio en el día en sus dos variantes: efectivo o transferencia (la cual cuatriplica el precio del efectivo venezolano). Otro de los testimonios recurrentes son los problemas con el combustible (gasoil, gasolina y gas) y su relación con el frecuente avistamiento nocturno de gandolas (grandes vehículos de transporte de combustible) de la estatal PDVSA hacia el territorio colombiano, a pesar del cierre vehicular de la frontera decretado hace varios meses. Que el cierre no haya mejorado la escasez de combustible indica que no era el microtráfico lo que afectaba decisivamente la situación, como sí se ha aliviado en el tema de los alimentos (que venían a comprar a diario miles de colombianos por su bajo precio subsidiado en Venezuela). Es obvio que esto sólo puede suceder con grandes complicidades de funcionarios importantes con la mafia fronteriza.

La gestión gubernamental en la zona es a todas luces un desastre, y la responsabilidad recae sobre actores políticos muy diversos, desde la Guardia Nacional Bolivariana (que debe controlar el tráfico y los puntos aduaneros y de control) hasta las opositoras Gobernación del Táchira y alcaldías de ciudades como San Cristóbal, repletas de basura por su falta de inversión en la recogida, el pésimo estado de las vías, o la interrupción constante de servicios públicos. No logré encontrar a nadie que fuera capaz de salvar a un sólo político de la zona en su discurso. Decidí, entonces, vivir por unos días su realidad; y escogí una zona a orillas del río Torbes, el cual se recordaba especialmente en el aniversario de la Constituyente por la hazaña de sus habitantes de tener que cruzarlo para ejercer su derecho a voto cuando el puente peatonal se encontraba tomado por el paramilitarismo para evitarlo.

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En la imagen: Ledys López, una guerrera que, como tantos habitantes de la zona, debe recorrer a diario caminando (por falta de transporte público) las orillas del río Torbes que cruzaron hace exactamente un año para votar en las elecciones a Asamblea Nacional Constituyente.

La vida en la frontera.

Una familia de Riberas del Torbes me acogió como si fuese la mía propia, y con ellos pude comprender lo que hace indestructible a la Revolución Bolivariana: el arrojo, la honestidad, la creatividad, y la capacidad de resistencia de tantas familias que sufren los embates de la situación con dignidad. Dado que la zona es frecuentemente azotada por el paramilitarismo, deberé -con mucho pesar-, por seguridad, dejar en el anonimato a estos héroes que son sólo un ejemplo entre miles.

Durante la semana que pasé allí no tuvimos gas y, a pesar de producirse dos reuniones del consejo comunal y una con el comando de la guardia, todo apunta a que estarán así unos días más. Cerca de allí, se divisaban dos cementerios de vehículos fuera de circulación por falta de repuestos. Se trata de unidades de transporte de gasolina y de autobuses rojos del Estado, en ambos casos por decenas. Como consecuencia (sumada a otros factores), los vecinos se ven obligados a comprar gasolina de contrabando y se ven prácticamente privados de transporte público a la ciudad. Eso no impidió que lográramos disfrutar de todas las comidas diarias con un sabroso y nutritivo plato, aunque sí nos dificultó, por ejemplo, salir a visitar una biblioteca, o simplemente a pasear. Esa reclusión forzada, sus ingeniosos habitantes, la transforman en oportunidades envidiables en otras circunstancias. Y creo que ese es el gran aliciente que hace del venezolano un pueblo cohesionado, consciente y creativo, en definitiva, indestructible.

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Niñas y niños jugando en la calle de un barrio fronterizo.

La efervescencia de la vecindad es lo que más llamó mi atención. Se juntaban por doquier para abordar diversas problemáticas y soluciones. Una recurrente era buscar a un vecino que tuviese un smartphone para escanear el Carnet de la Patria y así recibir bonos económicos de ayuda que el gobierno otorga a los ciudadanos para suavizar actualmente la difícil situación económica. También, ante la falta de gas, además de un ir y venir de vecinos entre una casa y otra buscando posibles soluciones colectivas, resultaba llamativo ver, por ejemplo, una vecina con la olla exprés a cuestas para pedirle el favor a quien aún tenía gas. Otra de las constantes era ver a todos los niños y niñas de la comunidad, de diferentes edades, jugando juntos en la vereda, con hermosa creatividad en inventar juegos y un gran espíritu de solidaridad. Asumo que es una gran vacuna ante las enormes posibilidades de caer en la droga o en las redes del rentable paramilitarismo que rodea siempre a las comunidades fronterizas como amenaza permanente. Allá donde uno mirase, observaba compartiendo momentos colectivos a los vecinos. Todas pendientes de todos, protegiéndose como una sola familia.

En cuanto a la salud, un médico de la comunidad me comentaba cómo el cierre de un Centro de Diagnóstico Integral (del sistema público de salud) en Capacho, afectaba al suyo que asumía el 90% de sus pacientes. Además, el servicio que deberían cubrir tres doctores es actualmente cubierto únicamente por dos, y con ciertas dificultades en el acceso regular a algunas medicinas. El doctor me impactó con numerosos ejemplos de cómo mediante remedios naturales, o simplemente creatividad e ingenio, lograban solventar las dificultades que se les presentaban. Debo decir que un factor decisivo en ello es la enorme capacidad y experiencia que tienen los médicos de la misión cubana para llevar a cabo su trabajo en cualquier tipo de circunstancias.

Frontera En la casa en la que tuve el honor de compartir experiencias, habían cultivado un terreno aledaño (cuyo propietario llevaba tiempo sin aparecer) para sacar de la tierra todo tipo de alimentos. A pesar de ser un terreno abandonado y utilizado antaño de escombrera, era mágico ver crecer allí desde un pequeño maizal hasta plantas medicinales, plátano, cebollín, boniatos… Graciela, la abuela de la familia (de origen colombiano pero desplazada por el paramilitarismo en su juventud) se encargaba de asustar a las vacas que se acercaban, y el gato de mantenerla libre de roedores y algunos insectos. El jefe de familia hacía en esos días una trampa para pájaros, debido a que algunos estaban afectando a la siembra. La creatividad se sembraba en cada tramo de terreno, regada con la experimentación continua y la investigación sobre permacultura en internet. Además de las trampas, estaban investigando cómo obtener miel de la caña del maíz. A cada nueva idea que me mostraban, más maravillado me encontraba yo de poder vivir esta experiencia. El próximo proyecto es un horno artesanal de leña, para el cual fuimos a buscar unos ladrillos abandonados. No podía evitar pensar en que difícilmente esas ideas fluirían si no hubiésemos visto interrumpido el suministro de gas.

Al preguntarle a los chamitos de la casa sobre su educación, me cuentan que muchos colegios obligan a comprar libros escolares de Santillana, a pesar de que el gobierno nacional regala y obliga a usar la Colección Bicentenaria que pude revisar en profundidad y observar que es de una excelente factura y alienta desde la infancia el pensamiento crítico. Por ejemplo, encontré ampliamente reflejadas las culturas originarias en un libro de educación artística, y el desarrollo de teorías ecologistas como la “Hipótesis Gaia” de Lovelock en uno de educación ambiental.

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Ejemplo del fomento del espíritu crítico en el contenido de un libro de Lengua y Literatura venezolano en el que se explican los medios de comunicación.

Muchos de los vecinos y vecinas, me relataban aventuras de miembros de la comunidad que estaban probando suerte en otros países. Ahí me reafirmé en mi creencia de que gran parte de los ingresos actuales de muchas familias venezolanas proceden de miembros en el exterior, lo que hace todavía más delicada cualquier transformación económica de calado que se pretenda, y explica de algún modo la supervivencia del pueblo a pesar de la exagerada incapacidad adquisitiva que otorga una nómina cualquiera en la economía formal.

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Como estos, encontré miles de pequeños ejemplos de resistencia diaria que colman de heroicidad al pueblo fronterizo que debe, además, convivir con el estigma del contrabando y la economía irregular, haciendo aún más loable su esfuerzo de dignidad entre tantas dificultades. Y es en estos pequeños ejemplos donde uno entiende la capacidad del chavismo de salir adelante ante cualquier situación, por extrema que sea, y mantener la dignidad y la soberanía de un pueblo que sigue resistiéndose a ser sometido por el imperio.

Intichurin Iskaywari.

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Activista Transatlántico.

Venezuela