“Este “apetrolipsis” del West Texas Intermediate (WTI) es el mayor colapso de la historia del mercado del petróleo, pero no deja de ser un negativo temporal” Análisis de Miguel G. Macho
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Breve introducción al mercado del petróleo.
Cuando hablamos de precio del crudo o petróleo generalmente hablamos del precio al que se intercambia esta materia prima en la bolsa de valores, los llamados mercados, sin tener en cuenta siquiera su coste de producción como desgraciadamente sucede con todas las “commodities”. Es una mercancía tasada en multitud de índices, en medida de barril (159 litros – 42 galones estadounidenses) y que se venden en opciones y futuros cotizados siempre en la unidad monetaria del dólar estadounidense.
Los índices o referencias internacionales más importantes de este bien primario son el barril de la OPEP de referencia para la producción de los países miembros de la misma, el barril de Brent (Brent) del que dependen principalmente los mercados europeos, y el West Texas Intermediate (WTI) del que dependen Estados Unidos, Canadá y algunos países sudamericanos.

La llamada cesta de la OPEP o petróleo OPEP, es un promedio de los precios de los petróleos producidos por los países miembros de la OPEP y se utiliza como punto de referencia para los precios del petróleo.
La OPEP (OPEC en inglés) es la Organización de Países Exportadores de Petróleo que coordina las políticas petroleras de sus países miembros para influir en el mercado petrolero internacional. Controla casi el 50% de la producción de petróleo del mundo y más del 80% de las reservas, teniendo como objetivo único proteger e influir en los precios mundiales del petróleo mediante el incremento o disminución de la producción, de la oferta. Los países miembros del cártel de la OPEP son: Argelia, Angola, Ecuador, Gabón, Iraq, Irán, Qatar, Kuwait, Libia, Nigeria, Arabia Saudita, Venezuela y los Emiratos Árabes Unidos.
El papel de sus miembros clave (Arabia Saudita, Irán, Irak, Venezuela y Nigeria) suele ser determinante en los precios mundiales del crudo, pues una parte significativa de su ingreso nacional se deriva del mismo y por ello pretenden asegurar la estabilidad de los precios del petróleo, pero los múltiples incumplimientos y desacuerdos de los últimos tiempos han demostrado que la OPEP ya no es lo que era en el pasado. En la actualidad se muestran igual de determinantes determinados agentes privados, intereses particulares de los países miembros contrarios a los conjuntos del grupo o mismamente los países externos a la organización.
El petróleo de Brent (Brent) es extraído del Mar del Norte y es el de referencia para los mercados europeos. Cotiza en el mercado IPE (Internacional Petroleum Exchange) de Londres. La referencia «Brent» se refiere a una mezcla de cuatro diferentes tipos de petróleo crudo: Brent, Forties, Osberg y Ekofisk, que en conjunto se conocen como BFOE, tratándose de un petroleo de gran calidad, muy ligero, siendo además el más apropiado para producir gasolina, queroseno y gasóleo.
Este índice sirve de referente también para la producción petrolífera de África y Oriente Medio, que suele venderse al precio del barril de Brent, marcando una especie de precio recomendado para un 78% de las diferentes variedades de crudo mundial.
El petróleo de Texas (WTI) es extraído en Texas, Dakota del norte y el sur de Oklahoma, cotizando en la New York Mercantile Exchange (NYMEX) de Nueva York. Sirve de referencia para fijar el precio de otros índices menores del país como el «Light Louisiana Sweet» (LLS), el «Mars and Poseidon» extraído en Louisiana o el «Southern Green Canyon» extraído en cierta zona de Texas. Se trata de un petroleo ligero, de buena calidad aunque algo inferior al Brent, y al que también se le denomina «Texas Light Sweet» debido a su bajo contenido en sulfuro. Antaño tenía prima ligada al Brent, pero ya no es así por la reconversión del país en productor de crudo en la última década, convirtiéndose en el principal productor del mismo en 2018 y dotando a este índice de independencia e importancia.
Cuando hablamos de contratos de futuros o futuros a secas, hablamos de que se compra justamente eso, algo que se obtendrá en el futuro. El inversor o comprador no va y compra físicamente un barril al momento y se lo lleva a la refinería, sino que adquiere un contrato por mínimo 1000 barilles que en la fecha de vencimiento se le entregará físicamente.
Los contratos de futuros sobre el petróleo de Texas se liquidan mediante entrega física del crudo en una pequeña localidad de Oklahoma llamada Cushing, un enclave crucial en el mercado petrolero y el mayor centro de almacenamiento-distribución de crudo de los Estados Unidos por su situación geográfica. Es un punto de transbordo gigante con tuberías que se cruzan en todas direcciones y con instalaciones de almacenamiento de fácil acceso a los refinadores y proveedores.
Los últimos contratos de futuros del petróleo Texas vencieron precisamente el viernes pasado y se negociaron los nuevos para mayo en negativo, pues actualmente más de tres cuartas partes de su enorme capacidad de almacenamiento está llena y probablemente se agotará el espacio físico en las próximas semanas. En negativo significa que pagan por deshacerse del petróleo. En este asunto las grandes petroleras estadounidenses tienen sus propias instalaciones para el almacenamiento extra por un tiempo, pero los pequeños y medianos productores sí dependen totalmente de poder trasladar y almacenar el crudo en Cushing al momento para su entrega física.
En cambio, los contratos de futuros del Brent, el petróleo de referencia en Europa y medio mundo, son de crudo que se servirá en junio, cuando ya se espera una mayor demanda, pero que aún no está asegurada y dependerá de los acontecimientos derivados del covid-19. De todas formas para el Brent no hay ese problema particular de almacenamiento, pues se trata de un crudo marítimo donde frenar o parar la producción es relativamente sencillo y que puede transportarse fácilmente allí donde hay demanda.
La importancia de los petrodólares.
Para entender la importancia geopolítica del crudo se deben mencionar los petrodólares.
¿Qué son los petrodólares? Pues un dólar estadounidense obtenido a través de la venta de petróleo, lo que viene a ser una petrodivisa en dólares. Nacen en el año 1971 cuando el dólar abandona por necesidad el patrón oro y su valor no queda ligado explícitamente a ninguna mercancía, pero en la práctica se liga en gran medida al petróleo de Oriente Medio, sobre todo desde los acuerdos de 1974 en los cuales Estados Unidos se compromete a garantizar la seguridad de la infame monarquía de Arabia Saudita. Como concepto económico se creó para poner nombre a la gran ventaja financiera que los países de la OPEP tenían operando en dólares y usándola como moneda de reserva, lo que beneficiaba enormemente al dólar dándole ese respaldo en petróleo pero a cambio de aumentar el déficit y la inflación estadounidense.
La importancia real del dólar estadounidense se determina por el hecho de que los precios de muchas mercancías como el petróleo o el gas se tasan e intercambian internacionalmente en dólares. Es la moneda de referencia mundial, debido a que muchos países guardan grandes cantidades de dólares como reservas pues estas pueden usarse para comprar estas mercancías sin la necesidad de conversión de divisas. Mientras el dólar permanezca como moneda de reserva y el petróleo se tenga que pagar en dólares, los EEUU pueden pagar sus importaciones de petróleo simplemente mediante la impresión de más títulos energéticos en la forma de bonos del tesoro.
El problema de fondo con esto es que si la denominación de los precios de las mercancías se cambiaran a otra divisa, por ejemplo el yuan, como ya se permite en la OPEP desde 2018 para furia de los estadounidenses, muchos países venderían los dólares acumulados causando un desplazamiento de las reservas a esta moneda. Esto, de acuerdo con la simpleza de la oferta y demanda, debilitaría la hegemonía del dólar hasta el punto de poner a los Estados Unidos en riesgo de bancarrota. Es por esto que muchas injerencias y maniobras internacionales de la esfera de influencia de los Estados Unidos tienen lugar, para apoyar el actual sistema hegemónico de tasación y pagos del dólar estadounidense.
Por ilustrar brevemente esta afirmación, algunos ejemplos bastante conocidos de dichas injerencias.
—En el año 2000, Irak convirtió de la noche a la mañana todas sus transacciones petroleras a euros. Fue precisamente en ese momento cuando los Estados Unidos invadió militarmente Irak, pues la primera medida económica tomada por Estados Unidos en el país fue la de volver a convertir todas estas transacciones petroleras de euros a dólares.
—Irán planeaba abrir el 20 de marzo de 2006 una bolsa internacional de petróleos negociada en euros que finalmente fue pospuesta. El cobro de euros en lugar de dólares causaría una reacción en cadena en la cual más y más consumidores y productores de petróleo lo comercilizarán en euros, forzando también eventualmente a los Estados Unidos a pagar en euros. Esto significaría que los tendrían que hacer lo mismo que los demás países tienen que hacer, buscar la forma obtener la divisa extranjera para poder pagar el petróleo. Ésta es una de las razones por la que los Estados Unidos quieren derrocar al gobierno iraní, para asegurar que el petróleo se siga denominando y pagando en dólares. Las sanciones actuales son fruto del fracaso estadounidense en lograr este cambio político a sus añorados tiempos del Sha de Persia, pues buscan apartar a Irán del mercado del petróleo.
—La invasión estadounidense comandada por la OTAN a Libia, cuando Muamar el Gadafi intentó crear una divisa diferente al dólar. El líder libio trabajaba diplomáticamente en crear una petrodivisa africana respaldada con las reservas de petróleo y oro del continente, pero su brutal asesinato en 2011 obviamente truncó dichos planes antes siquiera de que se materializaran. Esta guerra convirtió aquel próspero país africano en un infernal mercado de esclavos y una escuela de yihadistas donde, como dato añadido, se consumó uno de los mayores y más ignorados robos de la historia de la humanidad: el saqueo de las reservas de divisas y oro a Libia.
—Otros ejemplos de actualidad que van por el mismo camino son los intentos frustrados de imponer en la OPEP la negativa a los petroyuanes, los secuestros y ataques a petroleros iraníes o las sanciones a Venezuela para apartar al país de la oferta del petróleo, buscando asfixiarlo económicamente.
Conservar el dólar como divisa de intercambio y reserva mundial se trata de una cuestión de supervivencia para el imperialismo estadounidense, pues como buen imperio en decadencia ya no controlan desde hace años la estructura de producción y se tienen que limitar a ejercer su violenta hegemonía desde el mundo financiero y el dólar. Trump y la oligarquía estadounidense tendrán suerte si conservan los dos tras esta pandemia, pues ya se deja ver en el horizonte el asentamiento del mundo multipolar que establecería el inicio de una nueva era con el poder más repartido.
La revolución del fracking estadounidense.
Estados Unidos ha pasado en las dos últimas décadas de ser un país importador de crudo con un consumo de 18 millones de barriles, donde su producción tradicional de Alaska y Texas apenas cubría un tercio, a uno exportador relativo de petróleo y neto de gas, carbón y derivados del petróleo. Esto ha supuesto un cambio geopolítico de enorme calado pero también un gran cambio para el país.
En la década de los setenta y en plena ralentización de la economía mundial precisamente por la crisis del petróleo, Estados Unidos frenó en seco su producción tradicional del mismo y abandonó las prospecciones de los gigantescos (y caros de extraer en ese momento) yacimientos de Alaska. De un pico de más de 10 millones de barriles diarios a principios de la década, se pasó aproximadamente a la mitad en 2009. En esas tres décadas posteriores, Estados Unidos había dejado de ser el gran productor de petróleo del mundo para convertirse en el principal país consumidor del mundo, pues importarlo barato de países sometidos o aliados, en ese momento y junto con la instauración de los petrodólares, pues le compensaba para reforzar su dominio y el mencionado dólar como moneda de intercambio internacional. La desaceleración de la producción petrolera estadounidense permitió a otros países mucho más dependientes del crudo para su balanza de pagos que acapararan la producción mundial y permitiendo así a países como Irán, Arabia Saudí, Venezuela, Irak, Qatar y más recientemente Rusia dominar la oferta de esta materia prima.
El giro llegó con los avances tecnológicos a principios de la década de 2000 en la vieja técnica del fracking que permitieron extraer de manera rentable petróleo de la roca de esquisto, un proceso que se creía inviable hasta ese momento. En 2005, el 8 de agosto, el presidente George W. Bush promulgó la «Energy Policy Act of 2005», la norma con la que se dio vía libre a la extracción de hidrocarburos a través de la fracturación hidráulica. En 2010 explotó el desarrollo de esta tecnología, pues los altos precios del petróleo que llegaron a superar los 150$ el barril permitían margen de maniobra para experimentar nuevas configuraciones de explotación, lo que se sumó a crédito fácil sustentados en bonos basura desde Wall Street que inyectaron decenas de miles de millones de dólares en empresas nuevas de fracking sin historial crediticio alguno. Esto llevó, con el apoyo de Obama el “de las renovables”, a una acelerada competición de inversiones por todo el país buscando abrir pequeños pozos que antaño eran descartados pero que ahora resultaban rentables.
Para entender la magnitud de este proceso, en el año 2000 las fuentes de fracking en los Estados Unidos eran únicamente de 23.000 y en 2015 ya sumaban 300.000. En el caso de la producción, en el año 2000 era de 102 mil barriles diarios, mientras que la producción en 2015 era de 4.3 millones de barriles por día. Para 2015 Estados Unidos ya era un productor muy importante en el mercado del crudo y el gas, pero es que en 2018, con el apoyo incondicional de Trump al fracking, se convirtió en el mayor productor mundial de ambos.
Todo esta fiebre del esquisto tiene una gran pega: la fuente de fracking sufre un agotamiento prematuro que obliga a buscar nuevos pozos constantemente. Al tercer año sólo se extrae de promedio un 30%, mientras que la perforación convencional a los tres años se extrae un promedio del 70%. Un ejemplo bastante conocido es el de «Pionner Natural Resources», una compañía que no tiene operaciones fuera de Estados Unidos y es la séptima petrolera de ese país. Extrae con ambos métodos, convencionales y fracking, pero en 2017 sufrió una disminución en su tasa de extracción de crudo del 60% respecto a 2016, exclusivamente por el desgate de sus pozos de fracking y no hallar nuevos rentables.
Esta búsqueda constante por nuevas fuentes modificó salvajemente la orografía de ciertas zonas de Estados Unidos, no sin controversia por el enorme coste ambiental y por lo caro que resulta este método de extracción. Obama apoyó el fracking con subsidios y en la actualidad Trump se ha declarado firme defensor del mismo, prometiendo hipócritamente a sus seguidores que las sanciones a Venezuela e Irán para apartarles del mercado petrolero ayudarían a elevar el precio del crudo, metiendo así el fracking en el terreno de la rentabilidad y logrando el dominio del mercado internacional.
Para terminar con este punto, se le denominó oficiosamente a todo este proceso la «revolución del esquisto» o «revolución del fracking», pero ya aumentan las voces que lo denominan claramente el «timo del fracking». Se duda ya hasta entre sectores conservadores de la utilidad de esta reconversión para eliminar la dependencia de Oriente Medio y respaldar al dólar tirando por los suelos el mercado del crudo. Las críticas hacen hincapié principalmente en el costo de extracción del fracking a corto plazo, en la carencia derivada de reservas, en el enorme gasto público que supone mantener rentable todo el entramado privado del fracking y en la posibilidad de que al final todo esto sólo sirva para que Estados Unidos esté subsidiando petróleo barato al resto del mundo si se termina perdiendo la hegemonía del dólar.
China, India, Europa y cualquier país consumidor se han beneficiado durante años de crudo barato y no hay que olvidar que pese a todos los avances tecnológicos y las economías de escala, la subsidiada industria del fracking estadounidense en su conjunto aún no ha obtenido ganancias netas, por lo que podría tratarse de un peligroso espejismo para los Estados Unidos.
La estrategia energética de los Estados Unidos.
El petróleo sigue siendo la fuente de energía indispensable para mantener el crecimiento constante que requiere todo sistema capitalista para no entrar en crisis y EEUU ha modificado radicalmente su estrategia energética en las dos últimas décadas.
El consumo doméstico actual de EEUU se movería actualmente en la horquilla de los 18 a los 20 millones de barriles diarios y calculan que seguirán siendo importadores netos de crudo hasta el 2035. Se estima que a finales de 2021 el petróleo importado representará tan sólo el 21% de su mercado interno debido a la combinación de una alta producción propia y un leve descenso de la dependencia del crudo en el país por su relativa sustitución del petróleo por biocombustibles, gas natural licuado y energías renovables como la eólica, biomasa y fotovoltaica.
Para 2015 el 45% de las importaciones de crudo de EEUU procedían de Oriente Medio y el norte de África, lo cual generaba y genera un desgaste considerable a los Estados Unidos, pero la nueva estrategia energética pasaría por convertirse durante unos años en exportador para volver positivo el saldo energético, arruinar o generar dependencia en enemigos geopolíticos que amenazan la hegemonía estadounidense y tener a su cercano aliado canadiense con grandes reservas como principal proveedor de crudo cuando se agote el fracking estadounidense. En esa línea está proyectada la construcción del polémico oleoducto Keystone XL, aprobado finalmente por Trump contra todas las leyes ambientales de EEUU para transportar el crudo canadiense hasta el Golfo de México. Dicho oleoducto tendrá como calculados efectos colaterales la progresiva disminución de importaciones de crudo procedentes de la OPEP, México, Colombia y Brasil, así como la drástica reducción de sus compras a Venezuela con el objetivo —sumado a las criminales sanciones— de lograr la asfixia económica del gobierno electo de Maduro, esperando así fagocitar las reservas petroleras venezolanas (las mayores del mundo, aun siendo de crudo pesado y extrapesado) con un ansiado cambio de gobierno que oriente el país sudaméricano hacia Washington.
En 2019, tras el cambio de Trump dando apoyo relativo a la producción de carbón, el constante crecimiento del fracking y el crecimiento productivo de las refinerías de hidrocarburos, las exportaciones de energía de EEUU superaron a las importaciones por primera vez en 67 años, convirtiéndose en un exportador neto (que exporta más de lo que importa) de energía con la excepción de continuar siendo un importador neto (que importa más de lo que exporta) de crudo, aunque esta cifra desciende considerablemente.
El cambio del año pasado en el comercio de energía de EEUU se debió, en gran medida, a la disminución de las importaciones netas de petróleo crudo por la citada reconversión energética del fracking. Las importaciones netas de petróleo disminuyeron un 31% de 2018 a 2019, logrando que sea ya Canadá la mayor fuente de importaciones de petróleo crudo y también el principal destino de las exportaciones de derivados estadounidenses. Esta disminución de 1,9 millones de barriles por día representó la mayor parte del cambio en el comercio neto energético del país, pero es que las exportaciones netas de gas natural también aumentaron y el comercio neto de las otras fuentes de energía se mantuvo similar a sus niveles de 2018. En 2019, Estados Unidos continuó siendo un importador neto de petróleo crudo y de electricidad, aunque en un grado mucho menor, y es un exportador neto de carbón, coque de carbón, gas natural, productos derivados del petróleo y biomasa. Por tanto, los Estados Unidos están alcanzando sus objetivos internos, reconfigurando las fuentes energéticas hacia Canadá, o por lo menos lo estaban haciendo hasta la llegada del coronavirus.
En cuanto a los objetivos externos dentro de todo este proceso de reconversión energética, los EEUU intentarían a la par arrebatar las exportaciones rusas de gas a Europa a través de Ucrania sustituyéndolas por gas estadounidense-canadiense y de emiratos, además de asfixiar las fuentes de petróleo chinas para frenar su gigantesco desarrollo y creciente influencia internacional, sobre todo de su petro-química estatal Sinopec. Esto buscaría a cambio imponer la futura dependencia china e india del crudo saudí, el gas de emiratos y los derivados estadounidense-canadienses.
La crisis general del petróleo y la guerra de precios.
La última crisis general del petróleo viene desde el gran descenso de precios de 2014, pues hay desatada una guerra económica por el control del mercado del petróleo entre los tres actores principales en la oferta: Arabia Saudí con el cártel de la OPEP, Rusia y los Estados Unidos.
El desarrollo explosivo del fracking llevó a Estados Unidos a convertirse en una amenaza para la supervivencia de todos los productores de petróleo, pero especialmente los del golfo pérsico y posteriormente los rusos. Ante las pérdidas potenciales de cientos de miles de millones de dólares, en 2014 Arabia Saudita y los productores árabes de la OPEP, decidieron aprovechar el ligero descenso de la demanda de China e India para inundar el mercado con petróleo barato, buscando así tirar los precios del crudo por los suelos e intentar llevar a la bancarrota a los productores estadounidenses de fracking para apartarlos así del mercado, recuperando los saudíes el “trono” de la oferta de petróleo. Se sabe que el fracking es algo temporal, pues no hay reservas y es imposible sostener la producción en el tiempo, por lo que buscaban apartar a los productores de fracking cuanto antes del mercado sin que EEUU llegase a orientar sus importaciones de crudo hacia Canadá.
Estos bajos precios se han mantenido desde entonces sin alcanzar de nuevo los 140$ por barril y se han vuelto en contra de todos los productores internacionales, incluso con la crisis actual del COVID-19 contra los estadounidenses.
Los resultados de la guerra de precios resultaron desastrosos para los países de la OPEP, pues EEUU había aprovechado los altos precios del barril en los 2010′ para desarrollar tecnologías nuevas (y más arriesgadas) como el fracking, para una vez asentados en el sector jugar ellos mismos la carta de inundar el mercado con petróleo barato (y subsidiado), buscando poner a prueba la resistencia de todos sus competidores y proveerse de petróleo barato, pues siguen siendo importadores. Esto, sumado a la multitud de acuerdos y desacuerdos posteriores en la OPEP y OPEP+ (OPEP más Rusia y México) para reducir la oferta de nuevo más las sanciones internacionales a dos actores importantes como son Irán y Venezuela, pues han generado un tira y afloja constante que ha repercutido a la baja en los precios del petróleo para beneficio de los países consumidores y perjuicio de los productores.
En EEUU se ha resistido hasta hoy la guerra de precios gracias a la concesión de subsidios y de crédito barato con los tipos de interés de la Reserva Federal a 0%/0,25% con el que la mayoría de los grandes productores obtuvieron liquidez, no sin arruinarse en el camino más de doscientas pequeñas y medianas empresas de extracción que han dejado unos 120.000 millones de deuda. A esto se le sumaron los nuevos avances tecnológicos que volvieron algo más eficiente el fracking y las economías de escala, que es cuando una empresa alcanza un ritmo óptimo de producción para ir produciendo más a menor coste. Todo esto ha permitido sobrevivir a la mayor parte de los productores y hacer crecer el número de fuentes de fracking.
El problema derivado de esta estrategia subsidiaria con un sector sin reservas de producto ni financieras, es que el sector se ha convertido en un auténtico agujero negro financiero para la economía estadounidense. El más más endeudado del país con diferencia y que ya comenzaba a mostrar graves signos de estrés en 2018 con la progresiva subida de los tipos de interés a 2,25%. Por ello, ante la grave crisis actual de demanda, el 16 de marzo de 2020 la Reserva Federal ha vuelto a bajar los tipos a 0% para conceder créditos gratis en un peligroso clima económico de contracción y sobreendeudamiento, pues una política de tipos bajos sostenida en el tiempo tiende a la concentración de capital y a reforzar la baja tasa de inversión de los “perezosos” monopolios.
En la guerra de precios actual, e inesperadamente, Arabia Saudita (aún siendo un álfil estadounidense en Oriente Medio) y Rusia se han encontrado como aliados coyunturales contra la amenaza que supone el desarrollo petrolero estadounidense con el fracking. Una alianza frágil que en multitud de ocasiones se ha convertido en una prueba de resistencia para ambas partes, sobre todo por los desencuentros tras superar Rusia a Arabia Saudí en 2015 como productor, algo que no sentó bien en Riad que llevaba tiempo reduciendo su capacidad productiva junto a la OPEP para frenar la baja de precios.
Los últimos acontecimientos de esta guerra de precios se resumen bastante bien en las últimas cumbres de la OPEP+.
En la primera del 6 de marzo de 2020 no se llegó a acuerdo alguno porque Rusia se negó a reducir su producción por el descenso de demanda del coronavirus, lo que se tradujo en una furia desatada de los saudíes y sus aliados de Emiratos Árabes Unidos declarando públicamente que inundarían el mercado de petróleo produciendo al máximo de su capacidad, unos 13 o 14 millones de barriles/día. La negativa rusa procedía de que acababa de renovar hasta 2020 una reducción productiva pactada con México desde 2017, de unos 2 millones de barriles/día, por lo que no estaba dispuesto a ceder más cuota de mercado si Estados Unidos y el resto de grandes productores no se comprometían a una reducción equivalente, pues lo contrario era hacer el tonto. Los saudíes también llevan produciendo por debajo de su capacidad años y el punto de encuentro parecía difícil aún con la que estaba cayendo por el coronavirus.
Esto provocó un descenso de más del 60% en el mercado del petróleo y el barril de Brent se acercó a los 20$, un precio nunca visto en mucho tiempo.
En la segunda cumbre del 12 de abril de 2020, tras la novedosa amenaza de Trump con la imposición de aranceles a la importanción del petróleo saudí, algo inconcebible hace pocos años, trato de “mediar” hasta conseguir que Rusia y Arabia Saudita firmasen una reducción de la oferta petrolera de más de 9,7 millones de barriles durante los meses de mayo y junio. Este descenso se alargará hasta final de 2020 en un descenso de 8 millones de barriles y entre enero de 2022 y abril de 2022 en 6 millones de barriles diarios. Un acuerdo del todo insuficiente a corto plazo, pues la bajada de la demanda exige, por lo menos, un descenso de 30 millones de barriles al día.
Estos 9,7 millones de barriles suscritos oficialmente por la OPEP+ distan mucho de los 20 millones de los que hablan los países involucrados, pero es que esta cifra será una rebaja voluntaria que de momento sólo asegura, y por Twitter, Donald Trump, el único país que es incapaz de frenar su producción. El resto de productores no tendrán ningún control para cumplir su palabra ni habrá comisión alguna que se cercione de ello.
Evidentemente esto creó un repunte del precio del petróleo, pero es que duró unos pocos días y el mercado del petróleo entró en el “apetrolipsis” del negativo de Texas y los mínimos históricos del Brent. La OPEP ya no es lo que era en el pasado, pues aunque siguen teniendo influencia en el mercado del crudo al poseer el 81% de las reservas mundiales y el 40% de la producción, se intuyen más influyentes los países externos a la misma y ciertos agentes privados de calado.
Como dato añadido en este punto, ya que se mencionan las reservas, se trata de uno de los factores que no suelen contemplarse a la hora de valorar en el precio del crudo o el poder de un país en las negociaciones, pues quien las tenga, se presentará ante el mundo como un proveedor seguro del mismo a lo largo del tiempo. Esto es algo que EEUU no puede hacer ni por asomo por lo ya citado arriba.
El caso es que los logros de Rusia en las negociaciones de la OPEP+ con su aliado coyuntural Arabia Saudí, a pesar del reciente desencuentro por el coronavirus, es considerado ya otra victoria diplomática de Putin en el mercado del petróleo. Se suman a estas las derrotas diplomáticas de los Estados Unidos lo que suponen los acuerdos chinos de suministro de petróleo de los últimos años con Venezuela, México y media África más el incontestable hito chino de conseguir que la OPEP permita la oferta de contratos petroleros en petroyuanes, materializándose así el inicio de la mayor pesadilla de los Estados Unidos: el principio del fin de los petrodólares.
La crisis de sobreproducción petrolera del COVID-19.
A finales de 2019, el mundo consumía en torno a 100 millones de barriles de petróleo diarios. En marzo, la Agencia Internacional de la Energía constató una bajada de 10,8 millones de barriles al día. Según la organización, la demanda mundial de crudo caerá en el mes de abril un récord de 29 millones de barriles por día respecto al mismo mes de 2019, mientras que en mayo, el descenso interanual será de 25,8 millones de barriles por día.
La oferta de crudo mundial en el primer trimestre de 2020 ya había descendido respecto al anterior trimestre de 2019 por los últimos pactos de reducción de oferta para elevar los precios del crudo y poner fin de una vez por todas a la guerra de precios. En cambio la demanda de gasolina, por ejemplo, había caído un 30% en lo que llevamos de año debido a la aparición del SARS-CoV-2 en China y su proceso de cuarentena, pues redujo drásticamente su demanda de hidrocarburos ya desde enero y suponía una advertencia de lo que estaba por venir.
En las últimas semanas, con la extensión de la pandemia por todo el planeta, se ha reducido el consumo de crudo en casi 20 millones de barriles al día, principalmente por el desplome total del transporte de pasajeros y mercancías por mar y aire. Los compradores tradicionales han frenado en seco sus compras de petróleo por inactividad o directamente rechazan comprar porque ya tienen sus reservas cubiertas hasta verano, por lo que es manifiesto el colapso por sobreproducción del mercado del crudo.
En el último mes las inversiones globales en explotación y exploración de nuevos yacimientos se han reducido en la nada desdeñable cifra de 112.000 millones de dólares, algo que no será sencillo de reactivar. Por otro lado se sabe que ninguna compañía productora en el mundo puede obtener el más mínimo beneficio con el precio del crudo por debajo de 25$, aumentando este límite hasta los 50$ dependiendo del método de extracción y de la calidad del petróleo extraído. El fracking estadounidense es un proceso con mayores costes que el bombeo marítimo noruego, por ejemplo, mientras que el crudo ligero del Mar del Norte o de Texas es algo más rentable que el crudo pesado venezolano.

Por tanto, todo el sector a nivel mundial está en crisis y teniendo que frenar la producción, el que pueda hacerlo, llegando el coronavirus como una pedrada a una guerra de precios iniciada por Estados Unidos con el fracking.
Toda esta situación pondrá contra las cuerdas a muchos países exportadores y a las multinacionales del sector, pero aún está por ver quién sobrevivirá a 2021 y cómo se reconfigurará el mercado petrolero una vez se supere la crisis del coronavirus.
La crisis particular del petróleo estadounidense por el COVID-19.
Este “apetrolipsis” del West Texas Intermediate (WTI) es el mayor colapso de la historia del mercado del petróleo, pero no deja de ser un negativo temporal que se debe en lo general a la sobreoferta y en lo particular a tres factores particulares de sector en los Estados Unidos.
Con gran parte de la economía mundial en punto muerto, las refinerías estadounidenses están usando mucho menos crudo para procesar gasolina, mientras los oleoductos siguen bombeando. El resultado es que los tanques de almacenaje de las compañías no tienen espacio para almacenar. De ahí que el petróleo se regale, o se pague por poder entregarlo.
Frenar la extracción mediante fracking no es tan sencillo como cortar el bombeo de un pozo marítimo, pues implica unos costes de reapertura imposibles de asumir para mucho pequeño y mediano productor. Esto, sumado al descenso de la demanda por el covid19, es lo que está llevando a la saturación de los almacenamientos de crudo en Cushing, que están a más de tres cuartos de su capacidad y en una semana probablemente no den para más. Las grandes petroleras además no se ofrecen (ni son obligadas) a hacerse cargo del excedente en sus instalaciones de almacenamiento particulares, pues no tiene sentido desde su lógica gestora movilizar transportes y mantener durante mucho tiempo el coste de almacenamiento con demanda baja y pronósticos dudosos de subida cuando ha llegado el punto en que estás pagando por quitarte barriles de encima, tienes los barcos a nivel mundial cebados y las reservas estratégicas están llenas. Prefieren pagar por deshacerse del excedente y punto.
El índice del petróleo Texas en negativo significa básicamente eso, que el productor paga por dar barriles al comprador, pues los pequeños y medianos productores del fracking estadounidenses no pueden cerrar el grifo sin quebrar por el coste logístico que les traería volver a poner en funcionamiento la producción, sin contar además con gigantescos depósitos donde recoger el exceso de producción para el futuro. Parece simple dicho así, pero un desajuste de este tipo se traduce en destrucción de empleos y todo tipo de tejido productivo en los Estados Unidos, sobre todo si la descomunal inyección de liquidez ofrecida por Trump no llega a los citados pequeños y medianos productores del fracking, que son con diferencia los mayores deudores de bonos basura de todo el país.
2º Los mercados de futuros texanos para mayo en negativo.
El martes 21 de abril terminaba en Estados Unidos el plazo para el cierre de los futuros de petróleo para entregar en mayo y los precios en el futuro inmediato van a ser más bajos que los actuales, por lo que se ha evaporado todo incentivo para comprar ahora porque no se va a necesitar ese petróleo al vencimiento de los contratos. Esto quiere decir que, para entonces, quien tenga vigente un contrato de futuros del petróleo Texas tendrá que hacerse cargo del crudo que le entregarán al mes siguiente. El problema es la falta de almacenamiento, pues desde hace semanas los compradores están desesperados por deshacerse de esos contratos y entregárselo a alguien que quisiera tomar posesión física de esos barriles, llegando el punto de preferir perder dinero para deshacerse de esos barriles que cogerlos ellos mismos.
El precio de los futuros con entrega en mayo ha llegado a cotizar en los -40 dólares por barril, que sería el negativo especulativo máximo a alcanzar, frente a los +18 dólares registrados al cierre del viernes pasado. Por tanto los futuros del petróleo de Texas se cerraron en negativo y aunque ya tenían un pronóstico a la baja en el primer trimestre, en este segundo estaba claro que iba a ser desastroso por la bajada de la demanda mundial fruto del COVID-19.
Es cierto que el negativo es territorio desconocido para los futuros del petróleo, pero no para el gas por poner otro ejemplo energético. Por tanto hay precedentes y no es tan baldío el tema. Tras la bajada a negativo del petróleo Texas y la bajada del Brent, veremos un vaivén a positivo especulativo de los derivados, reuniones de emergencia de los productores para bajar la producción, vaivenes en los pactos sobre y bajo la mesa, lenta subida de precio cuando probablemente se estabilice la demanda en verano y posterior crecimiento sostenido hasta 2021, como poco. Ajuste histórico por abajo, una fuga descomunal de inversiones y un torrente de quiebras que puede llevarse por delante el modelo estadounidense del fracking.
El barril de Brent no tendría este problema de almacenamiento, pero se está viendo ligeramente arrastrado por el bajón de la demanda mundial, la reactivación económica China que está en proceso, el parón del consumo hindú, el agresivo movimiento saudí de inundar el mercado de petróleo barato tras su desacuerdo con Rusia y por la interdependencia financiera del mercado europeo con el empacho petrolero estadounidense.
3º Endeudamiento excesivo del sector petrolero estadounidense en una crisis de sobreproducción.
El sector petrolero estadounidense es, con diferencia, el más endeudado del país. Las empresas de exploración y extracción de petróleo junto con las gestoras de los oleoductos, se enfrentan actualmente a una deuda acumulada de más de 200.000 millones de dólares que vencerá en los próximos 4 años, y todo ello sin contar con la que nueva que tendrán que acumular (los que puedan) por el parón del coronavirus. Con el precio actual del petróleo sus operaciones no son rentables ni con toneladas de subsidios, por lo que les resultará imposible hacer frente a a los pagos si carecen de la capacidad de generar ingresos en el corto y medio plazo.
Esto ya venía pasando los últimos meses, el cierre por bancarrota de muchas empresas pequeñas, intermedias y dependientes del fracking, por lo que los más endeudados del sector serán los primeros del torrente de quiebras en carecer de liquidez suficiente para hacer frente al parón de ingresos por el crudo ligero de sus tierras, unas propiedades que probablemente se termimarán quedando los bancos por impago. Esto aportará a la bajada general del consumo interno estadounidense, acabará con el “milagro de Texas” como motor de la economía estadounidense, elevará la destrucción de empleos, se dará un enfriamiento del dólar, procesos de concentración de Capital por absorción de los pequeños-medianos empresarios arruinados e incluso puede que lleguemos a ver la quiebra de alguna multinacional del petróleo.
En general, está en juego el control futuro del mercado del petróleo y si los endeudados pequeños y medianos productores del fracking no resisten la tormenta del COVID-19, incorporándose a todas las consecuencias negativas de la recesión que viene derivada por la pandemia, puede que seamos testigos en los próximos meses de una auténtica catástrofe para la economía estadounidense. Una situación nada halagüeña que perfectamente puede costarle al país su hegemonía y a Donald Trump la reelección en las presidenciales, aún habiendo superado el bache del impeachment y empezar 2020 liderando todas las encuestas.
Miguel G. Macho
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