Buscar soluciones prácticas sin medir mucho en aquella relación tóxica con un hegemón anclado en su “América para los Americanos”

    “Lejos de ver las rectificaciones del Gobierno de Biden luego del acumulado de derrotas causadas por el chavismo, el pueblo en general y la institucionalidad democrática de Venezuela a cada uno de los planes fraguados en el norte, muy bipartidistamente planificados, aprobados y ejecutados, ahora se nos presenta este tema de las sanciones como una “posibilidad que a través de la presión conlleva a la negociación política en Venezuela”.”

    Con el desastre de la Cumbre de las Américas uno tendía a pensar que los think tanks (tanques de pensamiento) en Washington tratarían de barajar mejor su relación con América Latina, un continente que les ve con mucha desconfianza y que busca en opciones progresistas y de izquierda salir del círculo vicioso de una promesa eterna de desarrollo que nunca llega y menos tiene efecto positivo en los pueblos.

    Por supuesto los hechos no nos daban buena espina. Las llamadas “transiciones democráticas” con las que intentaron socavar la democracia en varios países de la región, no son más que una fórmula mejorada de la operación Cóndor con la cual destruyeron varias comunidades políticas de izquierda y aniquilaron a toda una generación de hombres y mujeres que resultaron una amenaza a los intereses estadounidenses en el continente, en verdaderas masacres orquestadas en plena guerra fría.

    De hecho, el gobierno dictatorial del Estado Plurinacional de Bolivia, encabezado por la hoy detenida y juzgada Jeanine Añez, mostró en poco tiempo el verdadero rostro de quienes se enmascaran en axiomas muy bonitos como la libertad, la igualdad y la justicia, pero quienes en los hechos expresan todo lo contrario, dejando caer tales máscaras.

    En el caso de la República Bolivariana de Venezuela obró la misma táctica. Un gobierno de transición amparado en un estatuto aprobado por toda la oposición en 2019 trató de sentar las bases del golpe de Estado y pronta aniquilación del chavismo, ese que hoy está renovando sus bases en comunidades y calles del país bolivariano con el ejercicio de la democracia participativa y protagónica que dispone la Constitución Nacional de 1999.

    Trataron para ello los conspiradores, con el apoyo de EEUU y Europa, de fraguar un golpe definitivo el 30 de abril de aquel año resultando aplastados por una Fuerza Armada Nacional Bolivariana no complacida y menos dispuesta a entregar el poder político de Venezuela a verdaderos agentes del cuido de intereses de un país extranjero, constitutivo de una traición a la patria.

    Pero la cosa no llegó hasta allí, y es que además entronizaron una fórmula utilizada en otros continentes y en el caso de América en Cuba, como lo son las sanciones, o medidas coercitivas unilaterales. Un genocidio perfeccionado y metódicamente planificado para poner de rodillas a toda una Nación con el objetivo de lograr cambiar su regimén político y ponerlo a caminar al son que toquen en la Casa Blanca y demás dependencias del establecimiento político estadounidense.

    Al sol de hoy lejos de ver las rectificaciones del Gobierno de Biden luego del acumulado de derrotas causadas por el chavismo, el pueblo en general y la institucionalidad democrática de Venezuela a cada uno de los planes fraguados en el norte, muy bipartidistamente planificados, aprobados y ejecutados, ahora se nos presenta este tema de las sanciones como una “posibilidad que a través de la presión conlleva a la negociación política en Venezuela”.

    Tan angelical concepto no puede ser mas cínico. Porque de ningún modo las sanciones o medidas coercitivas unilaterales, o como se les quiera llamar, tienen otro propósito que no sea inhabilitar, incapacitar total o parcialmente a un Estado, torturando su cuerpo político, social y económico para generar un estado de conmoción o guerra tendiente a favorecer un cambio violento de regimén político, que de suyo debe funcionar a tenor de los intereses del Estado que sanciona, que agrede.

    Tanto es así que si alguien con amor por la investigación se da a la tarea de revisar el estatus de sanciones de Estados derruídos por guerras de intervención (Irak y Libia, por ejemplo), encontrará la sorpresa de que muchos de estos dispositivos están vigentes aún después de lograr su objetivo u objetivos primarios.

    Estos sinuosos pero muy significativos movimientos tácticos de Washington, parecen dejar ver lo que a todas luces será la futura determinación de su política hacia América Latina, para la cual muy poco se necesita diálogo y esas menudencias. Nada más y nada menos que llevar su escalada demencial desarrollada en Europa del Este, Taiwán y Oriente Medio hacia el continente que ven como su “patio trasero”, extendiendo todo tipo de elementos que son amenazantes de una institucionalidad democrática que quieren modificar porque el favor popular coloca gobiernos no adheridos a sus intereses.

    De paso con un garrote y zanahoria a los cuales les ha salido un poderoso competidor que con una visión de desarrollo compartido se expande multipolarmente sin que pueda haber algo concreto que le detenga, salvo que a alguien se le ocurra apelar a la locura de la guerra total, con la consecuencia directa sobre la humanidad toda.

    Encrucijada política compleja para un continente que hoy parece más resuelto en buscar soluciones prácticas a sus desafíos de desarrollo, sin medir mucho en aquella relación tóxica con un hegemón que sigue anclado en su inservible chatarra ideológica de “América para los Americanos”.

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    Licenciado en Ciencias Políticas de la Universidad Central de Venezuela.

    Estudios en maestría en Seguridad y Defensa de la Nación y Resolución de Conflictos.

    Diplomado de Filosofía de la Guerra.

    Colaborador en el área de Secretaría de la Asamblea Nacional Constituyente.

    Asesor de la Contraloría General de la República.

    Asesor de la Gobernación del Estado Falcón en materia de planificación y políticas públicas.

    Articulista del Diario Venezolano Correo del Orinoco.